Sáhara Occidental. 2·1·2012. Gueltas

Las pequeñas heridas van haciendo cada vez menos confortable el viaje. Arañazos, labios partidos, rozaduras, golpes, pies magullados. Resfriados que se van consolidando. Padrastros de los que se tira hasta deshacer los dedos.

Esto se acaba. Hemos disfrutado de la última hoguera. Pensaba que no habría madera. En la zona de los gueltas -charquilones de aguas salobres que jalonan el curso de un oued- la vegetación escasea. Pero finalmente, entre todos, hemos logrado juntar en poco tiempo una considerable cantidad de madera reseca y nudosa.

Soplaba aire. Migue ha dispuesto unas piedras de manera que las llamas no se desperdigasen.  Antes de cenar hemos rellenado los tanques de los coches de gasóleo. Nos queda algo más de una garrafa de agua. Haciendo las cuentas hemos salido a poco más de dos litros por persona y día. Incluyendo el lavar cacharros y una higiene mínima. Muy mínima.

Hemos pasado la tarde peinando este terreno de barrancos. Otra vez la fauna ha sido muy escasa. Huellas de chacal y de gacela. Huellas y poco más.

Gerardo se ha apostado en lo alto de un cerro. Desde allí ha controlado un inmenso llano que se extiende hacia el sur. Prometedoras manchas de matorral. No ha querido desgastarse para hacer un último intento nocturno. De todas formas no cree que tenga muchas oportunidades. ‘Cada vez que llegamos a un sitio nos desplegamos y barremos todo el territorio en varios kilómetros a la redonda’ Dice Ángel. ‘Así que cuando salís de noche los bichos se han espantado’, argumenta. ‘Quizás para otra vez haya que cambiar el procedimiento. Acampar en un sitio y explorar otro. O dejar a Gerardo, ya de noche, a varios kilómetros de donde hayamos estado’.

Es así, a base de conclusiones obtenidas tras los fracasos, como se va perfeccionando la técnica de rastreo. Es así como se va conformando el embrión del próximo viaje. El Indio ya tiene en su cabeza las zonas que le parecen ser más dignas de ser transitadas. Yo, por mi parte, todo lo que sea seguir hacia el sur me parece bien. Este es un territorio inmenso.

Los gueltas no siempre sobreviven. Muchos son estacionales. Pisamos el légamo cuarteado. El suelo crujiente de sal. A veces un espesor cenagoso, con textura de chocolate líquido. Distintos estados de los elementos que conviven, según la topografía y la disposición de las sombras.

Restos óseos de las tilapias que vieron como el sol fue menguando el reservorio de agua en el que vivían. Una casa cada vez más pequeña. Un techo cada vez más bajo. Una casa expropiada por la evaporación. No es cuestión del Euribor, sino de los grados Celsius. Dejaron los huevos enterrados en el fondo arcilloso. Las próximas lluvias traerán a la vida la siguiente generación.

Escamas entre la sal. Pescado a la sal. Farallones entre los que sigue el oued. Estratos que parecen el espinazo del desierto.

La última noche en el desierto no es tan fría como las anteriores. Paso un rato leyendo una novela. Poniendo en orden las notas. Ha sido uno de los pocos días que he tenido tiempo. Trato de leer dos poesías que ha escrito una amiga. Pero necesito cosas más sencillas. Me va mejor el ambiente de las calles húmedas de San Francisco de la novela negra. En todo caso el sueño me vence pronto. Apago el frontal. Me reacomodo entre el amasijo de jerseys, guantes, gorros, camisetas, que se han acumulado en la cabecera. Me escondo en el saco.

Mañana carretera y manta.

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