California Dreams. Encuentros en la tercera fase

El motel pertenece a una cadena. No sé si es garantía de algo. Pero es confortable. En el desayuno disfruto con esas pequeñas cosas que parecen formar parte del american way of life. Cafetazos que se pueden rellenar hasta la saciedad. Chocolatinas. Unidades individuales de cereales. Bajan unos tipos y empiezan a sacar hielo de una máquina y a cubrir las cocacolas de una neverita. Sí, el hielo es algo esencial en USA.

Luego llega otro con una bolsa en la que perfectamente puede haber una recortada. Coge un plátano y se va. Con sus gafas de aviador. Un tipo fibroso. Que no dice nada a nadie. Probablemente sea un asesino en serie que va a hacer su trabajo. Todo el mundo tiene derecho a trabajar. Todo el mundo tiene su oportunidad aquí en América.

Blog_194Estoy un poquito irascible después de los acontecimientos de la pasada noche. Me he bajado a desayunar pensando que en cualquier momento una patrulla de la policía va a detenerse delante de la puerta del hotel. Me están buscando, seguro. Yo no tuve la culpa. Pero ellos se limitan a hacer su trabajo. Habrá que buscar testigos. Y un abogado.

Estoy empezando a sacar las cosas de quicio. A pensar demasiado. A darle vueltas y vueltas a las ramificaciones que pudo haber tenido lo de anoche. Y que aún puede tener. Quién sabe. He bajado a desayunar y me he puesto a escribir la historia que llevo meses en la cabeza. Me he puesto con ‘Africa’. Utilizo el cuadernillo y el boli que había en la mesilla de la habitación.

Blog_217rNo doy crédito a lo que ha pasado. Pero ahí están las heridas. Creo que con los apósitos embebidos en yodo va a ser suficiente. No será necesario dar puntos. De madrugada, en la ducha, cuando pude evaluar los daños de la loca aquella, me empecé a asustar. Lo mismo hay que ir a urgencias. Nuestra primera noche en California y en urgencias. ¿Y dónde están aquí las urgencias?

La chica salió de entre unos arbustos. Pidiendo ayuda. Se abalanzó sobre mí, que en esos momentos cerraba la puerta del coche. Le dije que se calmase. Estaba muy nerviosa. Huía de algo. Su aliento a alcohol me puso en guardia. No paraba de gritar. Help! Help!

Lo único que yo acertaba a decir era que se calmase, calm down please (años y años de clases de inglés que se dejaban notar; ¿o debería decir: would you like to calm down please?). A ver si así nos podíamos entender.

Desde dentro del hotelito presenciaban la escena. M trataba de reservar una habitación. Entonces la chica se hartó y quiso entrar en el coche. Yo me interpuse. Teníamos el equipaje desperdigado de cualquier manera. La documentación. Las mochilas. Y la chica descalza. Llena de tatuajes. Macerada en alcohol.

No le gustó mi intromisión. Empezamos a forcejear. No, sorry. Decía yo muy educadamente cada vez que intentaba colarse. Y ella pidiendo ayuda. Intentando apartarme. Las cosas empezaban a desfigurarse. No iba a ser fácil argumentar que ella había salido de la nada y que yo, simplemente, pasaba por allí.

Recordé entonces las palabras de un amigo. Si te ves envuelto en algún lío, o si te para la policía ten las manos siempre a la vista. Allí no se lo piensan. Disparan.

Así que en vez de luchar con ella puse mis brazos bien a la vista. Entre ella y el coche. Por aquí no pasas.

Fue entonces cuando empezó a morderme.

Me dolían las heridas al acordarme.

Aunque al principio no sentí nada. Llevaba una camisa de tela fuerte. Y debajo una camiseta. Eran como pellizcos.

¿Pero qué pasa aquí? Fueron las palabras de M. No puedo con ella. No razona. Quiere meterse en el coche. A ver si me puedes ayudar.

Y la chica a lo suyo. Venga a morder.

Era difícil centrarse en la redacción de África. ¿Por qué no había reaccionado de otra manera? ¿Por qué seguí allí, impertérrito, y no le di una buena hostia? La chica estaba absolutamente drogada. Era muy fuerte, pero también muy vulnerable. No tenía reflejos.

