Sáhara Occidental. 27·12·2011. Hacia el sur, siempre hacia el sur

Me perturba el sonido de un motor. Estoy metido en la crisálida de plumas que es el saco. Completamente encerrado. Con ropa. Todo. Menos los zapatos. No puedo pensar en la posibilidad de salir de allí. Pero se oye movimiento. El motor del coche. No sé cuánto tiempo llevará encendido. También oigo cremalleras que se abren o cierran. Pasos. Abrir y cerrar puertas.

La última vez que saqué la cabeza estaba muy oscuro. Y todo mojado. Incluyendo parte del saco. Al ovillarme, un lateral quedó fuera de la protección del doble techo de la tienda que me había echado por encima. He escuchado como gotean los árboles. Tengo el pelo algo húmedo. No quiero salir de este refugio cálido.

Por fin me decido a sacar una mano. Palpo entre el revoltijo de cosas que dejé anoche. Anoche significa hace un par de horas. Localizo las gafas. Los zapatos. Con todo el dolor de mi corazón me incorporo. Me duele todo. No puedo abrir los ojos.

‘Vamos, que sólo nos quedan mil kilómetrillos’, dice alguien.

Medio saco está empapado. Por eso he pasado tanto frío. Los del techo están aun peor. Más tiesos que la mojama tratan de bajar por la escalerilla. Los que mejor han pasado la noche son los que han dormido en tienda. Los del coche no pasaron frío, pero están doblados como un acordeón.

Guardamos las cosas de cualquier manera. Tenemos prisa, hambre y frío. Tiendas y sacos quedan desplegados. Arrugados. Rellenando los resquicios que quedan entre las mochilas, los trípodes. Puede que se vayan secando durante el viaje.

Abandonamos el alcornocal dela Mamoray retomamos la autopista de peaje. Durante 300 kilómetros atravesamos el cinturón agrícola de Marruecos. Verdes campos vigilados por aguiluchos en busca de roedores. El paisaje se va tornando parduzco a medida que destruimos distancia.

Al sur, siempre hacia el sur.

A medida que entramos en calor nos vamos deshaciendo de capas de abrigo. Los jerseys, gorros y forros polares van a parar, tarde o temprano, al maletero. Siempre hay un hueco donde ir encajando las cosas.

El suelo del Land Rover se va llenando de mondaduras de fruta, papelitos de distinta procedencia, botellas vacías, migas.

La mierda ya no nos abandonará.

Cerca de Marrakech avistamos el Atlas. Maravillosas paredes nevadas. Cuatro miles que quedan para otra ocasión.

Los tonos verdes empiezan a ser un recuerdo lejano. En lugar de campos de cultivo rebaños de ovejas primero y de cabras después, se empecinan en sobrevivir a base de correosas materias ocres que exprimen con sus dientes.

En Agadir se acaba la comodidad de la autovía. Otro saltito hacia la precariedad. En Tiznit nos aprovisionamos de pan recién hecho, frutas, verduras y agua. Llevamos seis bidones de 25 litros cada uno, pero resultan inaccesibles. Están detrás de las cajas de comida, sepultados bajo las tiendas de campaña y mochilones. Así que para manejarnos en los coches compramos garrafas y botellas.

Cruzamos ciudades de perfil aburrido y monótono. Parecen dibujos pintados por un niño. Venga hoy vamos a dibujar una ciudad. Y el niño pinta cosas cuadradas, más o menos iguales, y les pone unos rectangulitos negros que son las ventanas y las puertas. Y después lo colorea en un tono salmón o marrón. Procurando no salirse de los bordes. Y deja el dibujo inconcluso, porque dedicó demasiado tiempo a algunos edificios. Otros quedaron a medio colorear. Así es Guelmin. Y Bouizakame. Perfiles de ciudad a medio hacer.

El largo viaje sirve para contextualizar la amenaza de extinción de distintas gacelas del Norte de África. En las memorias de Valverde[1] se detalla la biología de estas especies así como su aniquilamiento. La proliferación de rifles y todo terrenos ha provocado el acoso y derribo de la gacela dama (extinta en libertad) y la casi total desaparición de la gacela Dorca en el Sáhara occidental. A la gacela de Cuvier no es que le haya ido muy bien, pero al habitar montañas, roquedos y barrancos, es más difícil llegar a ella.

