Mientras mi pequeña cirujana se prepara para la operación yo escribo en la cafetería del hospital. Ha estudiado el caso, consultado alguna referencia. Ha discutido detalles con sus colegas. Guantes, mascarilla. La asepsia del quirófano va a juego con unos ojos atentos y vigilantes.
Las diferencias entre ambas situaciones son obvias. Ella salva vidas. Yo trato de salvar mi alma.
Después de muchos días de vacío, de ir en el coche sin rumbo, las cosas empezaron a cambiar.
Salía de casa sin ninguna certeza. Decidía en la rotonda si ir a escribir, dar una vuelta por la ferretería o lavar el coche. Es decir, que no decidía nada. Todo era tan casual que el último pálpito, justo antes de afrontar la rotonda, determinaba los acontecimientos. Estaba a la deriva.