Altitud en vena

En el verano de 2010 cumplí un sueño: fui al Himalaya. Y no a cualquier cosa. Nuestra expedición tenía por objetivo hollar un seismil y buscar leopardos de las nieves, así como linces boreales.

Éramos cuatro amigos bien avenidos. Mis colegas son expertos zoólogos que tienen por afición buscar especies que están prácticamente extinguidas. Y eso requiere ir a lugares más bien remotos. Ladakh, entre las cordilleras del Himalaya y el Karakorum cumple con ese requisito. Y con otro muy importante: está a salvo de los monzones, lo que permite ir en verano.

Fueron días de asueto, de alegrías, de respirar, de andar. Fueron días maravillosos dentro de un grupo perfectamente engastado. Un grupo operativo, duro y entusiasta. Solo hubo una cosa que lamentar: aquel verano fuimos los campeones del mundo y nos lo perdimos. Yo juraría que, en uno de aquellos acechos a cinco mil metros, mientras caía una ligera nevada, oí algo así como ¡Iniesta de mi vida! Debió ser el Yeti.

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A la vuelta parí unas notas sobre el viaje. Unas cuarenta páginas que trabajosamente, cada tarde, escribía en una terraza. Llegaba con la bici, me pedía un café americano y me ponía a escribir durante un par de horas. El montón de papeles crecía a la par que lo hacía la curiosidad de las camareras. Por fin una de ellas se decidió a preguntar ‘¿Le gusta escribir?’. Me llamó la atención el tratamiento de usted. Escribir impone.

Le comenté un poco sobre el viaje y mi gusto por la escritura. No dejaba de poner muecas extrañas pero cada tarde me llegaba el café americano sin pedirlo. El tono festivo con el que atendían otras mesas se diluía en cuanto me avistaban. Escribir es serio. No querían espantarme. La cacatúa, yo, estaba bien en su mesa, no molestaba a nadie. Podía ser un buen reclamo para el negocio. Pensaban.

Yo seguía allí posado en la mesa, cada tarde. Garabateando papeles. Estaba a punto de quedarme sin ideas cuando mi amigo Lalo me dio unas cuantas pistas y sugerencias para ampliar el manuscrito.

Terminó el verano. Y yo la primera versión. Estuvo dando vueltas por unos cuantos concursos. La retoqué. La mareé. La corregí. La di a leer. Recabé opiniones. Y por fin me decidí por la autoedición: Si la montaña no viene a Mahoma, Mahoma va a la montaña.

Tratándose de ir a montañas no hay problema.

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Es en este punto de la historia donde entran mis colaboradores habituales. De nuevo Jasten Fröjen maquetó el libro, diseñó la portada, me dio buenas ideas. E integró los mapas de Alfonso Girón, unos planos dibujados a mano que ayudará al lector a seguir las referencias del texto. Del archivo fotográfico de Juan Vázquez salió la portada y de la cámara de Leo un tío fumando en pipa que hemos puesto en la solapa. Las piezas iban encajando.

Almudena y Silvio puntearon las erratas. He luchado contra ellas hasta el último aliento. Todavía quedará alguna pero llega un momento en que hay que imprimir. Aunque sea por el título puede decirse que esto es literatura de altura, pues fue concebida a seis mil metros.

Ya está aquí ‘Altitud en vena’. Esta es la portada:

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