California Dreams. Klamath River

Seguimos el tortuoso camino del río Klamath. Horas y horas de conducción entre bosques de coníferas. Vamos por una carretera bien pavimentada, con muy poco tráfico. Bosques silenciosos. En el interior de la foresta enseguida prosperan las sombras. Flota en el ambiente el aroma de los pioneros. Osos y tramperos. Granjas de mala muerte cobijadas entre el espesor de los abetos.

Nos han recomendado evitar esta carretera. Había otras dos posibilidades. Ir hacia la costa por Redding, siguiendo la autovía. La otra, al norte, atravesando el Grand Pass y después cayendo a Crecent City. Allí se erige un presidio de cierta solera. Deben de encerrar a tipos como Hannibal Lecter. Por las calles merodean yonkis con la condicional. Sin embargo a mi me apetecía estar a un lugar llamado Pelican Bay y entrar en el Estado de Oregon. Una solución de compromiso es esta de seguir el Klamath. Al menos evitaremos los caminos architrillados.

Blog_206Abandonar otra vez la zona de confort supone regresar a la cautela. Ver todo nuevo le hace a uno vivir el presente y desechar automatismos y rutinas. No es que así se sea más feliz, pero desde luego más vital. Echar gasolina vuelve a ser un asunto delicado. Llegar a deshoras al nuevo camping algo comprometedor.

La lluvia ha empezado a caer mansamente. El cielo sucio de nubes se va oscureciendo. Clavamos las piquetas en el mullido suelo que proporciona el flujo continuo de materia muerta que segregan las secuoyas. El goteo pertinaz sobre el doble techo. No somos capaces de encender lumbre con tanta humedad.

Blog_197La mítica carretera 101 atraviesa discurre pegada al Pacífico. Vamos escoltados por gigantescos abetos tojos y secuoyas. En un centro de interpretación del Redwood National Park nos culturizamos un poco. Hay fotos y libros interesantes que hablan de la colonización de California. Hay fotos con pioneros sentados sobre enorme serruchos con los que talaban las gigantescas secuoyas. El centro parece un monumento a la memoria y al arrepentimiento. Mirad qué cosas hacía nuestros antepasados parece ser el mensaje de la exposición. Mirad qué barbaridades.

Para compensarlo, ahora el grado de protección es total. No se aprovecha ni siquiera la madera de las secuoyas que cae al sotobosque de manera natural. Se las deja que se descompongan lentamente. Avanzar por esta selva es casi imposible. Hay una maraña vegetal impenetrable. Si se escarba un poco en el mullido espesor vegetal aparecen escolopendras e insectos que viven en la oscuridad, masticando millones de toneladas de corteza y acículas.

Blog_200Llegamos a la desembocadura del Klamath. Allí el espectáculo es sobrecogedor. Asoman cuerpos de ballenas. Mientras las águilas pescadoras se tiran en picado y las vemos salir con relucientes pescados plateados que faenan en algún árbol cercano. Los cormoranes y los pelícanos retozan y algunos pescadores recorren la barra de arena para hacerse también con algo de proteína.

Comemos en unas mesas de madera empapadas por la humedad de la bahía. Masticamos los sándwiches mientras permanecemos atentos por si vuelve a asomar alguna ballena. Nubes bajas. Bosques. Fresco.

Viendo la costa me acuerdo del libro ‘Dos años al pie del mástil’ y de las descripciones de California cuando empezaba a ser colonizada. Cuando era un paraíso y los barcos venían a llenar sus bodegas con materias primas abundantes y por tanto baratas. El fondo cultural, el fondo de lecturas y películas, realza los matices del paisaje y de los viajes.

Blog_201Dejamos el coche en un rinconcito, bajo aquellos gigantes. Seducidos por el bosque nos internamos en él. Los helechos y los líquenes cubren el espacio que hay entre las secuoyas. Contrariamente a lo que yo pensaba las raíces de estos árboles son muy superficiales. La clave para aguantar tanto peso es expandirse en horizontal y no profundizar. Admiro a los indios que vivían aquí. En un territorio tan puro y tan complicado. Volviendo a las referencias cinematográficas esto parece Avatar.

Blog_195A la vuelta del paseo vemos cristales que decoran la carretera. Uno trata de respirar y hacerse a la idea de que no ha pasado. De que los cristales no son los de la ventanilla de tu coche.  Entre lágrimas y temblores, entre rabia e incertidumbre, nos plantamos en la caseta de los Rangers. Nos han desplumado. Pasaportes, dinero, abrigos. Eso sí, me han dejado el libro que me estaba leyendo. Qué considerados los tipos. Y qué analfabetos.

 

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