Refugiados

Cuando era niño (más que ahora) me costaba comprender algunas situaciones a las que veía una solución sencilla. Se unía a esta incomprensión el hecho de asumir que lo contemporáneo, lo actual, está siempre por encima del pasado, es mejor. Que nosotros y nuestros coetáneos sabemos mucho más que nuestros antepasados y que ellos, los pobres, hacían lo que podían por sobrevivir. Quizás esto último se explique por la huella que imprime la evolución, vocablo que nos lleva a colegir que la última versión es la mejor.

Una de las cosas que me llamaba la atención era el hecho de que la gente común se viese envuelta en guerras: atrapadas por el fuego cruzado, soportando bombardeos, balas perdidas, asedios incomprensibles. ¿Por qué no se ponían a salvo? Era un planteamiento muy simplón, lo reconozco. Supongo que, en primer lugar, uno trata de defender su hogar, quiere permanecer en su tierra. En segundo lugar no es tan fácil pronosticar lo que va a pasar. Nunca creemos que la china nos vaya a tocar a nosotros. Retrasamos la conclusión definitiva hasta que ya es demasiado tarde.

De menos niño fui enterándome de que las guerras, incluso aunque se anuncien en un periódico, tardan en asimilarse. El levantamiento militar de Franco se tomó durante meses como la bravuconada de otro espadón, un foco de rebelión que no iba a ninguna parte. Es cierto que había muchos precedentes para sacar tal conclusión, pero la Guerra Civil duró tres años largos, y la consecuente posguerra otros treinta mucho más largos.

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Lo mismo sucedió en la Primera Guerra Mundial. Echenoz, entre otros, lo cuenta en su breve librito sobre el conflicto, 14, que narra en sus primeras páginas como los jóvenes soldados partían borrachos de entusiasmo al frente, pensando que en unas semanas estarían de vuelta para celebrar la Navidad tranquilamente en casita. Cuatro años y  nueve millones de muertos después acabó la guerra, cuya posguerra no fue sino el preludio de otra más mortífera.

Es fácil, a toro pasado, creer que se puede reaccionar rápidamente a los acontecimientos que nos van envolviendo sin darnos cuenta. Que si volviese a pasar nos organizaríamos de otra manera.

La guerras son grandes productoras de refugiados y si de algo sirviese la experiencia ─no ha pasado tanto tiempo─ la gestión actual de los que huyen de una guerra demoníaca debería ser bastante mejor, en el sentido de justa y eficaz.

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Tampoco alcanzaba a comprender, instalado en esa visión pueril del asunto, que la gente huyese en manada, cargando con lo primero que pudieron coger en la huida, y que nadie les ayudase. Que se formasen largas colas de personas ─madres, padres, niños─ que seguían en movimiento por dos grandes motivaciones: los que venían detrás para cortarles el cuello, y la esperanza de que al final, en algún momento y en algún lugar, alguien les ayudase.

La esperanza de encontrar un lugar en el que no cayesen bombas, ni llegasen a media noche violadores, ni barbudos armados de afilados cuchillos. Algún lugar en el que les tendiesen una mano, pero para ayudarlos, no para ahogarlos. Quizás, incluso, tengan la inocente esperanza de que alguien les abrace después de haber estado en el infierno.

La esperanza de los refugiados sirios se deshilachaba al llegar a las puertas de Europa y encontrarse con las fuerzas de seguridad ─las que nos protegen─ les esperan blandiendo porras y con el material antidisturbios a mano.

Police stops migrants from crossing Greece's border into Macedonia near Gevgelija, Macedonia, August 22, 2015. Thousands of rain-soaked migrants stormed across Macedonia’s border on Saturday as police lobbed stun grenades and beat them with batons, struggling to enforce a decree to stem their flow through the Balkans to western Europe. Security forces managed to contain hundreds in no-man’s land. But several thousand others – many of them Syrian refugees - tore through muddy fields to Macedonian territory after days spent in the open without access to shelter, food or water. REUTERS/Ognen Teofilovski

La escena tampoco difiere mucho de los refugiados de la Guerra Civil Española, que en Francia encontraron campos de concentración en los que sobrevivir de manera muy penosa. Esto que contaba Max Aub en su Laberinto mágico, o que hemos visto en fotogramas borrosos: columnas de harapientos en blanco y negro que iban muriendo en las cunetas con la vana esperanza de que el país de la égalité y fraternité les acogiese.

Europa era, y sigue siendo, su esperanza. Y ello se debe a que ha pregonado a los cuatro vientos que este es un lugar en el que se respetan y promueven los principios más excelsos de humanidad. Y eso es lo que les hace caminar, creer que existen en la Tierra lugares en los que la barbarie se ha ido arrumbando.

FOR USE AS DESIRED, YEAR END PHOTOS - FILE -In this March 4, 2011 file photo, men from Bangladesh, who used to work in Libya but recently fled the unrest, walk with their belongings alongside a road, as they head to a refugee camp after crossing the Tunisia-Libyan border, in Ras Ajdir, Tunisia. (AP Photo/Emilio Morenatti, File)

Ya casi adulto, las conclusiones que saco después de esta nueva crisis (sobre todo de valores) son las siguientes:

  • Los razonamientos simplones no se circunscriben a la infancia.
  • No somos una mejor versión de nuestros antepasados.

Queda esperar que la sociedad civil europea esté por encima de sus instituciones.

Un comentario sobre “Refugiados”

  1. Lo que lamentablemente ocurre en las puertas de Europa , es otra prueba para ver que tan humanos somos como nación, pueblo, e intereses.
    El bando de los buenos días abran la puertas déjenlos entrar y ser parte de nosotros pero los que se creen vigilantes de la soberanía de la nación de nuestra esencia como el mejor pueblo sobre la tierra día que no esas no son gente sólo denle lo necesario para sobrevivir y cuando se descuiden los regresamos a su tierra.
    Final de la historia

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