Harmusch

Son tiempos de crisis. Soplan vientos de cambio. Crisis, crisálida. Metamorfosis. Cambio. Es el momento de reinventarse y de reivindicarse. La oportunidad de juntar de una vez por todas lo que a uno le apasiona con la manera de ganarse la vida.

Probablemente sean conceptos condenados a no llevarse bien. Y nunca un trabajo se pueda conciliar con lo que se hace por diversión y, por tanto, gratuitamente (o pagando por ello).

Pero, como venía diciendo, son tiempos para la utopía y conviene salirse de esos raíles que nos dijeron llegaban a un lugar llamado felicidad. Hemos visto que no van a ninguna parte.

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Es el contexto vital de muchos compañeros. Me refiero a mis colegas zoólogos y, por extensión, a investigadores de diverso pelaje y condición. Gente muy capaz, diestra, bien formada, motivada y competente. Con ideas e iniciativa y cuyo premio es estar sentado en los bancos de la oficina de empleo más cercana.

Son estos mismos biólogos los que llevan toda su vida al acecho de fauna silvestre. Controlando nidos de rapaces, buscando reptiles debajo de las piedras, explorando recovecos del terreno, siguiendo las huellas de grandes carnívoros, censando aves esteparias.

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Su radio de acción empezó siendo el monte mediterráneo, que les pillaba cerca de casa. Después llegaron aquellos iniciáticos viajes por las montañas del norte. Los Picos de Europa, los Pirineos. Frescos hayedos colmados de hojarasca en descomposición. Donde se afanaron por detectar las especies emblemáticas que vieron en ‘El Hombre y la Tierra’, verdadero punto de partida de varias generaciones de naturalistas.

Luego cruzamos a África. El vecino Marruecos ha sido un lugar en el que dejar volar la imaginación y hacer kilómetros. Después nos cruzamos África. Recorrimos ambientes tropicales en Sudamérica. Llegamos hasta el Himalaya.

Con la edad ganamos en experiencia y sistematización. Se iban acumulando años de observaciones. Montañas de datos que poco a poco van viendo la luz.

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Nos fuimos especializando en buscar especies al borde de la extinción. Las encontramos donde no debían estar. Rellenamos algunas de las cuadrículas en blanco de los Atlas de fauna. Todas las vacaciones, todos los ahorros, se invierten en expediciones autofinanciadas que nos reviven.

Particular relevancia, por el número de viajes realizados hasta la fecha, tiene el cuadrante norte del Sahara Occidental, un área de 20.000 km2 comprendida entre el bajo río Draa, los montes Aydar y la Sequiat Al Hamra. No ha sido aleatoria la elección del lugar. La zona ya fue señalada como de alto interés por el famoso biólogo José Antonio Valverde[1].

Los violentos enfrentamientos bélicos que se produjeron entre Marruecos y el Frente Polisario, junto con lo hostil del ambiente, árido y abrupto, y las escasas vías de comunicación y poblados, han permitido que algunas zonas de esta amplia área actúen como refugio de la fauna sahariana más significativa.

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Los hallazgos han sido relevantes y ello nos animó a proceder de una manera más formal (esperemos no cagarla). En efecto, hemos topado con algunos obstáculos que nos han decidido a dar un nuevo paso. Necesitamos una cobertura legal para nuestros propósitos.

A título personal es complicado llevar a cabo según qué cosas. Entrar en Parques Nacionales cargado de cámaras trampa es difícilmente justificable y aunque es posible hacerlo ─a los hechos me remito─ los hallazgos y descubrimientos no se pueden divulgar so pena de cerrarse puertas para siempre.

En este contexto nace Harmusch (nombre en hasanía de la gacela de Cuvier), una asociación naturalista que nos sirve como figura legal para obtener permisos científicos y realizar colaboraciones con grupos de investigadores en India, Marruecos y España.

Ahora el reto es no perder el espíritu festivo y alegre que siempre ha rodeado estos viajes en busca de fauna. Veremos.

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[1] Valverde, J.A. (2004). Sahara, Guinea y Marruecos. Expediciones Saharianas. Memorias de un Biólogo Heterodoxo. Tomo III. Ed. V & V, Madrid.

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