El olor a café recién hecho de las casas vecinas se filtraba hasta el dormitorio. Habían pasado la noche abrazados, resguardados bajo el mullido edredón de plumas del frío que emana de las baldosas. Alberto se despertó temprano, al alba, por su costumbre de madrugar, y también porque, últimamente, va necesitando menos horas de sueño. Es uno de los síntomas, junto a los cañones blancos de su barba, de que tiene una edad. Se quedó en la cama, inmóvil, no quería despertarla. Olía su pelo. Le calmaba escuchar su respiración, tan pausada y distante de todo.