Mohammed y sus sandías

Mohammed sonríe ufano. Está acuclillado. En su campo de cultivo. Los terrones de arena oscuros por la humedad todavía conservaban su estructura compacta. Y eso que hacía varios meses que habían arado. No se han disgregado. Y es que aquí llueve poco. Mohammed sigue sonriendo cuando se le pregunta por su cosecha. La sonrisa, bajo un bigotazo espeso de aspecto mucho más recio y saludable que la desdentada dentadura, se convierte en una explosión de entusiasmo.

No sé lo que dice. No le entiendo. Un improperio de sonidos guturales acompañados de exagerados ademanes y una mirada de tío loco que, empiezo a pensar, puede desembocar en una escena violenta como le dé por arrancarse con el azadón. Pero por lo que traduce el intérprete no parece estar enfadado. Sino muy contento. Lo que pasa es que es un tipo muy vehemente este Mohammed.

Que lo mismo ni se llama Mohammed. Le he puesto ese nombre porque el protagonista de la historia algún nombre tiene que tener. Y estando en territorio marroquí es fácil acertar si se le llama Mohammed.

El motivo de satisfacción del tal Mohammed es su cosecha de sandías y patatas. Las va a vender y se va a forrar. Y luego pondrá más. Intentará hacerse con algo más de tierra y así conseguir una cosecha aun mayor. Su ambición parece no tener límites.

Mohammed muestra orgulloso su campo de cultivo fertirrigado con la última tecnología. A la derecha una sandía en detalle.

Pero sí. Hay un pequeño problemilla. Y tiene que ver con la localización geográfica de la plantación de sandías. Está al borde del Sahara. Llueve muy poco. Poquísimo. Unos 50 milímetros al año[1]. Y las sandías necesitan entre 200 y 350. Y bien dosificados. Como tres milímetros al día. No vale que le caiga el agua en dos o tres chaparrones. O que se tire cuatro años sin llover, como ocurre aquí.

¿Cómo ha solucionado esto Mohammed? Haciéndose un pozo y montando una red de riego por goteo. Es eso lo que le hace tan feliz. Tener agua a espuertas. Después de años y generaciones arrastrándose por el polvoriento desierto. Yendo con los dromedarios y las cabras de arbusto en arbusto. Persiguiendo cualquier mínimo atisbo de materia vegetal que pudieran ramonear las bestias. Repartiendo el agua que subían del pozo artesiano entre rebaño y familiares.

Y ahora, aprovechando algún proyecto de desarrollo del Gobierno tiene la posibilidad de sacar toda el agua que quiera. Esboza la sonrisa de la victoria. Siglos de privación le sacan una actitud arrogante para explicar –a través del intérprete- que tiene el riego funcionando veinticuatro horas al día. Es decir, siempre.

Pozo artesiano situado en un cruce de caminos y que sirve a los nómadas como punto estratégico. A la derecha: día de lluvia en los límites del Sáhara.

Estamos en la cuenca de Oued-Mird, un ‘afluente’ del Draa. La ciudad más cercana es Zagora, que es donde nos alojamos. Hasta aquí nos ha traído un proyecto de investigación, denominado DeSurvey, cuyo propósito es estudiar casos de desertificación por el mundo -para ver si sacamos un hilo argumental común- y evaluar la degradación que ha tenido lugar.

Nos ha tocado lluvia, lo cual desvirtúa un poco la situación habitual de la zona. Sin embargo no hay mal que por bien no venga porque estas condiciones nos permiten observar cómo se comporta el sistema en su máximo.

Y lo que vemos son algunos charcos. Un reguero que recorre el Draa. Y nada en Oued Mird. El agua que ha caído ha sido absorbida por el arenoso suelo. Parte de ella queda atrapada en lo que se conoce como acuífero aluvial. Esto no es sino un material poroso constituido por rocas y material fino que atrapa entre sus intersticios al agua superficial que se ha filtrado. El acuífero[2] ocupa el fondo del valle y ahí también va a parar la lluvia que cae en las montañas que delimitan la cuenca.

