California Dreams. Millas

No contestan en el consulado. Salta un contestador para que llames el lunes. El correo electrónico lo rebotan; no existe la dirección que luce en la web de la embajada. No sé porqué ni me sorprende ni me cabrea. Otro detallito más de lo que viene siendo la marca España de torito cojonero, ineficacia y tirar ‘p’alante’ (¡quejque somos campeones del mundo oiga!).

Gastamos la tarde en gestiones que nos dejan hacer desde el despacho de los Rangers. Llamo al teléfono de ayuda que aparece en los papeles de la guantera. Voy dando cuenta del problema a los interlocutores que se suceden al otro lado de la línea. Es un ‘listening’ de los complicados. Me acuerdo de Ronald, mi profesor de inglés durante tantos años. Llamamos a España y a Jacobo, que está más cerca, en Nueva York, y nos tranquiliza además de echarnos una mano. Detallamos las pérdidas. Toman huellas dactilares del coche. Apuntan minuciosamente todo lo que les contamos en una libreta de detective.

Blog_202La denuncia no estará lista hasta el día siguiente. Nos conectamos al wifi del camping, dentro de la tienda, con la lluvia cayendo mansamente sobre las secuoyas y después sobre el doble techo de la tienda. Milagrosamente el ordenador ha sobrevivido al robo. Tenemos que pensar bien nuestros movimientos. Existe la posibilidad de recoger un nuevo vehículo en la ciudad de Eureka, en dirección opuesta a la caseta del los Rangers.

Tener la denuncia es impepinable. Es el único papel que nos hace legales en el país. Sin él, además, no nos van a dar otro coche. Es fin de semana. A las dos cierran el concesionario. Esbozo en un papel un esquema a partir del gmaps. Espero poder llegar. El trazado cuadrangular de las ciudades norteamericanas simplifica bastante el problema. Además cada calle tiene su nombre.

Me encuentro a gusto en la precariedad. En la complicidad que ofrecen los problemas comunes. Saboreando el café caliente. Una tarta de chocolate. Consultando mapas y contemplando el tiempo borrascoso. Dando pasos muy poco a poco. Saboreando instantes cuya calidez de agiganta en este contexto de contrariedades.

La gente escucha nuestra historia con cierta pena. En los comercios se muestran precavidos. Cuando les dices que aun conservas una tarjeta de crédito se relajan. En una tienda de ropa de montaña incluso nos hacen un 5% de descuento. Ayuda humanitaria.

Blog_196En Eureka llueve. La costa está brumosa. Poco a poco las cosas se van recomponiendo. Iniciamos nuestro largo viaje hacia Yosemite. Antes pasaremos por Sacramento. Casualmente nuestros buenos amigos chilenos viven en esa ciudad y el gran Cecil nos espera con los brazos abiertos.

Allí descansaremos, relataremos nuestras peripecias y nos sentiremos como en casa. Después de tantas situaciones hostiles, después de tanta intemperie y zarandeo emocional.

Atravesamos paisajes de transición. Hacia el interior el calor vuelve a hacer acto de presencia. Cielos azules, campos de cultivo. Gasolineras y cafetazos de medio litro para llevar. Escucho la música que me ha pasado Nuria. Conduciendo por las interestatales de California parece que Mumford and Sons, el blues y Big Mama Thornton suenan mejor, con otros matices.

Blog_204En el casino de Sacramento descubro materia prima para un nuevo relato. Lo titularé ‘El Cielo’. El casino de Sacramento es algo inesperado en un Estado en el que está prohibido el juego. De hecho es en Nevada donde se ha refugiado la industria de las máquinas tragaperras y el póker. El casino de Sacramento reúne varios elementos interesantes.

Desde lejos parece una prisión federal. Está construido sobre unos terrenos que pertenecen a los indios nativos. Y por ende esos terrenos tienen una legislación especial. Se puede jugar, fumar, beber. Es como si por pertenecer a los pieles rojas el legislador ha deducido que son unos salvajes y por tanto ahí se puede hacer cualquier cosa.

Blog_219Lo realmente sorprendente está en el interior. Una sala enorme llena de maquinitas y lucecitas. Ruido de tragaperras. Fichas de colores. Pasta.

Llama la atención que los usuarios sean dúos. Una mano temblorosa, llena de venas endurecidas introduce quarters con una alegría que contrasta con la decrepitud del ser que hace por sostenerse sobre el bastón o el andador. Siguiendo la cánula que se inserta en la otra mano llegamos a la enfermera que sostiene el gotero del jugador.

Es impresionante la codicia que se ve en los ojillos de aquellos viejos y viejas que luchan con todas sus fuerzas por fundirse el patrimonio, pero que a la vez desean con toda su alma que les toque el premio más gordo para seguir allí, echando moneditas, eternamente. Algunos, incluso, que han medio perdido la cabeza creen que, efectivamente, están en el Cielo. Y ya va a ser así siempre.

De vez en cuando la enfermera recibe un quarter de propina y le seca las babas al ludópata que tiene a su cargo, que echa espuma por la boca porque lleva ya media hora sin que le toque.

La vida está llena de relatos.

 

 

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