Conduzco el coche de empresa. Presto atención al móvil, también de la empresa, convertido en un mapa que me debe guiar hasta las oficinas de unos nuevos clientes. He empezado una nueva vida. Desayuné aprisa y con el sabor del café en la boca he abierto con el mando a distancia mi nuevo vehículo.
Voy despacio, atento a las señales, a los peatones, al tráfico. A pesar de que conozco bien la zona, no me permito ir con la soltura habitual. Me parece ver señales nuevas, semáforos que antes no estaban, anuncios que nunca vi, incluso alguna nueva edificación que brota de esos huertos abandonados en los que solo quedan saltamontes y hierbas a las que se tiene la discutible costumbre de apodarlas como ‘malas’.