Mientras la descarriada aquella seguía pegando voces y bocados yo me dedicaba a pensar sobre la situación. ¿Y si viene la policía? ¿Y si la dejo entrar en el coche? ¿Y si la muerdo yo también?

Daba un sorbo al café. El sol entraba por las ventanas, borrando el recuerdo. Lo cierto es que la historia dio otra vuelta de tuerca. La posibilidad de plantarle cara se desvaneció. La chica se abrazó a mí y dijo: si no me ayudas voy a gritar y voy a decir que me estas atacando.

Blog_186Cojonudo, pensé.

Noche en el calabozo. A ver cuáles son los cargos.

Y empezó a gritar desaforadamente: Heeeelp! Se abrieron las persianas del motel. Y la noche a tachonarse de lucecitas. La gente se asomaba. Y veían a un tipo, que procuraba extender los brazos todo lo posible (…que se te vean las manos…allí no se lo piensan…en América se producen al día…) y una chica colgada del cuello.

Di que llamen a la policía, le dije a M., que también empezaba a sufrir las iras de la chica. Tirones de pelo, arañazos. Los bocados seguían siendo para mí. Los del hotel asumieron que aquello era una pelea de borrachos y echaron el cierre. Contemplaban el espectáculo a buen recaudo.

A toro paBlog_187sado pensaba que lo mejor fue que no viniese la policía. Al menos no hubo armas. Nadie disparó desde las ventanas. Un guarda de seguridad, enorme, de doscientos kilos, por fin se puso de nuestra parte. Tumbó a la chica en el suelo sin miramientos. Desde el asfalto nos gritaba: Go away, now, go away…

Pero si es que nosotros lo que queremos es una habitación y dormir de una p… vez. Obviamente el gorila no estaba para chorradas, así es que nos conminó nuevamente a salir por patas: Fuck, go away NOW.

Definitivamente aquello era una película. De repente era el protagonista de la escena. M. llorando a mi lado, asustada, perpleja. ¡¡Arranca, pero arranca maldita sea!!

Y yo intentando aprender en unos segundos para qué coño servían todos aquellosBlog_185 botones. Intentando deducir cómo funciona un coche automático. Después de cuarenta horas de viaje. Derrengado.

La chica finalmente se escapó de las garras del oso de seguridad. ¡¡¡Ahhhhhh, que viene!!!

Y yo dando a los parabrisas, al claxon. ¡Pero qué haces! ¡Arranca, que vieneeee! Y entonces la tipa va y abre la puerta y agarra el volante. Y con su eterna letanía: help, help. Los ojos en blanco. Ida. Y me destroza la camisa, y el mapa de carreteras. Y llena de sangre el coche, porque de andar descalza y de los golpazos que se ha ido dando parece que se ha hecho unos cuantos cortes.

Dantesco.

Dejaba el boli al lado y me preguntaba cómo coño había arrancado y salido de allí marcha atrás. Después de que el guarda consiguiese ponerse en pie y se llevase  a la fiera a buen recaudo. Sus dedos pegados al volante, que no quería soltar por nada del mundo.

Yo pensando que en cualquier momento llegarían los polis. Las dos manos en el volante. Que se vean. Tranquilo. Mantente sereno. Y el dolor de las mordeduras que empezaba a sentirse. Manchas de sangre.

Aparqué a unos trescientos metros del lugar de los hechos. No podía conducir así por la interestatal. Había que tomar aire, serenarse. Además la patrulla no hubiese dudado en perseguir a un coche que salía a las tantas derrapando.

No vino nadie.

Nos metimos en el siguiente motel. Traté de componerme la ropa. Los pelos de loco. Traté de ocultar las manchas de sangre. O nos dan cobijo aquí o pasamos la noche en el coche.

La cosa fue bien. El paquistaní de la recepción nos pidió los pasaportes. Yo me reía, como si nada. Deseando ir a la habitación para evaluar los daños.

No pegué ojo en toda la noche. Estaba seguro de que la policía seguiría nuestra pista hasta el hotel. ¿Y qué les cuento?

Tramaba explicaciones entre sueños. Cada una era más retorcida que la anterior.

Los tres cafés del desayuno me fueron calmando. Y escribir. Sobre todo escribir. Todo irá pasando. Ahora hacia Mount Shasta. Montañas. Bosques. Las heridas irán cicatrizando.

 

Un comentario sobre “California Dreams. Encuentros en la tercera fase”

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