Si algo muestra este libro es que la guerra es un despropósito, y una guerra civil –que es un enfrentamiento fratricida- es el despropósito de los despropósitos. Tanto que, como reflejan muy bien las historias de este libro, la guerra se convierte en una caricatura, y no te ríes a mandíbula batiente por respeto a los cientos de miles de muertos (una sensación parecida al ver La vida es bella, de Roberto Benigni).
Una de tantas injusticias resultantes de la Guerra Civil Española (¿en mayúsculas?) fue el destierro del periodista sevillano Chaves Nogales que murió en Londres en 1941. Por supuesto fue tachado de rojo revolucionario, una afirmación que nada tiene que ver con lo que él mismo escribió en el prólogo de este libro:
«Yo era eso que los sociólogos llaman un “pequeño burgués liberal”, ciudadano de una república democrática y parlamentaria (…). Ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas (…). Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista.
»En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y la crueldad (…). Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban en España. Los caldos de cultivo de esta nueva peste nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales».
Podría seguir reproduciendo páginas de A sangre y fuego, pero en esta breve reseña simplemente se trata de llamar la atención sobre esta obra y su genial autor.
La guerra devoro a miles de personas ecuánimes. Es el poder de la violencia sin control: se traga a las personas que osan interponerse entre dos extremos radicales. Extremos que se nutren de la injusticia y crecen en número hasta aniquilarse.
No tengo a mi abuelo materno como un prodigio de mesura. Sin embargo le recuerdo una frase definitiva sobre la Guerra Civil, a él que fue combatiente del lado vencedor –el otro abuelo fue camillero en el bando republicano-: nunca puede volver a haber una guerra entre hermanos.
Pues eso.
Los hermanos muchas veces no se aguantan, pero que se maten está feo.