Sáhara Occidental. 1·1·2012. Las cuevas de las hienas

Jesús y Javi (el lamparones, aunque el mote se va quedando corto) me guían hasta las cuevas de las hienas que han encontrado el día anterior. No quiero irme sin verlas. Han estado sacando restos óseos. Cráneos de camellos, fémures. Todo tipo de carroña fosilizada. Hasta allí arriba arrastraban éstas bestias (las hienas, no Jesús y Javi) a sus presas. Hasta el cubil. Para desgajarlas tranquilamente y dar de comer a sus crías. Pugnando por la cuesta de guijarros sueltos. Apresando los cuerpos inertes con las mandíbulas ferrosas. >>seguir leyendo

Sáhara Occidental. 2·1·2012. Gueltas

Las pequeñas heridas van haciendo cada vez menos confortable el viaje. Arañazos, labios partidos, rozaduras, golpes, pies magullados. Resfriados que se van consolidando. Padrastros de los que se tira hasta deshacer los dedos.

Esto se acaba. Hemos disfrutado de la última hoguera. Pensaba que no habría madera. En la zona de los gueltas -charquilones de aguas salobres que jalonan el curso de un oued- la vegetación escasea. Pero finalmente, entre todos, hemos logrado juntar en poco tiempo una considerable cantidad de madera reseca y nudosa. >>seguir leyendo

Sáhara Occidental. 3/4·1·2012. Zona de confort

El tren de alta velocidad va a trescientos kilómetros por hora. Voy en el último vagón, en el último asiento. Con el mapa de Marruecos desplegado.

El calor excesivo que inyecta el climatizador me está poniendo nervioso. Voy a pasar más calor ahora que en el Sáhara. Es un aire seco. Me empieza a doler la cabeza. Todo el mundo a mi alrededor tiene auriculares, o un ordenador, o un teléfono móvil o un ipad, o una videoconsola. O varias cosas simultáneamente. Escucho quejas incongruentes: jo tía es que no tienen cocacola cero, sólo cocacola light, dice una anoréxica al borde del delirio. Qué mierda, esa peli ya la han puesto –berrea un adolescente miope que apenas deja de mirar con furia a una pantallita en la que mata marcianos[1]. Percibo comportamientos displicentes, de gente acomodada. Acostumbrada a tener todo en cuanto lo piden. Gente que parece triste. >>seguir leyendo

Crematorio, de R. CHIRBES

Te puede parecer un pedante. Un engreído. Un chaquetero. Un snob. Un tocapelotas. Te puede parecer un cínico sin remisión. Un alcohólico. Un tipo sin remedio. Que vomita un lenguaje enrevesado con el que confunde a sus adversarios. A los que le dan palos. A sus fantasmas.

Te puede parecer alguien desagradable.

Bueno. Eso son opiniones. De todos aquellos que tenemos un ego sensible. Y respondemos con balas a las balas.

Dejando de lado esos pareceres, muchos de los cuales no comparto, tengo que confesar que soy un fiel seguidor de las opiniones de Boyero. Porque casi siempre acierta. Porque tenemos los gustos alineados. Ya ha dado en el clavo demasiadas veces como para pensar que es por casualidad. Tantas, que incluso cuando estoy a punto de salirme del cine porque no soporto ‘El árbol de la vida’, llego a pensar que soy yo el que no entiende nada. >>seguir leyendo

Mi primer encuentro con una prostituta

No puedo dejar de reconocer que es un incentivo pasar por la rotonda en la que se ponen las putas. Podría decir que es una indecencia. Que está muy mal la explotación sexual. Que es un oficio degradante.

Con todo eso estoy de acuerdo. Pero no puedo dejar de reconocer que cuando sé que voy a pasar por esa rotonda, de noche, las pulsaciones suben.