Tradicionalmente este lugar ha dado un escaso rendimiento económico al ser humano. La única manera que durante siglos se encontró de sacarle algún partido era el nomadismo. Ir con animales que rumian cualquier cosa y que son resistentes a la sed y el calor. Y el propósito de los nómadas es aprovechar estos recursos gratuitos y transformarlos en animales vivo, su reservorio de riqueza[3]. En otras sociedades, en otros tiempos, los seres humanos nos hemos preocupado por acumular capital o pisos. Los nómadas acumulaban el máximo número de animales posible. Y daba igual su estado. El caso es que se mantuvieran vivos. Un nómada es más o menos rico en función de los animales que tiene.

Un pastor en su recorrido por el secarral de Oued Mird. Normalmente conducen rebaños mixtos de dromedarios y cabras. En su búsqueda de comida estos animales –y el pastor- pueden hacer sesenta kilómetros diarios. A la derecha unos dromedarios ramoneando la dura acacia, una de las pocas especies arbóreas que sobreviven a las duras condiciones imperantes.

Y así fue durante muchos años. Siguiendo las erráticas lluvias. Buscando las manchas de pasto que eran efímeras. Volviendo a los inverosímiles bosquetes de acacias que sobrevivían al perpetuo calor y la sequedad. Coordenadas secretas que memorizaban y traspasaban a la siguiente generación. Así aguantaron.

En nuestro recorrido por Oued Mird vemos que algunos de los nómadas se han establecido en granjas. Siguen teniendo rebaños que llevan a pastar por la zona. Por eso su vida no es aun completamente sedentaria. Esta agricultura de oasis –que empezó en los años setenta del pasado siglo- es muy completa y se estructura en torno a tres capas de cultivos: el primero a ras de suelo, formado por diversas hortalizas, algún cereal y alfalfa; después están los frutales y como techo las palmeras. Todo esto, sumado a los animales, les permite ser autosuficientes. Además cuentan con la henna y los dátiles como cash crop (de nuevo el inglés nos proporciona una palabra bastante intuitiva) que intercambian en la ciudad por dírhams y así poder comprar cosas como utensilios para poder cultivar la tierra y enseres que no pueden producir por sí mismos.

La existencia de esta vida más terrenal, más ligada a un terreno, pivota sobre el suministro de agua, que sale de un pozo artesiano excavado con mucho esfuerzo. Se hizo a pico y pala, hasta pinchar el nivel freático, a unos quince metros de profundidad. El agua se saca tirando de una polea. Con fuerza humana o animal. Si el nivel del acuífero baja mucho el agua entonces deja de ser accesible y todo el sistema se cae.

Granja autosuficiente en Oued Mir y hojas de henna secándose al sol para su posterior comercialización

Para que eso no suceda, algunos de los nómadas que se habían hecho granjeros han dado un salto definitivo hacia la sedentarización y la seguridad alimentaria. Esto nos permite esbozar el tercer tipo de gente que vive aquí: gente tipo Mohammed.

Uno de los inventos del siglo pasado que han tenido un gran impacto en el bienestar del ser humano han sido los equipos de bombeo y de perforación. Permiten extraer agua de una manera más cómoda y fiable. A medida que pasaron los años se empezaron a hacer asequibles a muchos bolsillos. Y así se fue extendiendo su uso por todo el planeta.

El Gobierno marroquí ha financiado la adquisición de estos equipos. Una vez asegurado el caudal de agua los nuevos granjeros empezaron a apostar por determinados productos, aquellos que se pagaban mejor en los mercados. Dejaron de lado a sus animales y a la panoplia de cultivos que les permitían ser autosuficientes. Se decantaron por la pasta. Como todos nosotros. Al fin y al cabo una manera de acumular riqueza más cómoda. Cabe en un calcetín. O en un colchón. En cambio meter un rebaño de dromedarios en un colchón o intercambiarlo por otros bienes resulta poco práctico. Tiene sus ventajas acumular riqueza en papel. Aunque también tiene desventajas. Por ejemplo que el papel no se come.

