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La ITV

Cada vez que acudo a pasar la ITV me invade una incómoda sensación que me recuerda a la angustiosa experiencia universitaria en la que voy a examinarme de una asignatura que no he estudiado. Acudo con una actitud sumisa, siguiendo meticulosamente las instrucciones. Pagando el recibo, lo que sea, por adelantado. Como el que va al susodicho examen cuidando los únicos detalles que puede controlar: llevar dos bolis que escriban, un lápiz afilado por si acaso, y una goma para borrar los errores que se sabe uno va a cometer. También un botellín de agua y el DNI. En fin, los accesorios que se recomiendan. Una vez que llegaba el papel en blanco, la situación escapaba a mi control, y lo único que podía hacer era especular y tratar de recordar algo de lo que el profesor había dicho en clase. Algo parecido a cuando por fin el coche se sitúa en la cola que ha anunciado el cartel luminoso apenas legible con el resplandor del sol (cualquiera le dice al tipo tras el mostrador que no se ve un carajo). Calladito y a la fila, que lo principal es no cagarla, no descartarse, que sean los acontecimientos los que decidan. >>seguir leyendo

El coche

Nunca fue el típico niño al que le apasionasen los coches. Por imitación, por no sentirse excluido, corría con sus amigos a asomarse a la ventanilla de los coches aparcados en la calle y, al percatarse de que el velocímetro tenía una rayita que ponía ‘220Km/h’, exclamaba asombrado: ¡Hala! ¡Qué pasada chaval!, sin llegar a comprender el verdadero alcance de la cifra.

Heredó un Peugeot 205. Fue su primer vehículo. No lo cuidaba mucho. Era algo práctico. Le llevaba a la universidad. Le servía para conocer los alrededores de Madrid. No estaba pendiente del mantenimiento. Lo básico. Llenar el depósito de agua para los limpiaparabrisas. Lavarlo de vez en cuando. Un día, en la recta de Olmedo, camino de Valladolid, le reventó la junta de la culata. Entonces se vio obligado a comprar su primer coche. >>seguir leyendo

Papá, quiero ser biólogo marino

Segunda entrega de la serie “Respirando salitre. Historias de un buzo’. >>Lee aquí el primero

Por J.M. Valderrama & David Acuña

Elegir una carrera universitaria era la tesitura que se nos presentaba con el paso a la mayoría de edad. Probablemente le dábamos más trascendencia de la que tenía, aunque eso siempre es sencillo afirmarlo cuando se está contemplando cómodamente el vórtice de la tormenta y creemos que lo realmente difícil es lo que nos sucede ahora.

Sí, había llegado el momento de dar una respuesta seria a eso de ¿qué quieres ser de mayor?, aunque muchas veces la pregunta se la formulaba uno interiormente con un sesgo que denotaba cierto afán por agradar o, al menos, corresponder con las expectativas irremediablemente creadas en torno a él: ¿qué debo ser de mayor? Imperceptiblemente ya se habían tomado algunas decisiones al respecto, inclinando la formación secundaria hacia las letras o las ciencias, decantándonos por unas aficiones u otras, respirando un determinado ambiente familiar. La pregunta podía ser otra muy distinta ¿Seguir estudiando? >>seguir leyendo