Aquí Bahía

Ver video ideado y producido por Render Emotion

«Aquí Bahía, aquí Bahía, cambio». Estas eran las palabras con las que encabezaba el parte de guerra: dar cuenta de los progresos, acuerdos y acciones llevados a cabo durante la jornada. Si tras un par de días no había señales de vida es que algo había pasado. Y, en efecto, pasaron muchas cosas. Algunas de ellas difíciles de creer. Durante muchos años traté de sacar aquellas historias a flote. Hasta que di con el hilo conductor que me permitió enhebrar en formato ficción lo que aconteció aquel verano del 96.

Bahía es Bahía Negra, una pequeña población perteneciente al Departamento del Alto Paraguay, limítrofe con Brasil y Bolivia. Bahía era, y probablemente lo siga siendo, el culo del mundo. O cuando menos uno de ellos.

¿Cómo llegué hasta allí? ¿Valentía? ¿Un tipo intrépido y aventurero? No nos engañemos: un alto grado de inconsciencia unido a las ganas de ver mundo.

Superviviente

Mi propósito inicial era pasar un verano diferente. Era muy sacrificado llegar a junio sin asignaturas pendientes y las vacaciones estivales se presentaban como una válvula de escape merecida y necesaria. En el verano anterior tuve la ocurrencia de hacer Varsovia-Madrid en bicicleta. Así que el listón estaba muy alto. Surgió la posibilidad de ir como voluntario con una ONG y no gasté demasiado tiempo en tomar la decisión. Hice un equipaje precario, me puse unas cuantas vacunas y antes de darme cuenta aterricé en el aeropuerto de Viru-Viru, Santa Cruz, Bolivia.

Ya conocía el país y el buen sabor de boca que me había dejado me obligaba a repetir (luego he tenido la suerte de volver otras dos veces). Puerto Suárez fue mi destino inicial. Una vez allí se planteó la interesante cuestión de si había algún voluntario para empezar un nuevo proyecto en el vecino Paraguay, en un lugar bastante remoto e inaccesible. Obviamente levanté la mano.

orilla del rio Paraguay

Bahía Negra vivía de cara al gran río Paraguay, su vía de acceso al mundo; y el Gran Chaco, amenazante, a sus espaldas. El río convertía periódicamente la zona en un pantanal. Más que vivir, allí se sobrevivía. Y a eso me dedicaba yo. Entre otras cosas aprendí a valorar las comodidades con las que vivimos en España, en Europa, y que normalmente pasamos por alto. Como por ejemplo el hecho de abrir un grifo y que salga agua. Que para más inri es potable. Hice amigos para la eternidad y, aunque yo entonces no lo sabía, aquellas vivencias iban a cristalizar en mi tercer libro.

A mi vuelta fui paseando las fotos que hice y contando historias que parecían inventadas. Comenzaba a entender aquello del «realismo mágico» americano. Las fotos no eran muy buenas, pero sí lo suficientemente ilustrativas de los lugares que conocí y la vida de Robinson que llevaba. El anecdotario enseguida suscitó la típica frase de «eso te da para un libro». Pues sí. Dio para un libro.

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Lo cierto es que hubo unos cuantos amagos infructuosos antes de llegar a una versión más o menos convincente, dieciocho años después del verano de marras. Los balbuceos iniciales no pasaban de ser unas descripciones barrocas del paisaje y un anecdotario deshilvanado. La historia se quedó en el Limbo. Las fotos dentro de un baúl, en el trastero. Mi carrera de escritor quedaba postergada por la voracidad de la vida laboral. Cuando escribía, al final del día, al final de la semana, lo hacía sobre asuntos que me afectaban en esos momentos. Con más resquemor que talento.

2- Bolivia- Paraguay 1999-2001

Con un par de libros a mis espaldas me sentía con el oficio suficiente como para intentar sacarle jugo a aquel verano del noventa y seis. Me puse creyendo que saldría una serie de post para mi blog. O un relato. Y entonces ocurrió una de esas cosas que te dejan aturdido y que te confirman, otra vez, que has hecho bien en seguir tu instinto. Porque al final lo que te gusta es lo que mejor sabes hacer y lo que te procura más satisfacciones.

Me puse a escribir sobre Bahía. Y no pude parar. Salieron cuatrocientas páginas. A mí que me costaba escribir largo. Me sorprendió la catarata de pormenores, nombres y situaciones que pude rescatar de aquella época tan remota de mi vida. Pasó eso que oía decir a los escritores con cierta pedantería: que no son ellos los que escriben, sino que son sus personajes los que toman las riendas de la historia. Yo era como un espectador de lo que ocurría mientras el subconsciente vomitaba recuerdos.

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Nueve versiones más tarde ─de reescribir, podar, corregir─ consideré que el manuscrito era definitivo.

Entonces empecé a recorrer un camino que me empezaba a ser familiar. Búsqueda de concursos, plicas, fallos del jurado. Autoedición, solicitud del ISBN, maquetación, diseño de la portada, depósito legal, correcciones, correcciones, correcciones y después más correcciones.

Un camino en el que no estoy solo y eso me reconforta. Son muchos los detalles y el trabajo necesario para llegar desde un archivo punto doc hasta un objeto que el lector desee tener en sus manos.

Y aquí está la nueva criatura:

Portada

Con mi gratitud a todos los que lo hicisteis posible:

Jasten Fröjen (Sara e Ignacio), que han vuelto a sorprenderme con su tercer proyecto gráfico.

Alfonso Girón Pérez, ilustrador, arquitecto y dibujante, hizo el mapa de situación.

Render Emotion (Jan), fabricó un video memorable.

El Gran Superba (Miguel), que pone a punto la web y me aconseja estrategias comerciales.

Mis tres correctores de lujo: Laura Fernández, que sacó tiempo de debajo de las piedras para buscar erratas; Silvio Martínez, la tercera autoridad gramatical de Jumilla y, a la sazón, mi padre; y Gerardo Valenzuela, que se ha mirado el manuscrito en sus diversas fases.

Eduardo Martínez, mecenas de este proyecto literario.

Y por supuesto a toda la legión de amigos/lectores que día a día hacéis que siga escribiendo.

Por último agradezco a Javier Heredia y Gerardo Valenzuela, a quienes dedico este libro, su enorme colaboración a la hora de rescatar detalles, fotos y recuerdos de una época dura y feliz.

GRACIAS A TODOS.

Espero que os guste. Aquí podéis conseguirlo

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