Cartas desde Sajama. Entre pumas y geiseres

El nuevo campamento está a 4400 m, junto a los geiseres. Aprovechamos esta fuente de calor para varias cosas. Nos hemos hecho una infusión con las aguas salobres y la hoja de coca que conseguimos en Sajama. También rellenamos botellas con el agua caliente y nos la metemos entre los jerseys, dentro del saco. Es bastante reconfortante.

El valle de los geiseres en su parte baja

Los geiseres son pozas de aguas limpias. Agua que mana de un agujero inquietante. Si uno se cayese ahí dentro lo mismo llegaba al centro de la Tierra. Eso sí, llegaría escaldado.

Seguimos comiendo muy poco. La comida principal es el bocadillo de nocilla. La provisión de panecillos es de uno por persona y día. El lomo y el queso se comen sin pan. Los días de fiesta con quicos.

*

Subimos el valle hasta el final. Allí nos topamos con la frontera chilena (4850 m) y una bonita laguna. Es un lugar que destila paz. El viento sopla ligeramente en el collado pero apartándose un poco de allí, entre unas piedras, se está de maravilla, tomando el sol, contemplando los quehaceres de los patos. Hay también gansos. Los patos son una especie de fochas que tienen el nido (un montón de barro y cañas) a pocos metros de la orilla para que los huevos y los polluelos estén a salvo del zorro y el gato. Cuando nos detectan saltan del nido, se tiran al agua, y cada progenitor huye en una dirección, armando una escandalera perturbadora.

En la frontera con Chile

Laguna al final del valle, ya en territorio chileno

Nos han dicho que no pasemos de la frontera. Parece ser que está minada y de ahí para delante, hacia otras dos lagunas encimeras, es necesario ir con guía.

*

En la parte baja del valle, cerca de donde hemos puesto la tienda, tiene el pastor su cabaña y su ganado. Unas trescientas cabezas entre llamas y alpacas. Dos perros le ayudan a llevar el ganado, y ladran si se acerca el puma. A nosotros nos alegra que el puma baje de vez en cuando a cazar, pero para el pastor es un continuo quebradero de cabeza.

Cabaña del pastor, nuestro vecino

Esta mañana, al subir hacia el collado, le hemos visto sacar las llamas y llevarlas valle arriba. La misión de estos cuadrúpedos en esta vida es arrancar hierba fresca. Mascarla, rumiarla. Al caer la tarde vuelven al corral. Un corral precario que no es el original de piedra. Una valla metálica de la que el pastor ha colgado botellas y atado cintas de plástico. Con el viento, y a la luz de unos focos que alimenta con energía solar, aquello adquiere un aspecto amenazante, fantasmagórico, cuya misión es aterrorizar al puma.

*

‘Tío, tío, despierta’. Oigo a Gerardo gritar en cuchicheos. Mientras el familiar sonido de las cremalleras abriendo las puertas. Entra aire de la noche. Gélido. El vaho de Gerardo, bajo la luz del frontal. ‘Tío ¡¡un puma!!’ Tardo ‘ná y menos,’ como dicen en Almería, en salir del saco calentito y meterme en las botas. ‘Corre, está junto al cercado de la llamas. Creo que ha matado una.’

Andamos deprisa, con los frontales apagados. Procurando no tropezar. Y sobre todo procurando no caernos en un burbujeante geiser. Sería una pena. Ahora justo que tenemos el puma a huevo.

Gerardo se lo ha tropezado cuando bajaba por tercera vez de la laguna. Lo que yo he hecho durante el día y me ha dejado baldado, dando boqueadas dentro del saco, Gerardo se lo ha hecho ya tres veces, desaforado, pegando linternazos por el valle, tratando de buscar los ojillos de un gato de cinco kilos en la inmensidad. Cuando venía para la tienda ha visto unos ojos que le resultaban familiares. Era un gato. Pero más grande. Ha visto a la fiera en una ladera, entre piedras y arbustos. Después ha venido a avisarme. Al pasar junto al corral ha escuchado un lamento. Un grito que quería y no podía ser. El puma estaba matando cuando Gerardo ha aparecido por ahí.

De vuelta al corral el puma estaba tumbado, metiendo sus poderosas mandíbulas en un cuerpo desmadejado. El resto de llamas se ha retirado a una distancia prudente. Miraban el espectáculo con temor y alivio. Nosotros estábamos detrás de las llamas. Alumbrando al bicho, que estaba a menos de cincuenta metros. Los perros del pastor no paraban de ladrar. Inútilmente. Las luces que el pastor tenía que encender estaban apagadas. Parece que no está. Sin embargo hay una bici en la puerta. O está en el pueblo o está mamado, porque es imposible que no oiga el escándalo ni vea nuestras luces.

Es emocionante y acongojante estar al lado de esta bestia. Se está zampando la llama como si nada. Es un bicho precioso. Musculoso. Es pura vida. Gerardo, inquieto, analiza el terreno. Está intentando ver cómo aproximarse un poco más.

Ante nuestras maniobras el bicho se retira. Se va fuera del corral. Se nos queda mirando.

Apagamos las luces un rato. A ver si se relaja y vuelve a comer. El bicho nos tiene localizados. Seguro que nos ve. Yo no hago más que mirar para un lado y otro. Escuchamos nuestras respiraciones agitadas. Los perros se han callado. Más no pueden hacer. Las llamas no se mueven.

El puma ha matado una y una se está comiendo. Podía haber liquidado medio rebaño.

Encendemos. El puma sigue en su sitio. Puede estar horas esperando. Decidimos mover ficha. Rodeamos el corral. Vamos hacia su posición.

Lo tenemos ahí mismo. Ya no están las llamas de por medio. Ya no hay nada. Entre el puma y nosotros hay cuarenta metros. Hay treinta metros. Yo dudo si seguir. Gerardo va a por él. Decidido. Me quedo solo. Y una mierda me voy a quedar solo. Acelero. Camino agachado. Como para hacer menos ruido. Sin luces. Me pego a Gerardo. Coño, al menos somos dos. Y además llevo mi navaja de cortar el lomo. Y un mechero, que lo mismo si lo enciendo el puma se queda obnubilado. O me come el brazo.

No está el bicho. Hemos llegado a su posición. Cuando queremos verlo está detrás de nosotros. Subiendo la montaña. Se ha acojonado. Más que nosotros. Ha decidió pirarse. No ha hecho nada de ruido. Se ha escabullido y nos ha rodeado. Menos mal que ya estaba saciado. En esos veinte minutos se había comido las piernas traseras de la llama y parte de las vísceras. Hasta dentro de tres o cuatro días no volverá a cazar.

Joder qué miedo.

*

Y no. No tenemos fotos. Ya nos gustaría. Pero no llevamos un estudio de televisión portátil para fotografiar un puma de noche. Tenemos lo que tenemos. Un linternón, dos manos, unos prismáticos y una cámara de doce aumentos. Que no siempre quiere funcionar.

La regla en este caso es clara: primero hay que verlo, disfrutarlo. Si luego queda tiempo y las condiciones lo permiten, se fotografía.

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