La soledad elegida es una de esas exquisiteces que ofrece el mundo occidental, el que llamamos desarrollado. Independencia ante todo. Independencia ganada a base de lucha de clases, del avance del laicismo, de la exclusión de las supersticiones. Soledad para realizarse y adornarse.
Los ratos de soledad elegidos son impagables remansos de paz. Pero la soledad extrema da pavor.
La soledad extrema da unos mordiscos que, cuando tienes fuerzas y ánimo, te sacan de la casa y te hacen desplegar una actividad inusitada. La soledad como motor creativo. La soledad que te lleva a ser el invitado perfecto. Encajas en todos los planes; cualquier cosa te parece bien: dormir de prestado en un colchón; morar en el techo de un jeep; acampar al pie de una caravana donde descansa tu amigo y toda su familia; eres el tipo gracioso que hará reír a los niños durante el desayuno.
Estar solo hasta la médula te lleva a la vida nómada. La casa, por muy chica que sea, se te cae encima. Huyes. Te vas al bar. Dices adorar todas las exposiciones que hay en la ciudad, que todo el mundo debería culturizarse. La jodida soledad no está hecha para el ser humano, aunque pueda parecer que se adapta a ella.
Entonces, ¿uno está en pareja por su incapacidad para estar solo? ¿Por el miedo a estar solo? ¿Por evitar a toda costa ser el protagonista de una noticia que a Mórtimer le impactó como ninguna otra? “Hallado el cadáver de una mujer que llevaba muerta un año en su sofá”. Con el ineludible “en avanzado estado de descomposición”. Avanzado. Llevaba muerta mucho tiempo. Llevaba muerta, sola, mucho tiempo.
Se puede imaginar en ese sillón. La larga travesía por el Limbo le ha llevado a adoptar comportamientos que pueden desembocar en un suceso similar. Se volvió muy huraño. Evoca las noches de Halloween. Cuando la algarabía de niños que subían las escaleras e iban de puerta en puerta en busca de dulces le recluía en el fondo de la casa. Silencioso, paralizado, aguardaba a que los niños dejasen de tocar el timbre y se fuesen a otra puerta. Abrió el vecino del quinto con una sonrisa y la famosa consigna, Truco o Trato. Y los niños, al unísono, siempre decían Trato. Querían caramelos y chocolatinas y sabían que aquel señor tan simpático, como otros años, además les haría su truquito. Aplaudían y se iban como un torbellino al siguiente piso. Todo eso observaba Mórtimer desde la mirilla, tras salir de su escondrijo.
Envidiaba a Enrique, el vecino. Su pericia con los niños. Un tipo normal sin estridencias ni fallas. Con su pack tradicional – familia, críos, fiestas de guardar- instalado correctamente.
Quería parecerse a él. Al año siguiente compró una bolsa de chucherías y aprendió un truco de magia con un vídeo de youtube. Practicó muchas tardes hasta que la moneda desaparecía de su mano y salía del bolsillo del pantalón como si nada. Sin embargo, sus intenciones se fueron a pique en cuanto sonó el timbre. De pie, inmóvil como un reptil. Escuchando sus propio latidos. Del otro lado de la puerta cinco chavales expectantes. Como él, hacía una eternidad. Llamando a las puertas del bloque en el que vivía. Armado con una pandereta que había que tocar en cuanto la puerta se abriese.
Al cabo de un rato de espera, decepcionados, desistieron. Tras probar suerte con otros vecinos se evaporaron del descansillo. El griterío se iba diluyendo escaleras abajo. Mórtimer quedó varado, deprimido ante su incapacidad. Entre la soledad y el silencio. Por eso podía acabar siendo protagonista de la sección de sucesos de un diario de provincias. “Hallado muerto un hombre que vivía solo”.
Morirte y que nadie se dé cuenta. Una vida, tu vida, que no caló en nadie, ni en nada.
No. Ese era un mal final. Muy feo. Algo había que hacer.
Buscar a alguien que también huyese de esa soledad. Buscar a alguien con quien construir un refugio, un hogar.
Y lo iba a conseguir.
Se huye de la soledad, se busca y hasta se comparte. Es la contradiccion permanente del ser humano. No queremos estar solos , pero cuando estamos acompañados sentimos necesidad de algo de soledad. Y la peor de todas, sentir soledad cuando estás acompañado….
Muy bueno Jaime! Como siempre!
Eres un fenómeno!
Este relato me ha llegado especialmente, más cuando me coge a 10000 km de tu hogar…
Cómo de sólos están los acampañados? y cómo de acompañados los sólos?
Abrazos y a continuar con las creaciones.