Campo a través

Sostiene Liebich que la Geografía es la ciencia más lírica. No hay más que leer descripciones hechas por geógrafos para darse cuenta de ello. Sánchez Ferlosio tuvo que aclarar que el párrafo que encabeza su obra más aclamada, El Jarama, no era suyo. Y era precisamente el párrafo que para muchos lectores, junto con el último, eran los mejores. Esos dos párrafos son de un tal Casiano, copiados de su Descripción física y geográfica de la Provincia de Madrid.

El tal Casiano era un relevante ingeniero y geólogo y su obra se enclava en la época dorada de la Geografía. Cuando se consideraba un bien de primera necesidad. Desde los tiempos de Enrique el Navegante hasta Google Earth el hombre ha pugnado registrar rutas y lugares. Por saber volver a la tierra de partida y encontrar la tierra prometida. Astrolabios, relojes, brújulas y gepeeses. Orientarse. Dibujar mapas. Medir un arco de meridiano en el ecuador.

Topógrafos y cartógrafos, exploradores y geógrafos, han recorrido los rincones del planeta para averiguar cosas como el destino de las aguas del Níger. Era perentorio conocer si era un afluente del Nilo, se lo tragaba el desierto o giraba imprevisiblemente hasta desembocar en los enigmáticos manglares del Golfo de Guínea. Por intereses comerciales. Por curiosidad. Porque sí.

El tal Casiano describe así el Jarama: “Desde su unión con el Lozoya sirve de límite entre dos provincias. Se interna en la de Madrid, pocos kilómetros arriba del Espartal, ya en la faja de arenas diluviales del tiempo cuaternario, y sus aguas divagan por un cauce indeciso, sin dejar provecho a la agricultura. En Talamanca, tan sólo, se pudo hacer con ellas una acequia muy corta, para dar movimiento a un molino de dos piedras”.

Eso es poesía. Es información codificada de manera que esa ciencia queda excluida de la feroz competencia entre disciplinas científicas por copar el ranking de publicaciones más solicitadas. Son tiempos de análisis multivariantes, regresiones, programación computacional y estadística bayesiana. Ya se sabe dónde está cada cosa. La Geografía sigue los pasos del Latín y del Acadio. Queda arrumbada. Alguien tendrá que hacerse cargo de ella. En algún momento la volveremos a necesitar.

Toda esa exposición, todo lo que sostiene Liebich, no transcurre en un salón victoriano en el que hombres con chistera fuman puros y las mujeres, alborotadas, bajo un techo de mil lámparas cuya luz se multiplica en los espejos de las amplias estancias, alaban la hazaña del virtuoso correo del zar, Miguel Strogoff, que acaba de cruzar toda Siberia para salvar a la patria. No. La disertación tiene lugar bajo una cortina de agua que ha ido encharcando el terreno a lo largo de la mañana. Es una más de las borrascas que se vienen encadenando desde hace un par de meses.

Blog_258

La noche anterior llegaron al hotel de cazadores, el único alojamiento de la zona que está abierto en invierno. Pagaron por adelantado la cena y la habitación. Rellenaron la ficha policial. Solo entonces les dieron la llave. No se fiaban de dos tipos barbudos que llegan en medio de la noche sin un propósito claro. Con aviso de temporal. Huele a perfume barato. Junto al hotel hay dos surtidores de gasolina y un bar con aires de prostíbulo que se llama “El Furtivo”.

De mañana la barra estaba más concurrida que la noche anterior, donde sobrevivía un tipo acodado en la barra y dos camareros uzbekos que se afanaban por terminar su larga jornada laboral. La máquina del café no para de hacer ruido y echar vapor. Hay carajillos, tagarninas. Vocinglería. Alguna magdalena reseca. Frente al desayuno continental o el inglés, el desayuno español se puede definir como una prolongación de la tertulia de la noche anterior.

Mientras Liebich se mezcla con el paisanaje, Mórtimer sale a respirar el aire fresco de la mañana y liarse un cigarrito. Un rehalero apaña el remolque cargado de tubas que, impacientes, ladran nerviosas ante la perspectiva de ir a morderle los huevos a los jabalíes. Después se lava las manos en un charco y se toca la gorra de pana para saludar a la pareja de la guardia civil, que también se desayuna con un pitillo. ‘Ale, ya estamos todos’, se dice Mórtimer.

Dejaron el coche en el Portichuelo y se internaron en el bosque. A medida que perdían cota, buscando el arroyo que articulaba el valle, la vegetación clareaba y aparecían manchas de pastizal. Después era terreno despejado, salpicado de tomillos y lavandas. Matas propias del monte mediterráneo.

El parte decía que en las próximas horas y durante los siguientes días el Atlántico seguiría inyectando aire húmedo. El calendario zaragozano auguraba un tiempo ‘anubarrado y revuelto’ y la marmota Phil pronosticó tres meses más de invierno.

Pese a ello siguieron caminando.

Tenían todo el día para completar una ruta circular que les permitiese ver el nacimiento de un par de riachuelos; ver como las piedras vomitan agua y se origina una corriente fluvial. Lo que en tiempos remotos se buscaba con ahínco.

Patinan entre la hojarasca y el barro. Los arroyos intermitentes, pintados con trazo discontinuo en el mapa, son hilos de agua turbia que fluyen a favor de pendiente. Doblando la vegetación a su paso.

Caen rayos y el temporal arrecia. La red hidrológica a pleno rendimiento para evacuar el agua que cae. La escorrentía desfigura un paisaje de modestos regatos y campos amables. Se ven obligados a refugiarse en una nave para el ganado. Sobre un manto de estiércol seco y compactado. No hay animales.

Intentan hacer fuego con madera húmeda, clínex y paja enmierdada. Solo consiguen un humo espeso que les hace llorar. Están empapados.

‘Ahora sí que estamos jodidos. Esos arroyos que hemos ido atravesando ya no se pueden cruzar’. ‘¿Cómo andas de provisiones?’. ‘Mal. Una bolsa de quicos, este pedazo de queso y el pan que nos sobró de la cena de anoche’. ‘A mí me quedan tres polvorones y media bolsa de peladillas. Y no tenemos infiernillo para calentar agua’. ‘A ver si amaina un poco; al menos que dejen de caer rayos’.

Mórtimer lía tabaco. Lo lleva en el único lugar seco que le queda. ‘Mientras caminábamos se me ha ocurrido un aforismo. A ver qué te parece: el GPS sirve para navegar en un mundo que ha perdido el rumbo. Nadie sabe adónde va. Se limita a seguir las instrucciones que le dicta una maquinita’. Liebich le mira dubitativo.’ A veces me sorprendes. No sé como puedes pensar en esas cosas, dados los problemillas que tenemos’. ‘Bueno sí, pero lo más interesante es poner debajo: Einstein; queda de cojones’. ‘Ya, pero Einstein murió antes de que se inventase el GPS’. ‘Precisamente eso da un pleno sentido a la frase de marras. Poca gente va a reparar en ello’.

Enciende el cigarrito. Estalla un trueno. Jarrea. Bonito día, se dice.

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.