Cartas desde Sajama. La cima

Pasamos la última noche en el valle. Gerardo sigue impenitente yendo a su piedra. Rondando por la laguna, caminando sin descanso a ver si el gato se quiere dejar ver.

Amanece y poco a poco me sacudo el frío. Reúno el coraje suficiente para salir del saco. Me pongo el plumón. Abro ‘la puerta’ y me golpea la intemperie. El valle está aun en sombras.

Perezosamente camino hasta el torrente. Aquí ya no hay aportes de aguas cálidas y meter las manos en la corriente para llenar las botellas es doloroso. Nada más enroscar el tapón envuelvo las manos en dos pares de guantes.

Camino lentamente hacia la piedra de Gerardo.

*

Gerardo aprieta los dientes, mira una vez más. Venga aguanta otro rato, se dice. Y cuando el viento le ha sacado el calor que le queda camina apergaminado hacia la roca. Su roca. La que ha elegido como refugio y escondite. Allí se recupera a duras penas. De noche ni siquiera este parapeto natural contra el viento que sopla del collado le sirve. Por la noche no tiene más remedio que caminar para entrar en calor.

Hay que quemar más grasa. Para mantener un calefactor a treinta y seis grados y medio, a esta temperatura, con este viento, hay que echar mucha leña al fuego. Aunque el plumas contribuye a guardar ese calor, poco a poco se pierde.

Gerardo en su piedra, untando nocilla

*

No hubo suerte. Volvemos al pueblo de Sajama para intentar subir el Parinacota. Nos pertrechamos en un hotel que alquila material. Aquello es un desastre. Todo está bastante deteriorado. No hay más que ver la mezcla de bártulos y el desorden reinante para entender el estado en el que se encuetran las botas, los crampones, en fin, todo.

Afortunadamente dos de los tres pares de botas existentes nos pueden servir. Gerardo está contento con las que le han dado. Cuatro tallas más. Dice que así llegará antes.

Desastroso almacén de material

Julen dice que es mejor alquilar el material en La Paz. Es lo que ha hecho él. Julen es un vasco de estos cuadrados. Un tipo grande y fuerte que viene de subir un 6200. Nos pregunta sin puede unirse a nuestra expedición para ahorrar gastos. Y nos parece muy bien. Así la cordada será de cinco, incluyendo dos guías.

Los guías y Julen se sorprenden de que no llevemos un infiernillo para calentar agua o cocinar. A nosotros nos vale con volver a llenar los tapers de arroz y huevos fritos. Comida seca, nos dicen. Sí, pero beberemos agua para que no se nos atragante.

*

Empieza la cuenta atrás.

Desde el todoterreno que se acerca al campamento base, la cumbre del Parinacota se va agigantando. Perdemos perspectiva. Comento con Julen las posibilidades de la ascensión. Me asegura que menos de siete horas para subir es imposible. Eso si la nieve está bien. Nos vamos hidratando. Este Julen sabe del tema. Ha subido el Aconcagua. Le gusta mucho viajar por Sudamérica ligero de equipaje y después alquilar lo necesario e ir coleccionando seis miles.

Vista del Parinacota, muy cerca del campamento base. Hay que subir al piquito de la derecha

Montamos el campamento base. Serán pocas horas. Llegan esos momentos de intranquilidad. En los que es necesario guardar reposo, comer bien, beber agua. Pero los nervios apenas me dejan dormir. Estoy deseando ponerme en marcha. Tengo localizadas las cosas que hay que subir. Repaso el orden de lo que hay que hacer antes de salir.

No duermo. Me giro de un lado a otro.

A las doce oigo como Julen sale de su tienda. Se preparan. Se oyen cremalleras. Se oye el rumor serio del camping-gas, calentando agua. Frío. Las narices moqueando.

A la una salen.  Nuestro guía sigue roncando.

Campamento Base. 5100 m.

*

Salimos a las tres. Tenemos que dar un arreón de 1.200, que es mucha tela a estas alturas. El guía es parco en explicaciones. Nos dice que si el ritmo es muy alto, o nos estamos ahogando, que le avisemos.

Como no decimos nada pues decide parar cada hora. Caminamos de manera muy compacta. Es noche cerrada y eso por un lado ayuda. Es imposible hacerse una idea de donde está la cima. De cuanto falta. Cada poco miro el altímetro. Van cayendo los metros.

Me ha costado que las manos entrasen en calor. Iba con los guantes finos, llevando el piolet. El acero congelado me ha dejado los dedos como estacas. Menos mal que los calentadores que he metido dentro de los guantes funcionan bien.

5.800 y bien. Pasamos a Julen. Y poco después empiezo a sufrir de verdad ¿Era esto lo que quería?

Por fin me decido a decirle al guía que un poquito más flojo. Él ya se había apercibido de que me iba quedando rezagado. Como llevo las piernas muy cansadas estoy abusando del piolet. Eso ha hecho que tenga un dolor de espalda tremendo. En las paradas aprovecho para estirarme.

Gerardo va como si nada.

Empiezo a pensar que a lo mejor no llego. Siempre me queda ir más despacio. Parar más. Pero es que voy acercándome al límite. Y hay un detalle importante. No se trata de llegar cómo sea a la cima. Después hay que bajar.

Me sigo deteriorando. Hay un hueco cada vez más grande entre mi posición y la de Gerardo y el guía. Quedan 150 metros según el altímetro. Hay unos quince bajo cero y la nieve está perfecta. Afortunadamente el viento está en calma. Empieza a amanecer. ¡Qué barbaridad de paisaje!

Amanece cerca de la cumbre

Me decido por una estrategia algo arriesgada. Voy a poner el pie en la huella que deje Gerardo. Nada más que levante el pie, meto yo el mío. No puedo seguir a rasras. Separado del grupo y desmoralizándome. Voy a ir a ese ritmo.

El guía, a partir de los 6000 está parando con bastante frecuencia. No soy el único al que le cuesta respirar.

Miro al suelo. Me concentro en la pisada. Vamos haciendo zetas. Progresando por el cono volcánico, que tiene una pendiente considerable. No se considera esta una subida difícil. Ahora bien, como pierdas pie vas para abajo y no te frena ni dios.

He llegado, me digo. ¡¡¡¡He llegado!!!! ¡¡¡¡He llegado!!!!

Nos abrazamos. Tiramos unas fotos. Registro en el GPS el punto más alto en el que he estado jamás.

Sueño cumplido

El monótono descenso nos termina de vaciar las piernas. Ya en la parte más baja la ausencia de nieve nos deja ver las cenizas volcánicas. Verdaderamente es una suerte que la cota de nieve esté tan baja. No quiero ni imaginar la paliza que tiene que ser escalar esto hundiéndote en el barro que forman las cenizas.

En la cima. 6348 m.

Llega Julen. Reventao. Como yo.

Deshacemos el campamento. La tarde la pasaremos tomando una cervecita en las aguas termales.

3 comentarios sobre “Cartas desde Sajama. La cima”

  1. Enhorabuena Jaime, he seguido día a dia tus peripecias hasta alcanzar la cima. Espero tener la oportunidad de felicitarte y conocer tu experiencia en directo cuando regreses y te des una vuelta por Madrid. Cada día miraba el blog para “vivir” de lejos tu extraordinaria aventura. Felicita al resto del equipo. Besos, Inés

Responder a Inés CalvoCancelar respuesta

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