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Aguas heladas, aguas profundas

La estrategia es salir muy temprano y parar a desayunar cuando el hambre golpea de verdad. Así, a primera hora de la mañana, ya has recorrido medio camino y te encuentras en una gasolinera rodeada de girasoles a media asta, en una mesa solitaria, observando el devenir de los coches que paran a repostar y las conversaciones más o menos previsibles de una clientela variada: los tipos trajeados que van a hacer negocios, la familia hastiada, a móvil por cabeza, el comercial con prisa que se toma el café de un sorbo. >>seguir leyendo

Meses en blanco

Hay que ver el lado bueno de cuidar a un bebé, seguro que puedes aprovechar ratos para escribir mientras duerm

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London, miserias y andanzas de un escritor en ciernes

Procedí a encender la pipa y me puse delante de la máquina de escribir con la vaga esperanza de que la inspiración se pasease aquella tarde por mi terraza.

Desde luego, en esta era donde la tecnología llega a cada rincón y la domótica amenaza con apoderarse de todas nuestras decisiones, suena demasiado retro lo de la máquina de escribir. Pero tenía mis razones. Algunas de índole sentimental, otras, aunque no lo parezca, de carácter práctico.

Había comprado aquella máquina en una tiendecita del barrio londinense de Finsbury. El capricho supuso una buena tajada de mis paupérrimos ahorros, pero estaba decidido a ser escritor y había que apostar fuerte. Vivía en una buhardilla. Era una casa destartalada, llena de inquilinos que iban y venían. Llevaba una vida desastrosa, al borde de la marginalidad. Sobrevivía con trabajos algo exóticos, como el de abrir cartas para una empresa de escrutinio de encuestas, un trabajo altamente especializado, pues mi cometido se limitaba a abrir los sobres y apilar los papelitos que contenían. Después, otro departamento mucho más técnico, contaba los papelitos y los dividía en varias montañitas de papel; nunca logré el ascenso. Trabajé de camarero, paseando perros y cargando muebles. Mi meta, en esa faceta de la vida que consistía en ganarse el pan, era ser jardinero, a tiempo parcial, de algún parquecito londinense. >>seguir leyendo

Cuento de Navidad (1/3)

Aproximándonos a las antípodas de las Navidades, e inspirado por mis paseos por el barrio (que incluye una residencia de la tercera edad), la madrugada fue testigo de cómo fue tomando cuerpo este relato. Lo presento en tres dosis, que espero sean las adecuadas.

Primera Parte: ELISA

Elisa fue una mujer avanzada para su época. Profesora de música y, por supuesto, madre a tiempo completo. Después de enviudar, a unas edades que son más para disfrutar, o cuando menos dejarse llevar, tuvo que volver a reinventarse y sacudirse la tristeza de encima. Siempre fue una mujer de recursos. Hay dos tareas en las que procura esmerarse: Estirar su miserable pensión de manera que pueda vivir con cierta dignidad, y apuntar en una lista la última vez que hizo algo. >>seguir leyendo

Una charla en Úbeda

Cerca de las siete desayuno en Huéneja. No es la primera vez. Media de tomate o de mantequilla. Café largo. Parroquianos que madrugan para ir a cazar. O por salir de casa y dar una vuelta. Sentir el frío. Alguna faena en el campo. También es el lugar en el que recalan los montañeros. Desde allí miran Sierra Nevada, estudian qué corredor hacer, o si es preferible seguir hacia el oeste, en busca de tresmiles, con más nieve y hielo.

Suelo formar parte de alguna de estas partidas, pero la indumentaria que hoy llevo me descalifica para esas hazañas. Zapatos de cordones, camisa. Sin guantes, sin crampones. Esta vez mi destino está más al norte, en Úbeda. >>seguir leyendo

Silencio

Con el paso del tiempo la razón de hacer algo va cambiando. Probablemente la motivación, pasada determinada edad, solo se sostiene en tanto en cuanto hacemos cosas por otros. Ese es uno de los grandes peligros de la soledad. No tener nadie de quien preocuparse. Dejarse. Caer en la desidia más absoluta.

