Bolivia. Resonancias

Alguna gente me pregunta por qué quiero ir a Bolivia otra vez, con todos los países que hay. En realidad tampoco he ido tantas veces. Creo que está será la cuarta. He viajado más por España, y me quedan muchísimos rincones que recorrer. Incluso comarcas enteras.

Si medio millón de kilómetros cuadrados dan tanto de sí, imaginaos el doble. Pero el tamaño es lo de menos, como todos sabemos. Hay otro dato realmente interesante: más de 600.000 kilómetros de carreteras asfaltadas tachonan el territorio español. Para el doble de superficie, en Bolivia hay unos escuetos 4.500 kilómetros. Eso dice mucho de un país. Lo hace interesante.

Conservo fotos en papel de mi primer viaje a Bolivia. Un compañero de clase me propuso ir a visitar su país. Los veranos solían visitar a parientes y pasar unas semanas en una estancia situada en el Departamento del Beni. No me lo pensé. Le dije que iba.

Laguna Verde y Volcán Lincacabur (5960m), bonito nombre por cierto. Año 1995 (aprox.)

En el lago Titicaca

En las fotos de aquel viaje iniciático hay imágenes tanto del altiplano como de la selva. Bolivia es la suma de dos países, de dos culturas, de dos mundos distintos. También veo en las fotos la precariedad de mi indumentaria. Iba prácticamente con lo puesto. Llevaba unos pantalones vaqueros a estrenar, por si había algo formal.

Se me ocurrió ponerme los pantalones el día que fuimos a visitar las minas del Cerro Rico de Potosí. Después de arrastrarme durante horas por los túneles quedaron despellejados y con unas manchas que no salían ni con Omo. Las sustancias aceitosas, los restos de metales licuados, que flotaban en los charcos de la mina, quedaron en el tejido para siempre.

Me gustó mucho Bolivia. Volví. Estuve en varias zonas. Es relevante la zona de transición entre la selva y el altiplano. Los rincones pantanosos al sur. El Chaco. Las atormentadas aguas de los ríos amazónicos. El subyugante Salar de Uyuni. Quedé siempre con las ganas de penetrar en el interior del Deparamento Madre de Dios. Sólo el nombre acojona. Hay indios sin contactar, el transporte es fluvial (aquí la ratio superficie-kilómetros de carretera se va a infinito) y prospectar aquello suena a reto precolombino.

Esta vez iremos al Sajama. Un Parque Nacional situado al suroeste de La Paz, en el Departamento de Oruro. El plan es tan sencillo como precario: llegar al Alto de La Paz, que está a 4000 metros de altura. Tomar (empiezo desde ya a evitar el verbo coger, tan problemático en esas latitudes) el primer colectivo, autobús, taxi o cosa con cuatro ruedas que vaya a Sajama. Entrar en el parque y poner la tienda.

Una vez establecidos caminar para buscar al gato andino, una de las especies felinas que Gerardo aún no tiene en su colección de avistamientos. A base de andar nos entrenaremos para subir al Parinacota, un volcán de 6300 metros sin complicaciones técnicas.

La idea es que alguien nos suministre agua y alimentos con cierta frecuencia y nos acompañe a la cima. En el mejor de los casos puede que incluso nos bañemos en las termas que hay por la zona. En el peor de los casos nos alimentaremos a base de pistachos y lomo embuchado del Mercadona y utilizaremos pastillas potabilizadoras para depurar el agua que encontremos. Yo me voy preparando más para esta versión.

Si todo va bien no bajaremos de los 4000 metros en todo el viaje.

Dice Gerardo que ya tenemos un pie en Bolivia. Me lo dijo después de comprar los billetes. Si llegamos al Alto con el equipaje está todo hecho, afirma. Lo de no comer, la falta de oxígeno y el dolor de cabeza son asuntos menores. Lo importante es que Aerosur nos lleve de Madrid a La Paz con toda la ropa de abrigo y las provisiones.

Vamos descontando días. Entrenando. Veo a Gerardo muy bien, como siempre. Me esfuerzo por estar a su nivel.

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