Las putas se sitúan justo después de la rotonda. Hay que frenar para poder rodear bien el obstáculo, y al salir te las encuentras de frente. Es imposible no verlas.’ ¿Qué? ¿eh? Ah sí es que estaba pensando en otra cosa’. Dice alguien cuando le comentas sobre la rotonda de marras. Ya y una mierda. No se puede pensar en otra cosa cuando te topas con una tía medio en pelotas, ceñida en unas medias de rejilla negras, con las tetas apretadas queriendo salir a tomar aire porque se asfixian. No se puede fingir que uno está abstraído, ‘pensando en otras cosas’ cuando tres tiparracas seguidas, una de ébano, otra rubia, y otra con una cascada de pelo rizado, te muestran los músculos tensos de sus pantorrillas y glúteos. Que resulta que van sin bragas, que están en pelotas, en la nacional. Que casi te estrellas. >>seguir leyendo

Las primeras nieves

Sólo pongo el despertador cuando hay razones de peso para levantarse temprano. Y cuando eso sucede el despertador se convierte en un accesorio inútil. Por eso cuando suena de madrugada no cumple con su cometido. No me despierta porque ya estoy despierto. Saltando de la cama. Me voy a la montaña.

Siempre, en estas circunstancias de abandonar el calor de la cama para ir al campo y sentir las frías baldosas de cerámica en los pies desnudos, me viene el recuerdo de ‘Diario de un cazador’, de Delibes. Aunque haya muchas diferencias. Ni voy a cazar ni la mínima de Almería recuerda a los escarchazos que caen en los Campos de Castilla. >>seguir leyendo

El infierno de los jemeres rojos de D. AFFONÇO

Testimonio de una de las supervivientes del brutal régimen comunista que asoló Camboya entre 1975 y 1979.

El libro es prácticamente la confesión que Denise Affonço aportó al juicio que se celebró contra los instigadores de tamaña brutalidad. Aunque el lenguaje utilizado y la estructura del libro son simples, no deja de ser un libro impactante. La mera narración de las peripecias que sufrió esta mujer durante aquellos cuatro años es suficiente para que el lector no pueda soltar el libro. >>seguir leyendo

Mohammed y sus sandías

Mohammed sonríe ufano. Está acuclillado. En su campo de cultivo. Los terrones de arena oscuros por la humedad todavía conservaban su estructura compacta. Y eso que hacía varios meses que habían arado. No se han disgregado. Y es que aquí llueve poco. Mohammed sigue sonriendo cuando se le pregunta por su cosecha. La sonrisa, bajo un bigotazo espeso de aspecto mucho más recio y saludable que la desdentada dentadura, se convierte en una explosión de entusiasmo.

No sé lo que dice. No le entiendo. Un improperio de sonidos guturales acompañados de exagerados ademanes y una mirada de tío loco que, empiezo a pensar, puede desembocar en una escena violenta como le dé por arrancarse con el azadón. Pero por lo que traduce el intérprete no parece estar enfadado. Sino muy contento. Lo que pasa es que es un tipo muy vehemente este Mohammed. >>seguir leyendo

Días de nada (y rosas)

Últimamente hago cosas raras. Por raras quiero decir poco habituales. Y por últimamente me refiero a más de doce meses. Lo cual es un período considerable para hacer cosas raras.

La verdad es que disfruto con esta rutinaria forma de proceder. Que es cualquier cosa menos rutina. Es dar bandazos. Bandazos. Ir hacia un sitio. Cambiar la dirección repentinamente. Ir hacia otro sin saber muy bien porqué.

Me levanto cuando me da la gana. Eso de entrada. Que es mucho. Muchísimo.

Puede colegirse muy fácilmente que me levanto a las doce de la mañana y vago en pijama por la casa y enciendo la tele y como cualquier cosa y voy a tirar la basura en zapatillas. >>seguir leyendo

Ficción con drogas

En aquellos tiempos me rodeé de objetos fetiche que creía me servirían para hacer una obra maestra. En aquellos tiempos pensaba que bastaba con colocar una máquina de escribir en una habitación en penumbra ahogada en humo para comenzar a escribir. El vaso de whisky, sin hielo, como recomiendan los puristas, era el elixir necesario para que fluyesen las palabras.

Metía una hoja en el rodillo, ajustaba los márgenes. Me aseguraba de la horizontalidad de los renglones. Daba el primer sorbo al whisky, que me calentaba el esófago. Ya está, ya está, creía yo. Ahora –pensaba yo, apoyado en los argumentos e ilustraciones que estudiaba en biología- el alcohol percola al torrente sanguíneo que lo lleva al cerebro y entonces las neuronas se conectan más fácilmente. Las dendritas, alteradas por la droga, se retorcerán, se excitarán y buscarán ‘nuevas’ conexiones. >>seguir leyendo

El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.