Días de nada (y rosas)

Últimamente hago cosas raras. Por raras quiero decir poco habituales. Y por últimamente me refiero a más de doce meses. Lo cual es un período considerable para hacer cosas raras.

La verdad es que disfruto con esta rutinaria forma de proceder. Que es cualquier cosa menos rutina. Es dar bandazos. Bandazos. Ir hacia un sitio. Cambiar la dirección repentinamente. Ir hacia otro sin saber muy bien porqué.

Me levanto cuando me da la gana. Eso de entrada. Que es mucho. Muchísimo.

Puede colegirse muy fácilmente que me levanto a las doce de la mañana y vago en pijama por la casa y enciendo la tele y como cualquier cosa y voy a tirar la basura en zapatillas.

Pero no. Todavía no. Las cosas raras no van por ahí. Hoy, por ejemplo, me levanté a las ocho menos cuarto. Desayuné cereales. Abrí la puerta del jardín para que entrase el aire de la mañana y poder escuchar a los mirlos. Escudriñando entre la hojarasca seca. En busca de gusanos. Entre la tierra recién preparada para poner unas escarolas y espinacas.

Hay días que a media mañana, después de escribir, me acerco al campus de la Universidad. Hasta que no estoy llegando al aparcamiento no decido el siguiente movimiento. Tengo una plétora de opciones. Y todavía no he averiguado qué determina el que haga una cosa u otra. Y no quiero averiguarlo, se rompería la magia.

El caso es que influyen cosas como que haga sol o esté nublado. La cantidad de coches en el parking o el oleaje de la bahía. Depende. Una combinación de todo eso. De cómo me haya sentado el desayuno. De que encienda la radio en el coche y escuche noticieros apocalípticos o ponga ‘Illinoise’ o ‘Kings of convenience’.

Así que a veces me voy en busca de insumos para el huerto o caprichos. Últimamente ando detrás de la parafina, para alimentar los faroles que me he comprado. Esos faroles marineros que se llaman faroles para tempestad. Que aguantan cualquier cosa y no se apagan ni con el vendaval más cruento. Me gusta encenderlos cuando el aire sopla, y con eso y una pipa sigo escribiendo fragmentos de novelas. De cosas así. Palabras nutritivas que me alejan de la depresión.

Es importante aclarar que otra rareza consiste en encender el farol dentro de casa. Al margen del viento de poniente.

Busco ferreterías y almacenes agrícolas que me aconseja Gabriel. Callejeo entre el entramado de invernaderos. Carreteras cuaternarias. Viejos al sol. Mujeres echando el agua de fregar a la calle. Estampas mediterráneas.

Otras veces aparco. Y hasta que el motor no está apagado no sé muy bien qué hacer. Si estaba escuchando algo bueno espero a que termine. Me gusta contemplar el ajetreo y la prisa. La gente que se baja apresuradamente. Va a clase. A tomar apuntes que en más o menos tiempo terminarán en el cubo de la basura.

Cuando por fin bajo del coche decido si: a) me voy a la cafetería a escribir; b) me voy al gimnasio; c) voy a la biblioteca de mi antiguo trabajo; d) me voy, no soporto la levedad del ser y me voy.

Ninguna de estas opciones es tajante. Y además tienen bifurcaciones. Con este panorama se justifica lo anterior: es imposible que se teja una rutina.

Hoy ha sido un buen día. Por fin, tras más de tres años en Almería, he ido con mi antiguo jefe y su perra a pasear por el campo. Hemos ido al desierto de Tabernas. A preguntarle al paisaje. Nos ha contado un cuento bien entretenido.

Panorámica del Desierto de Tabernas

Es curioso. Para que esta excursión interpretativa se haya dado han tenido que ocurrir varias cosas. Primero quedarme en paro. Segundo que mi jefe ya no sea mi jefe. Porque está jubilado, aunque trabaja igual que siempre. Y tercero que esa relación jefe/subordinado, que me atrevería a decir sólo existió en mi cabeza, es ahora más simple. Somos colegas.

Hace tiempo que quería visitar ‘El Cautivo’. De entrada el nombre es cojonudo, resuena a otras épocas. Pero lo interesante es que ahí tiene unas parcelas de experimentación la EEZA, ese centro de investigación en el que trabajaba. Quería visitarlo para hacer el mismo ejercicio de interpretación que he hecho en otros lugares. Los que he ido conociendo con la gente de la EEZA –mis colegas. Espero ir sacando algunas notas sobre esos lugares (Marruecos, Túnez, Senegal…) en una nueva categoría que estoy pensando para el blog que se llamará algo así como ‘Cuestiones medioambientales’.

Juan fue uno de los pioneros en la EEZA. Vio la necesidad de ir al campo para aprender cosas. Y se le ocurrió prospectar el campo de Tabernas, para explicar, entre otras muchas cosas, el origen del conocido como ‘Desierto de Europa’. Yo tenía muchas ganas de que me hablase de aquellos tiempos, de que me explicase el origen de las espectaculares cárcavas. De que me detallase en qué consistía el trabajo científico que llevaron a cabo.

Juan y Estel en la primera parcela de experimentación que montó Juan

La perra, que se llama Estel, estaba feliz. Saltando entre el esparto y los charcos que las últimas lluvias han dejado en el fondo de las ramblas. Y nosotros caminábamos en la limpia mañana. Tomaba notas en mi cuaderno. Hacía fotos. Imaginaba la manera de transmitir todo lo que Juan explicaba. De acercárselo a un lector ajeno a la ciencia y su academismo.

Fue una jornada memorable. Y mañana será otro día. Pero no sé cómo. Dependerá de n matices. Siendo n un número muy alto.

 Y ahora… voy a bucear.

2 comentarios sobre “Días de nada (y rosas)”

  1. Jaime, qué bueno saberte así…la Cris siempre dice que hay una cantidad de cosas que hacer fija ene Universo y que como yo hago ya muchas, pues ella puede sentarse a la bartola. “Que la Elsa ya está haciendo una jartá por m”, diría. Cosa que a mi me da mucha alegría. Hace falta más gente con menos que hacer y más tiempo para pensar, que nos (me) de luz en el caminito.
    Pues un poco lo mismo me pasa hoy contigo. Tengo una pila de cosas en el curro y una propuesta maldita que prepara el jefe y no me hace pizca de ilusión.

    Pero te leo y me alimenta. Me digo: menos mal! Un día sin horarios ni pautas! ole!
    Que sigas difrutándolo y disfrutándonoslo

  2. “Palabras nutritivas que me alejan de la depresión.

    Es importante aclarar que otra rareza consiste en encender el farol dentro de casa. Al margen del viento de poniente.

    Busco ferreterías y almacenes agrícolas que me aconseja Gabriel. Callejeo entre el entramado de invernaderos. Carreteras cuaternarias. Viejos al sol. Mujeres echando el agua de fregar a la calle. Estampas mediterráneas”

    Bello.

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