Como nuestro trabajo consiste en tratar de averiguar por qué pasan las cosas y cuáles son las consecuencias de utilizar el territorio de una manera u otra empezamos a hacer(nos) algunas preguntas. Algunas son contestadas. Para otras no hay respuesta. Y no es que Mohammed no la sepa. Quizás es que no exista respuesta para algunas cosas.

La primera cuestión es muy obvia. Y consiste en saber si Mohammed anda preocupado por si se le acaba el agua. Que aquí no llueve mucho. La verdad es que el tipo está muy seguro de sí mismo. Ha hecho un pozo que se mete en la roca madre. Un metro. Para que cualquier gota de agua que piense en escapar a la succión de la bomba caiga en ese cilindro tallado en la roca. En cualquier caso si el agua se acaba se dedicará a otra cosa. Lo que le importa es sacarle el mayor partido posible cuanto antes, y después ya veremos. No. Eso de las generaciones futuras no le importa mucho. Él y su familia han sufrido durante muchos años así que ahora es su turno. Por eso se le ve frenético. Con prisa por que crezca esta cosecha para poner otra y después otra. No sea que el agua se acabe. Claro. No es estúpido. Sabe que más gente está poniendo este tipo de equipos de bombeo. Así que cuanto antes se enriquezca mejor.

Desde el punto de vista científico a este proceso de agotamiento de los recursos lo llamamos desertificación. Es paradójico que lo llamemos así. A veces nos sorprende a nosotros mismos. Si esto ya es un desierto ¿cómo es que se desertifica? La razón es que este territorio cuenta con una reserva de agua y el uso intensivo que se le está dando va a acabar con ella. Dentro de unos años no tendrá agua. Ni nada más. La desertificación es un proceso de degradación en la que un territorio pierde opciones respecto a la situación de partida.

Continuamos viaje, recorriendo la cuenca de Oued Mird hacia el sur. Encontramos la otra cara de la moneda del esplendor y prosperidad de la que se enorgullece Mohammed. El agua que ha tardado décadas, sino siglos, en acumularse, se está sacando a un ritmo altísimo. Ya hemos visto que las bombas de agua pueden estar operativas día y noche. Por eso el nivel freático va bajando. Y los pozos menos profundos se secan. El lugar es abandonado y pronto los elementos empiezan a desmoronar las construcciones de adobe, devolviendo los minerales a su disgregación original.

Esa es la consecuencia inmediata. Pero hay otras. Igual que los pozos se secan las raíces de las acacias no alcanzan a un agua cada vez más profunda. Estos árboles tan duros, que aguantan en el límite del desierto, también se secan. Ahora ya no queda nada que ramonear. Ahora empieza a ser un desierto intransitable, sin islas de vegetación en las que se pueda parar a la sombra. Sin un pozo en el que los viajeros o los nómadas puedan calmar su sed.

Granja abandonada tras la caída del nivel freático. Tocón de acacia y acumulación de arena.

En nuestra ruta ‘aguas abajo’ nos encontramos con signos evidentes de degradación. Al establecerse de forma más o menos permanente los rebaños pisotean y pastorean con mucha más frecuencia que antes determinados lugares. Además la recolección de leña para cocinar o calentarse ha acabado con la escasa masa forestal y arbustiva de la zona. Aunque hay una ley que prohíbe arrancar árboles vivos no hay ninguna que impida utilizar la madera de árboles muertos. Así que el personal procede de la siguiente manera: golpeando al árbol, haciéndole cortes, partiéndole las ramas, hasta que está oficialmente muerto y ya se puede talar. La desaparición de la vegetación hace que el suelo se movilice y aparezcan campos de dunas. Nuestros compañeros marroquís están consternados ante semejante espectáculo. Los bosquetes de acacias han desaparecido y las dunas van invadiendo el paisaje. Todo está conectado con el uso desenfrenado de las aguas subterráneas. Sí. Hay degradación. Y es más importante de lo que parece. Porque son los márgenes del desierto los que se rompen. Esas zonas de contención aparentemente improductivas y con pinta de desierto.

