Ganar

Caminar despreocupadamente. Sin ninguna pretensión. Despacio porque hay tiempo. Es el único ingrediente del que sobra.

El plan es muy sencillo. A veces tiene planes tan obscenamente sencillos que se alarma.

“El plan es verte y escucharte. Nada más”, recapitula.

Mientras tanto da vueltas por la ciudad. Busca un lugar en el que escribir. En tres días ha topado con dos idóneos para sus propósitos. Más que suficiente.

La ciudad le abruma con sus propuestas. Le dispersa.

Los turistas han ido apoderándose de la esencia del lugar. Consumiéndola. No se sabe muy bien cómo fue el proceso. En principio la gente llega atraída por las peculiaridades de la ciudad, por su idiosincrasia. Por sus bares y comercios. Por los monumentos y el clima.

Después la gente se siente atraída simplemente porque va mucha gente. Y eso, por lo visto, es garantía de que el lugar merece la pena.

En algún momento alguien detecta que el turista, este turista de masas, echa en falta el calor de su hogar, alimentos y costumbres que le son familiares. Quizás no sea posible estar como en casa (para eso uno puede quedarse en casa) pero sí ponerle al alcance algo que ya conoce.

Empiezan a prosperar las franquicias. Son negocios bien estudiados. Con un músculo financiero que no tiene ninguna dificultad en quitarse de en medio al comercio tradicional. Precisamente lo que daba carácter a la ciudad, lo que articulaba la vida de los oriundos.

Se va todo a la mierda. Y pasear por Wroclaw es lo mismo que hacerlo por Stuttgart o Barcelona.

Blog_296Es difícil escapar al tableteo que producen las maletas golpeando las aceras en su apresurado ir y venir a hoteles y aeropuerto. Escucha el sonido característico de una ciudad tomada por el turismo. Como no podía ser menos, dos días han sido suficientes para optimizar el camino que le lleva hasta la cafetería seleccionada. Tiene su puesto de mando en una mesa pegada a la ventana. Desde ahí espía a los transeúntes. Las palabras van llenando las cuartillas. Se apoyan en sorbos de café. En el ruido de fondo de comandas y platos entrechocando.

Le ha ido perdiendo el miedo a eso de ir contracorriente. A despojarse de la férula que le ordenaba la vida. A un horario. A una rutina. Sabe que es un excéntrico. El mundo está lleno de excéntricos más o menos camuflados.

Pasa un buen rato escribiendo, cosa que le sienta muy bien. Estirando el café y el cruasán hasta límites insoportables. En plena mañana de un día de diario. A esas horas todos están en sus oficinas. Consultando informes. Haciendo llamadas. Metidos en reuniones.

Él se ha convertido en un observador de todo esto. Al principio se sentía extraño. Descarriado. Le daba vértigo. Hacía por recuperar su sitio y sentirse seguro. Hastiado, pero al menos a salvo del peligro. De la marginalidad.

Pero ha comprobado que no pasa nada por salirse del camino principal. Hay otros senderos. Incluso se puede ir campo a través. Ya ha caminado varias veces al borde del abismo. Lo sorprendente es que el abismo puede obviarse y convertirse en un detalle menor.

Le enseñaron que la eternidad emerge cuando desaparece el tiempo. Precisamente la ausencia de lo que parecía ser la esencia de la eternidad, el tiempo, es lo que hace que algo sea eterno. Si algo queda fuera del tiempo, es para siempre. No puede caducar.

Observarse descarriado, asustado, es justo lo que ahuyenta el miedo. Mirándolo de frente se diluye.

Blog_297Se tira otra vez a la calle. La segunda parte de la mañana la gasta en una librería de luz clara y estanterías repletas de libros que le subyagan. Le recuerda a su época londinense, donde se hizo un verdadero profesional en el arte de leer libros y periódicos en los bookstores. Se instalaba en un sofá y leía en su precario inglés, tomando notas. A veces se compraba un sándwich y esperaba a que parase la lluvia. Era un poco bohemio.

Ahora tiene más tablas. Sus decisiones ya no se basan en evitar lo que no le gusta, sino en ir a por lo que quiere. Es un cambio. Por las mañanas, cuando se mira al espejo, dice: “Hoy voy a ganar”.

Se ha llevado tres libros a la mesita que ha elegido. Segundo café de la mañana. Saca sus notas manuscritas y un boli. Seguro que se le ocurre algo.

El libro que verdaderamente le interesa, y que se va a leer en dos o tres tirones, es Correr, de Jean Echénoz. Es un libro finito, que cuenta la historia de un corredor legendario. Como a los de la librería les puede resultar muy obvio que no va a comprarlo, lleva otros dos más voluminosos, que ocultan sus intenciones. Uno ya lo ha leído, y es magnífico, La casa de Dios, de Samuel Shem. El otro es una novedad editorial refrendada por lapidarias frases en la contracubierta. Ojalá nos perdonen, de A.M. Holmes, una escritora que le interesa.

Recibe un mensaje. Llega una hora y un lugar. Han quedado cuando salga del trabajo. Las cosas se van hilvanando.

De vuelta a la casa transcribe parte del material original. En este camino que ha elegido hay momentos arduos. Y otros en los que le entran dudas y se desanima. Esto también sucedía cuando estabas parapetado tras esas seguridades, ficticias, que te daba el contrato indefinido, un horario, ver que tus compañeros estaban en el mismo fregado, se dice.

Por fin la ve. Charlan. Ríen. La escucha reír. Ya ha merecido la pena el día.

Hoy ha ganado.

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