La base de la extinción se fraguó a partir de los años cincuenta. Entonces se podían ver unas 7 gacelas por cada kilómetro recorrido. Servían de rancho a la tropa del ejército español. Había tantas que se ametrallaban los rebaños. Incluso el propio Valverde las incluía en el menú de las expediciones. Después, a medida que fueron escaseando, la caza se hizo más difícil. Era un reto. La tecnología, mal utilizada, sirvió para diezmar las poblaciones. Los todoterreno permitían perseguirlas en los inmensos llanos hasta agotarlas. Así, a pocos metros, se les daba el tiro de gracia. De nada servía que las gacelas empezasen a correr varios kilómetros antes. No tienen nada que hacer ante la tenebrosa perseverancia del ser humano, equipado con fusiles de precisión, prismáticos y gasolina.

Valverde, viendo el percal, advirtió de la necesidad de crear un lugar en el que salvaguardar alguno de estos ejemplares. Año tras año las poblaciones declinaban dramáticamente. Así nació el refugio de fauna sahariana que dio origen a la Estaciónexperimental de Zonas Áridas, en Almería (inicialmente llamado Instituto de Aclimatación de Almería[2]).

Junto ala Alcazaba, en la finca experimental ‘La Hoya’, están las instalaciones en las que se cuidan los ejemplares de especies antes abundantes. La idea es volver a reintroducirlas en su medio y para ello hay en marcha distintos proyectos.

Pero es complicado. Las gacelas son un reclamo muy suculento para cazadores que quieren colgar su  cornamenta en las chimeneas de sus casas. Parece ser que es un indicador de lo poderoso que es uno y deslumbra a las visitas más ilustres. Además para la población local es también un símbolo de poder servirlas en los banquetes de boda. Para agasajar. Para presumir. ¡Cuánto daño hace el ego coño!

Aunque las especies están protegidas, incluidas en todas las listas rojas, se siguen cazando. La impunidad en el Sáhara es total.

Más allá de la visión conservacionista, extremadamente conservacionista, de mis compañeros de viaje yo me pregunto qué pensarán los cazadores del asunto. Considerando la opción de que matar bichos produzca satisfacción y te permita subir escalafones en la sociedad, ¿no sería mejor dejar algunos vivos para poder seguir cazando?

Por lo que me cuenta Teresa[3], el Indio y lo que expone Valverde los cazadores no piensan en estas cuestiones tan ‘profundas’. Disparan. Les gobierna el principio de Hardin, el de la tragedia de los comunes: si no mato yo esa gacela, la va a matar otro. Y también esa otra ley no escrita que dice quela Naturaleza es inagotable, y ya proveerá más gacelas. Y si no lo hace que se joda y que desaparezcan las gacelas, que habrán demostrado no haber estado a la altura de las circunstancias. Tenían que haber mutado y desarrollado una piel a prueba de balas.

Como sólo hemos hecho unos 900 kilómetros decidimos tomar una pista incierta que debería llevarnos a la desembocadura del Draa. Todos estamos deseando meternos en faena y avistar fauna. Así que seguimos las indicaciones del GPS de Ángel.

Topamos con unos ojillos. Un gato montés. Antes los del Toyota han visto un par de ellos cruzarse en la carretera. Y un zorro de Rüppel, especie característica de estas latitudes.

Pero lo que a mí me gusta más es el gerbo. Un ratoncito de cola larga que da unos saltos explosivos. Parece una caricatura. Aturdido por los focos lo capturamos para hacerle unas fotillos.

Es noche cerrada. La pista se hace interminable. Decidimos parar y acampamos. Esta vez de forma algo más ordenada. Aunque los Javis se empeñan en dormir en la baca de nuevo.

Cenamos cualquier cosa. Sobre todo pan. Un poco de fuet. Fruta. En unas horas nos pondremos de nuevo en marcha. Y mañana sí. Mañana estaremos en el desierto. Lejos de carreteras y ciudades.


[1] 2004. Memorias de un biólogo heterodoxo. Tomo III. Sáhara, Guinea, Marruecos. Editorial Quercus V&V.

[2] Desde entonces hasta hoy Mar Cano ha estado al pie del cañón. Fue una de las pioneras en conservación de especies amenazadas y su encomiable labor y buen hacer queda registrado en las memorias de Valverde (véase página 159 y siguientes del mencionado volumen).

[3] Teresa Abáigar es también investigadora de la EEZA y junto a Mar Cano se dedica a la Conservación de Especies Amenazadas. Actualmente llevan a cabo el Proyecto de reintroducción de la gacela dorcas (Gazella dorcas) en Senegal

2 comentarios sobre “Sáhara Occidental. 27·12·2011. Hacia el sur, siempre hacia el sur”

  1. Mira que grata sorpresa cuando buscando una frutería en calle Acacias de Cádiz, me salen estas fotitos con caras conocidas!! (Bego, Migue, Javi…). Bonita historia de un viaje del cual algo escuche!

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