Aguas heladas, aguas profundas

La estrategia es salir muy temprano y parar a desayunar cuando el hambre golpea de verdad. Así, a primera hora de la mañana, ya has recorrido medio camino y te encuentras en una gasolinera rodeada de girasoles a media asta, en una mesa solitaria, observando el devenir de los coches que paran a repostar y las conversaciones más o menos previsibles de una clientela variada: los tipos trajeados que van a hacer negocios, la familia hastiada, a móvil por cabeza, el comercial con prisa que se toma el café de un sorbo.

Pasado Despeñaperros el paisaje es más predecible. El área de influencia de la capital, en forma de tráfico pesado y polígonos industriales, empieza a sentirse a unos cien kilómetros de la Puerta del Sol. Para combatir la monotonía enciendo la radio y repaso mentalmente mis presentaciones. Las que he preparado para la oposición.

El azar me lleva a EsRadio. Hacía tiempo que no escuchaba las sandeces de Jiménez Losantos. Su existencia como periodista y su emisora, son una buena prueba de que en España hay libertad de expresión. De su boca sale un odio macerado en vaya usted a saber qué clase de frustraciones y complejos. Me hacen gracia algunas de las cosas que dice. La base del humor es el absurdo y a este tipo le sobra incoherencia y le falta educación. Se ha convertido en su propia caricatura. Pero todo cansa. Incluso este humor negro, ácido color bilis. Me paso a Radio Clásica. Mucho mejor, donde va a parar.

Vuelvo a Madrid para presentarme a una plaza de científico. Mis probabilidades son exiguas. Por más méritos que uno junte, siempre hay un buen puñado de candidatos con igual o mejor perfil. Además, las pruebas y las plazas tienen el suficiente grado de ambigüedad como para no dar nada por sentado.

Llegado a este punto de mi vida, más o menos la mitad, pasado el esplendor físico, más conservador que audaz, aún con el punto utópico del que aún se traga eso de apostar por lo que uno siente, no considero que la situación sea una jugarreta del destino, me explico.

El examen tiene lugar en el mismo centro dónde empecé a hacer la tesis, que fue una decisión improvisada para evitar el tipo de trabajo para el que supuestamente, me había preparado: producción animal, en qué estaría pensando. Vuelvo a hacer el mismo recorrido, primero en tren y luego a pie, para ir desde Las Rozas hasta la calle Serrano. Paso por el Magariños, reformado, con su cafetería a pie de pista. Me tomo un café y veo el lugar donde estaba la grada a la que íbamos toda la familia a ver baloncesto. Recuerdo mi etapa de demente y continuo por Serrano hasta la entrada principal del CSIC. La cafetería donde desayunaba me lleva a evocar a Jesús y Andrés. Intensas charlas sobre fútbol, mujeres y política.

En aquella época repudiaba la vida urbana, la existencia de hámster en una ratonera como Madrid. Me largué de la capital y prometí no volver. Me lo prometí a mí mismo, pensaba que era uno de esos principios fundamentales, una de esas guías con las que uno se maneja por la vida. He traicionado tantos principios que ya no sé muy bien de cuáles presumo ahora. Quizás ‘nunca digas nunca’ puede reflejar parte del ideario actual.

Es más que probable que deshaga el camino a casa con otro pequeño fracaso en la mochila. Que no saque la plaza, que vuelva a parar en una estación de servicio y me siente en un lugar a desmano para escribir algo creyendo, igual que aposté a muerte por jugar al baloncesto, que un día voy a vivir de escribir novelas, aunque dedique inmensos esfuerzos a redactar papers.

Las contradicciones me abruman e intuyo que cuando vuelva a echar la vista al pasado, igual que en este viaje miro al tipo imberbe de hace 20, 25 años, considere que estaba muy equivocado. Entonces, igual que ahora, ya será demasiado tarde (¿pero no habíamos dicho ‘nunca digas nunca’?)

Mi sensación es la del que siempre pierde al juego de la silla. Ese en el que se ponen unas sillas formando un círculo, siempre una menos que las personas que participan, y cuando para la música todos intentan sentarse. El que no lo consigue queda eliminado.

Yo nunca encuentro la silla libre. Me distraigo. Quiero ser escritor y al rato científico. Quiero subir montañas y viajar por el desierto, pero entonces anhelo una vida familiar y estable. Quiero estar en forma y fumar en pipa. Hubo épocas que subía montañas mientras fumaba, qué locura, qué insensatez.

Mientras tanto desaparecen las sillas libres. En mis peores sueños han plegado todas las sillas y no queda nadie. Me quedé atrapado en algún limbo, a desmano de todos los caminos que conducían a alguna parte.

Miento, en mis peores sueños me faltan tres asignaturas por aprobar y me retiran el título de doctor. La ansiedad tras semejante desconcierto se prolonga más allá del sueño y se enreda con la vigilia. Incluso despierto tengo la sensación de que es real. De que me van a llamar de alguna institución oficial y un funcionario me va a decir que tengo que volver a hacer la carrera. Eso sí que es una pesadilla.

Pensaba encajar en mi plan madrileño encuentros con viejas amistades, tanto tiempo sin verlos. No es posible, es una pena. La oposición consume todo mi tiempo y energías. Ceno con mis padres y mis hermanos. Se agradece la compañía, el bullicio, la cena preparada, el cariño.

Me dan ‘pal pelo’, como era esperable. Aun así el rechazo me deja tocado. Vuelvo entre taciturno y cabreado. Vuelvo a poner música clásica. Compruebo que estoy lejos de la meta. No es tanto la distancia, es una cuestión de salvar obstáculos imprecisos. Veo mi futuro como una laguna fría, despoblada, en medio de la montaña, que hay que atravesar a nado. Lo bueno es que me apetece sumergirme en sus aguas purificadoras. Que hace tiempo abandoné la zona de confort y ya no la echo de menos. Que eso es vivir, mojarse hasta las últimas consecuencias.

No quedan sillas libres.

No quedan sillas.

Buscaré madera y construiré mi propia silla.

Hay que cruzar esas aguas heladas y profundas que, a la luz del día, tampoco dan tanto miedo.

3 comentarios sobre “Aguas heladas, aguas profundas”

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