California Dreams. Toby & Co.

En América se produce un robo cada 11 segundos, un robo armado cada 65 segundos, un delito con violencia cada 25 segundos, un asesinato cada 24 minutos y 250 violaciones al día. Decía la voz en off de ‘Cobra’. Para posteriormente disparar al espectador a bocajarro. Esas palabras me llevaban acompañando años. Es la entradilla de una película comercial, violenta, en la que lo buenos se deshacen a tiros de los malos.

Blog_183No es el mejor cine. Pero a mis hermanos y a mí nos gustaba memorizar frases sueltas de ésta y otras películas para luego colocarlas en situaciones comunes. Habíamos grabado en cintas VHS una selección, de lo que iban echando en la tele, que veíamos una y otra vez. Comando, Superdetective en Hollywood, Cocodrilo Dundee, la saga de Rocky. Cosas así.

He de decir en nuestro descargo que Una noche en la Ópera nos la sabíamos de memoria y cada poco los tres hermanos escenificábamos alguno de los memorables gags.

El caso es que estaba empapado de aquella frasecita de Cobra. Y de todo su significado y alcance. Quizás por eso viví con cierto deje de espectador pasivo lo que en las siguientes horas me ocurrió. Creía que estaba dentro de una película y que California era el plató.

El viaje de ida tenía tres partes: a) llegar hasta el aeropuerto de San Francisco; b) hacerse con un coche de alquiler y salir de la ciudad; c) posicionarse en la interestatal A5 y buscar un motel en el que pasar la noche. Lo más fácil era lo primero. Lo otro me parecía casi imposible. Desde luego mucho más complicado que subir un seis mil.

Los trámites en la aduana eran los previsibles. Rellenamos formularios absurdos en los que declaramos estar en posesión de una manzana. Ante tal amenaza para la seguridad del estado los polis nos indicaron donde dirigirnos con el arma de destrucción masiva. Todas las precauciones eran pocas. Estaba en juego el futuro de América. Quién sabe. Puede que en aquella manzana hubiese unos patógenos capaces de liquidar al Imperio.

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Los perros, azuzados por los polis, no dejaban de oler pasajeros y maletas. Sorteándolos fuimos hacia el departamento de destrucción de manzanas. Como para intimidar un policía espoleaba a la bestia que luchaba por liberarse de la enorme cadena que lo mantenía unido al musculoso brazo del agente de la ley. Come on, smash it!, le decía mientras le tiraba un hueso de juguete. El pastor alemán, todo un perrazo, babeaba de emoción, hasta que atrapaba el juguetito y estallaba entre sus mandíbulas.

En ese ambiente de campo de concentración progresábamos temerosamente, sin despegarnos mucho el uno del otro. Íbamos con nuestra manzana y nuestro justificante de llevar una manzana. Yo ya estaba dispuesto a perjurar que no me gustaban las manzanas. Ni la fruta.

Entonces un perrito muy mono, que ya me había la atención por no tener tan mala leche como los otros, vino hacia mí. Moviendo la cola, sonriente, bajando la cabeza como para que lo acariciase. Coño, qué perrete tan majo, me dije. Tenía cara de llamarse Toby.

Judas acababa de señalar al sospechoso. Yo. Toby movía la cola mientras se apoyaba con sus patas delanteras en mí. Me había marcado. Entonces llegó Rambo soltando improperios y mostrando sus musculosos antebrazos además de un escopetón ciertamente imponente. ¡Stop, stop! Joder con la manzana de la discordia. El tipo me ordenó que no me moviese. Y que al mismo tiempo dejase el macuto en el suelo, que ni pestañease. Me moví despacio. Recordando aquello de ‘En América, se producen al día…’ Toby seguía moviendo la colita. Dejé la mochila. Quise voltearla. Pero el otro se pudo como loco. Volvió a gritar como un energúmeno. Inspeccionó el equipaje. Estos contrabandistas de manzanas, ay que ver.

Entonces empezó a interrogarme  a voces. No soltaba su arma. Turista sí. De vacaciones. Quise enseñarle lo que había dentro de la mochila. ¡Step back! ¡Step back! ¡Don’t move! Dijo algo por la radio: xxhhssshaafjjssshh. Lo mismo evacúa el aeropuerto, me dije.

Por fin el tipo se calmó y me dejó ir. Le faltó dar una patada a la mochila y decir ¡Puedes seguir, pedazo de mierda! El cabrón de Toby seguía sonriente, esperando su galleta de recompensa.

Menuda panda de chiflados.

Procedieron a la destrucción de la manzana y nos sellaron el pasaporte con cara de perdonavidas. Compramos un mapa de carreteras y un paquete de chicles de canela. Era agradable estar en América. Dentro de una película. La vida sabía de otra manera.

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