2.Pineta
Desmontamos la tienda a las seis de la mañana y desayunamos en la mesa de picnic en la que hace tan solo unas horas hemos cenado. Gerardo apenas ha dormido, pero tras la paliza de coche no pudo resistir la tentación de explorar los alrededores a ver si caía el primer carnívoro de la lista. Podíamos ver hasta diez, nos dijo, siendo el avistamiento más apreciado el del armiño.
Los primeros excursionistas del día pasaron con sus frontales. Al poco llegó el guarda y nos sentimos aliviados de haber desmontado el campamento. La multa hubiese desnivelado nuestro raquítico presupuesto. Gerardo come como si el mundo se fuese a acabar y, de verle devorar con tanto entusiasmo, a Eduardo y a mí nos entra gazuza. Seguirle el ritmo es complicado: tres huevos duros, cuatro napolitanas, media hogaza con nocilla, un plátano, un litro de zumo, un té o dos, si te descuidas te come un brazo. Vaya, parece que tengo un apretón, anuncia, desapareciendo entre los arbustos con un papelillo en la mano. Come y caga como si fuese uno de los mustélidos que tanto le gusta observar. Es de tránsito rápido y podría volver a desayunar otro tanto. Eduardo y yo, con la mitad, no nos podemos mover. Para colmo nuestras tripas no son tan eficaces como las suyas. Hay que joderse y subir con un lastre extra poco agradable. >>seguir leyendo
1.Unas vacaciones inesperadas
Los Pirineos eran una quimera de dudoso perfil vistos desde el mar de Alborán. El verano, que pudo haber sido más cruel, convertía Almería en un destino turístico. La vida se concentraba a orillas del mar, donde el confuso bullicio y la arena caliente -descomunalmente pisoteada- me retraían a las sombras del hogar. Allí saboreaba esperanzado el fresco mañanero pero antes del mediodía el calor había colonizado todos los recovecos y mi buena disposición claudicaba. Entonces, buscaba con ansiedad pronósticos del tiempo que desactivasen el viento de levante. >>seguir leyendo
Cuando conocí a Luis mi vida cambió. Hasta entonces yo dormía en el suelo. Me daba pereza montar la tienda. Y la mañana siguiente, con el frío, plegarla y enrollarla. Con esa humedad del desierto. La arena pegada. Buf. Ni pensarlo. Mejor vivaquear. Viendo las estrellas, fumándome una pipa. Estaba el inconveniente de la arena, que cuando sopla el viento se convierte en un improvisado peeling de lo más efectivo.
Gerardo y Javi tenían razones más prácticas que yo para dormir en el suelo. Caminan de noche. Llegan a las tantas y se vuelven a levantar antes del amanecer. Con ese trasiego la tienda es un engorro. Prefieren echar el saco sobre el pedregal, o el mullido fondo de un oued. En una de esas Gerardo vivió una intensa experiencia soportando una tormenta de arena. Durante horas aguantó en posición fetal los furiosos embates del vendaval. Con suerte en este viaje podría probarlo.
Pero como digo mi vida cambió cuando conocí a Luis, un herpetólogo ─estudioso de los herpetos: reptiles (y por extensión anfibios) ─ que formaba parte del Grupo Salvaje. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.