La Ragua

La verdad es que, cuando menos, la estampa de aquella mañana resultaba curiosa. Mi buen amigo Isaac esperaba dentro del coche. Como siempre unos minutillos antes de la hora. Yo entraba y salía de la casa, acarreando un variado cargamento de apechusques.

Había nevado la noche anterior. Pero no sabíamos cuanto. Ni el frío que haría. Teníamos que estar preparados para las múltiples posibilidades que podía ofrecer la montaña.

Isaac salió del coche al verme aparecer para echarme una mano. Ya no me quedaban dedos para agarrar crampones, botas, tablas y un abultado etcétera.

Los esquís y los bastones. Ese era el motivo de la llamativa escena. Enmarcados por las palmeras de la avenida. Que yacían exánimes después de los temporales de marzo. El sol, el mar manso, hacían pensar en un bonito día de primavera.  Blog_159 Nos pusimos en marcha con la esperanza de, al fin, esquiar esta temporada. Era mi tercer intento del año. En los anteriores, donde las borrascas prometían cantidades ingentes de nieve, me quedé con las ganas. Por que las borrascas vinieron con mucho viento y la nieve desaparecía a medida que iba cayendo. No se asentaba.

La Sierra estaba cubierta de nubes. Nada que ver con el parte meteorológico de cielos rasos y soles justicieros. No se dejaban ver las cumbres. Paramos en La Calahorra a desayunar y decidimos subir a La Ragua.

La quitanieves no había pasado, pero la carretera estaba abierta. Dos camiones que venían de la cara sur, de las Alpujarras Almerienses, nos dieron ánimo para continuar sobre las rodadas abiertas. Parecía como si el temporal hubiese pasado hacía pocas horas. La nieve aún se sujetaba en las señales horizontales. Los árboles recubiertos de una cáscara blanca.

Blog_157En el parking no había nadie. Hacía mucho frío. Entonces, lo que resultaba inimaginable es que alguien, a apenas una hora y media de camino, estuviese sin camiseta, tomando el sol.

Extendimos las pieles de foca sobre las tablas. Nos pusimos la ropa de abrigo necesaria. Nos ajustamos las botas. Cerramos el coche y, por fin, nos pusimos en marcha.

Blog_158Progresamos pegados al bosque y cruzamos el riachuelillo que nos recordaba que era primavera. Subimos las alzas para acometer las primeras rampas. Imaginamos travesías de varios días. Pasando la noche en los refugios de piedra, junto a un buen fuego. O calentando una sopa en el infiernillo.

Blog_162Llegamos a un collado prometedor. Teníamos por debajo una magnífica pala de nieve por la que deslizarnos. La niebla cerraba el paisaje.

Reconfiguramos el equipo para el descenso. Plegamos las pieles. Nos pusimos el casco. Volvimos a ajustar las botas. Y las anclamos a las tablas.

Y fue una gozada. Y después una tortura. Con mi escasa técnica salí del paso donde la nieve había sido compactada por el frío. Después, según fuimos perdiendo cota y la nieve firmeza me resultaba imposible controlar el descenso. Las piernas, en esas condiciones, se fueron vaciando. Cada vez era más fácil caerse. Y con cada caída sufrían las fibras musculares más insospechadas. Porque había que ponerse en pie desde posiciones inverosímiles.

Blog_160A la postre no fueron daños irreparables. En el Andrés empezó el proceso de recuperación. Tomamos la salida de Dólar/El Pocico para llegar al templo del ‘rejo’ y de la buena tapa en general. Servicio rápido y eficiente. Tapas gigantescas y sabrosas.

Llegamos una hora más tarde a la playa. Bajo un manto de sopor, cansancio y magulladuras contemplé el agonizar de la tarde. Los vuelos rasantes de los mirlos en su afán por llevar hebras al nido que estaban haciendo. Todo eso de la nieve me parecía un lejano sueño. Algo inalcanzable.

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