Gerardo da infinitos paseos a la laguna, a la piedra en la que tiene el telescopio. Por la noche, al atardecer, al amanecer. Así que está más en forma que yo, pero también más dañado. Los sabañones empiezan a afectarle. La punta de la nariz empieza a estar negra.
No he hablado del francés que apareció ayer por el campamento. Ya han venido cinco visitantes, todos franceses. Dos parejas y uno solitario. El de ayer venía con pareja, una chica tímida que además no hablaba español, por lo que el tipo llevaba la voz cantante.
Detalle de yareta, la planta cojín
Fue el francés el que llevó el mensaje al pueblo. Sin darse cuenta también se llevó al perro, a Oso. Lo fue siguiendo. Florencio está desolado. Después de lo del puma el perro lo abandona. Le queda el cachorro, que ladra mucho, pero no creo que impresione al puma.
El francés venía con un par de huevos (de gallina) que pretendía cocer en los geiseres. Hemos visto cáscaras en varios sitios. Dedujimos que debe de ser una práctica recomendada en alguna guía tipo trotamundos: “cuando vaya a los geiseres no olvide llevar huevos y cocerlos. Será una experiencia inolvidable.”
El francés, además, ha descubierto una nueva ley de la física. Según él el agua hierve a 55° Celsius. Es lo que marca el termómetro-llavero que luce orgulloso, junto a su navaja-llavero. Por mucho que le decimos que el agua hierve a cien grados y que el problema es que su termómetro tiene un máximo de 55°, que está pensado para la temperatura ambiente, el tipo sigue tenazmente las indicaciones de su equipación, para él el mejor material disponible. Es uno de estos tipos optimistas, indestructible, que se abre paso en el mundo porque tiene principios que sigue a rajatabla, aunque esos principios sean absurdos. Así que para él el agua de los geiseres está a 55°, da igual que esté hirviendo. Decide no cocer los huevos. Es un tipo consecuente.
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Hemos tocado fondo. El paseo hasta la laguna saca nuestras últimas fuerzas. Estamos desanimados y desgastados. Necesitamos comer más. De camino al campamento 2 nos topamos con la cueva que sirve de refugio. Tiene unos muretes que lo hacen propicio para pasar la noche en caso de tormenta. Esta vez nos fijamos que a la derecha hay un pequeño cerco que sirve para guardar a las llamas. Se nos enciende una lucecita ¿Por qué no poner el campamento aquí, en pleno territorio de vizcachas? Eso ahorraría a Gerardo mucho desgaste de subir y bajar. Y además nos permitiría aclimatarnos aún más. Dormir a casi 4800 ayuda a subir un 6000. Es apretar otro poquito las tuercas.
Ilusionados frente a esta perspectiva decidimos más cambios. Desmontaremos la tienda, esperaremos que venga un coche para ir a Sajama. Allí nos inflaremos a huevos fritos y llenaremos los tapers de comida de verdad. Después volveremos a por las cosas y tiraremos monte arriba.
De repente, de la nada, nos vamos a comer el mundo, empezando por unos huevos fritos.
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La caminata a Sajama se ve atenuada por la camioneta de unos científicos de Cochabamba que andan muestreando la vida de los geiseres. Entre cajas de muestras y material de campo, aguantando los embates del camino, enganchando las manos en las barras que soportan el toldo de la caja del todoterreno, nos hacen cinco kilómetros.
Caminamos. Empezamos a hablar de todo lo que nos vamos a comer. Es un buen síntoma. Esto de empezar a soñar con cordero asado y fabes. Parece que por fin dejamos atrás los días en los que pensar en comer una nuez nos estragaba.
Hay varios restaurantes en Sajama. Que en un momento dado pueden ofrecerte una habitación. O venderte unas latas. Con los hoteles sucede lo mismo. Te alquilan una habitación. Pero claro, pueden servirte el desayuno. E incluso el almuerzo. En una tienda entramos a comprar un gorro para Gerardo. Tras comprar un bonito y colorido sombrero de tela la señora nos ofrece cocinarnos algo. Si presionamos seguro que también tiene habitaciones.
Algo común a todos estos metamórficos negocios es que, generalmente, están atendidos por niños. Que no saben muy bien que decir ante el extraño lenguaje del gringo de turno. Se te quedan mirando. Procesando tus palabras. Se rascan la cabeza, como en los dibujos animados, se meten el dedo en la boca, como en los dibujos animados. Y de repente dicen, un momento, y salen zumbando. Parece Pocoyó.
Vuelven, y cualquier cosa que sea la que hayas preguntado es que no. Los adultos están en otros negocios. Es época baja de turismo y tienen otras cosas que hacer. Generalmente todos son propietarios de llamas y están en el campo. No van a estar esperando a que dos pirados bajen de la montaña a comer huevos fritos.
Cargando provisiones en el pueblo de Sajama
Vagabundeamos por el pueblo. Damos un bandazo aquí y otro allá, que es lo nuestro. Vamos con nuestros tápers, en busca de arroz y huevos fritos. Estamos por volver a la tienda del sombrero cuando uno de los encargados de la caseta del parque nos lleva a la casa del que será nuestro guía de montaña. Su mujer parece que atiende nuestras peticiones. Tres o cuatro huevos fritos por barba con arroz, por favor. Más todo lo que quepa aquí, dice Gerardo sacando los tápers.
Compramos latas de pescado. Mandarinas. El pan no llegará hasta las cinco. A esas horas deberíamos empezar a subir. Hay que montar el campamento y de noche es incómodo. Y si le da por llover más.
Esto marcha, esto marcha.
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El arroz aun está tibio. Sacamos los cubiertos y el trapo comunitario, ecológica costumbre que aprendimos de los restaurantes marroquíes. Otros tres huevos fritos por barba.
Empieza a caer la noche. Todo ha salido mejor de lo esperado. Ha sido el propio guía el que nos ha traído de vuelta a los geiseres. Además el tío se ha enrollado y ha metido el todoterreno más allá de lo que esperábamos. Se lleva de vuelta uno de los mochilones cargado con cosas que no nos hacen falta, incluyendo las tres novelas que hemos traído.
Desde la tienda vemos las vizcachas. Una familia que progresa por el roquedo, justo donde está la cueva. Gerardo se prepara para otro paseo. Yo me doy el lujo de escuchar uno de los podcast de RNE que me he guardado en el pequeño reproductor MP3. Como no es posible recargar baterías procuro minimizar el uso de la cámara y del MP3, cuya principal misión es grabar sonidos.