Uno se obliga a madrugar porque tiene que sacar al perro. Se caga en el perro, en el frío y en todo. Pero al final se alegra de tener un perro que agradece que lo paseen.

Uno se obliga a ir al veterinario porque el gato se clavó no se qué persiguiendo grillos por el jardín. De otra manera, puede que prescindiese de la civilización, de coger el coche a las tantas, de ir hasta la quinta moña. Pero por el gato lo que sea. >>seguir leyendo

La zona negra

A finales de los ochenta comenzaban a abrir en Madrid las primeras franquicias de McDonalds. Los chavales de aquella época recibíamos aquello algo deslumbrados ante la posibilidad de saborear el american way of life que veíamos en las películas. Los yanquis exportaban su cotidianeidad a todo el mundo a través del cine y lo convertían en un producto de mercado que deseábamos consumir para parecernos al protagonista de una peli.

Queríamos pedir hamburguesas, patatas fritas y cocacolas enormes cargadas de hielo (eso era muy, muy americano) y llevárnoslo todo en una bolsa de papel, crujiente, arramblando con el máximo de sobrecitos de kétchup y mayonesa. Éramos fácilmente seducibles. >>seguir leyendo

Mi pequeña cirujana

Mientras mi pequeña cirujana se prepara para la operación yo escribo en la cafetería del hospital. Ha estudiado el caso, consultado alguna referencia. Ha discutido detalles con sus colegas. Guantes, mascarilla. La asepsia del quirófano va a juego con unos ojos atentos y vigilantes.

Las diferencias entre ambas situaciones son obvias. Ella salva vidas. Yo trato de salvar mi alma.

Después de muchos días de vacío, de ir en el coche sin rumbo, las cosas empezaron a cambiar.

Salía de casa sin ninguna certeza. Decidía en la rotonda si ir a escribir, dar una vuelta por la ferretería o lavar el coche. Es decir, que no decidía nada. Todo era tan casual que el último pálpito, justo antes de afrontar la rotonda, determinaba los acontecimientos. Estaba a la deriva. >>seguir leyendo

¿Tradiciones respetables?

La lectura de El hambre[1], de Martín Caparrós, me ha dejado muchos cabos de los que ir tirando. Se trata de un ensayo en el que se van alternando los principales escenarios de hambre en el mundo ─Sudán, India, Madagascar, etc.─ junto a reflexiones que ahondan en los distintos factores que intervienen en el problema. Esta mezcla de literatura de viaje, periodismo y ensayo la bordaba Kapuściński y Caparrós no desentona.

Una de las anécdotas que más me llamó la atención tiene que ver con las tradiciones y me llevó a pensar sobre la respetabilidad de algunas de ellas. Cuenta Caparrós lo complicado que es ser viuda en la India. Cuando moría un señor, la tradición (llamada sutee), indicaba que había que quemar a la viuda con él. Los ingleses, esos bárbaros extranjeros llenos de rarezas, opinaban que era una cosa fea, eso de quemar señoras. Ni cortos ni perezosos aquellos invasores decidieron prohibir la tradición. Algo que llevaba siglos funcionando se terminó en 1830 por decreto. >>seguir leyendo

Enciclopedia ilustrada de mis ancestros

Recientemente mi hermano Alfonso acaba de publicar un libro-enciclopedia títulada ‘Historia de mis Ancestros. De los linajes más antiguos, nobles e ilustres de la humanidad’ de carácter biográfico-genealógico.

Se trata de un ebook en formato pdf con ilustraciones de unas 2250 páginas, que abarca desde 3850 aC hasta nuestros días. El recorrido genealógico se acompaña de una revisión histórica de los períodos analizados. Así el libro es también un manual de Historia básica. >>seguir leyendo