Sin nieve no hay paraíso

Paso los días a la espera de nubarrones, de que se levante viento. El General Invierno no se digna a aparecer y por las noches salto con avidez de un canal a otro en busca de un pronóstico del tiempo que me agrade, uno que muestre un mapa con copos de nieve. Escudriño la aplicación del móvil, oteo el horizonte. Todo con la esperanza de encontrar indicios que anuncien la llegada del buen tiempo, esto es, de chaparrones, nevadas y tormentas con abundante aparato eléctrico. Sí, soy un poco como el personaje de esa canción de Brassens, traducida por Javier Krahe y cantada por Alberto Pérez:

…ahora el buen tiempo me da asco.

Cuando el cielo está azul no lo puedo ni ver,

que se nuble ya el sol, que se ponga a llover,

que caiga pronto otro chubasco

[…]

Desde entonces jamás he dejado el balcón

no hago más que poner la máxima atención

en cirros, cúmulos y estratos.

La menor nube gris me colma de placer…

Hay algo de atávico en este placer que me producen las nevadas. Una buena capa de nieve virgen me altera de tal forma que no puedo retener mi entusiasmo y retozo por la nieve recién caída como un cochino lo hace en el barro. Hay pocas cosas que igualen el placer que produce la nieve al compactarse bajo las pisadas.

Puede que en el fondo todo ese entusiasmo primitivo y presuntamente irracional se justifique por razones mucho más pragmáticas. Hay un refrán -esas píldoras de sabiduría capaces de sintetizar siglos de experiencia en unas pocas palabras- que nos da una pista sobre la conveniencia de los temporales invernales: ‘Año de nieves, año de bienes’.

En efecto, la nieve es, o era, un reservorio de agua perfecto. Acumulado durante meses en las cumbres de las montañas, el lento deshielo permite una recarga gradual de los acuíferos y un aporte homogéneo a los cursos fluviales. La nieve es la mejor precipitación posible puesto que, al contrario que ocurre con las lluvias torrenciales, cae mansamente y el terreno la aprovecha en un alto porcentaje.

Nieve en las montañas es, para las sociedades agrarias, el marchamo de una buena cosecha, unos buenos pastos y, por tanto, la certeza de que ese año no pasarán hambre. Para las sociedades urbanas, demasiado alejadas de sus raíces –la leche no sale de los tetrabriks- la nieve, las borrascas y el viento, son incomodidades. Son sinónimo de barro, conducción complicada y dificultad para tomar el aperitivo en una terraza.

Termino de escribir estas líneas con el vendaval de fondo. Ha arrasado el jardín y parece que hay nieve en las montañas. En cuanto pueda iré a pisarla. Tendré que darme prisa porque el problema no es (solo) que nieve menos, si no que tras el paso de los frentes la temperatura sube demasiado rápido. Así, el papel regulador de las reservas de nieve va a menos, a la par que aumentan los aludes y las inundaciones.

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