¿Dónde está el origen del problema? ¿Es el irresponsable Mohammed, que no le da la gana de cerrar el grifo? ¿O el Gobierno, que es el que le ha dado el grifo? Alguien cuyo pasado es ser nómada no va a tener problemas de adaptación al agotamiento del acuífero. Cuando se acabe desmonta el chiringuito y se va a otra parte. Y al Gobierno esto del medioambiente le da un poco igual. En general a todos los gobiernos. Es una cosa que ‘está bien’, maquilla y vende electoralmente –cuando no hay crisis-, pero que no puede competir con materias como la seguridad o la economía de un país. Es algo menor. Al Gobierno le interesa subvencionar a gente como Mohammed y tenerlos de su parte. Esta zona es fronteriza con Argelia y es mejor, en caso de conflicto, que los nómadas que van de aquí para allá y pueden dar problemas –al fin y al cabo no estaban bajo el control de nadie- estén de parte del Gobierno que los está enriqueciendo.

Otra pregunta relevante es si el deterioro producido es reversible o no. Y si afecta a temas ‘más importantes’, como la economía. Obviamente no parece muy acertado y sostenible cultivar sandías en el Sahara. En pocos años, cuando se vacíe el acuífero, allí no se va a poder vivir ni de las sandías, ni de la henna. Ni siquiera del pastoreo errático. Habrá quedado inutilizado y despoblado. Es probable que el acuífero, al cabo de un par de siglos, se rellene. Más difícil será que las acacias recolonicen el territorio, ya que éstas eran los remanentes de una sabana que hubo aquí en tiempos climáticos más húmedos.

La cuestión de fondo es que el interés por preservar los ecosistemas no tiene como objetivo satisfacer ciertas inquietudes estéticas o morales, sino salvaguardar el sustento de generaciones futuras y actuales. En un lugar como Oued Mird, que parece un desierto pero que está en proceso de desertificación, dilapidar la reserva de agua para regar sandías es una sandez mayúscula. Podría utilizarse de una manera más inteligente. De una manera que no acabase con las relictas acacias y permitiese, de manera indefinida, al menos una forma de vida humilde. Al menos sobrevivir.

Uno de los nuestros prospectando el terreno. No podemos olvidar qué es Oued-Mird: un secarral que afortunadamente tiene una reserva de agua en el subsuelo. Y para terminar el dueño del rebaño de dromedarios, echando un cigarrito.

El uso de los recursos, desde un punto de vista individual, va a ser el que hace Mohammed. Aquí y en cualquier lugar. Cada uno va a lo suyo. Es por ello que la gestión debe de hacerse desde esferas que tengan más perspectiva y objetividad. Por ello la Ordenación del Territorio es un apartado que debería tomarse más en serio, superponiéndolo a decisiones estratégicas como la seguridad, la economía y el autoabastecimiento.

NOTAS

[1] Para que el lector tenga una idea de lo que representa esta cifra en Madrid caen unos 450 mm, en Almería 200 y en Londres 600.

[2] En un cálculo posterior al viaje determinamos que el espesor medio del acuífero es de unos 40 m.

[3] La palabra inglesa para ganado es clara al respecto: livestock. En efecto, se trata de un stock, en este caso en forma de ser vivo

Fotografías de Marieta Sanjuán y Gabriel del Barrio, investigadores de la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC)

El lector interesado puede encontrar el trabajo científico asociado al acuífero de Oued Mird en: Journal of Hydrology 402 (2011) 80–91

Un comentario sobre “Mohammed y sus sandías”

  1. jo, Jaime, qué bien contado! da gusto leerte y entender los conceptos explicados con sencillez, claridad y con un ejemplo bien concreto…por qué no te dedicas una pokita más a esto? pa cuándo la siguiente hornada de “transferencia científica”?

    beso

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