La patrulla rural comienza la jornada con la desidia propia del que está asentado en una rutina que parece milenaria. Recorrer carriles polvorientos entre olivos y viñas. Un paisaje devastado por la codicia. Apenas quedan algunas chaparras, todas en lugares inaccesibles, rocosos, poco aptos para la agricultura. Que si no ni eso quedaba. También se empeña en crecer, al borde de arroyos en estado vegetativo y acequias que pierden agua, un reguero de follaje residual: desordenados cañaverales, espinosas zarzas.