La vida fragmentada

Como punto de partida, una imagen me resulta sumamente útil para ponerme a escribir. Veo un jarrón de la Dinastía Ming que cae al suelo y se hace pedazos. Quedan esparcidos y tras el estruendo y la angustia de los primeros instantes contemplo el alcance del desastre. Deben quedar pocos jarrones de la Dinastía Ming. Todo el mundo conoce a alguien que ha roto un jarrón de la Dinastía Ming.

La analogía es sencilla. El jarrón es mi vida antes de ser padre. Los fragmentos la vida posterior. En medio el frenesí.

Pasé mucho tiempo intentando pegar los trozos del jarrón. Restaurándolo. Hubo momentos en los que reconstruí una buena parte, casi se podía reconocer que eso era antes un jarrón. No alcanzaba para diferenciarlo de uno Ming o comprado en un chino, que ya no son Ming. Entre otras cosas lo afeaban las cicatrices de superglú, que por más que lo intenté, se salieron de su espacio al presionar los pedazos.

Todo fue en vano. La vida anterior ya no va a volver. No hay más jarrones. Lo que queda es una vida fragmentada.

Me gustó la expresión. Que en su origen era el sueño fragmentado. Lo dijo mi mujer. Los médicos, sin darse cuenta, muchas veces utilizan expresiones muy líricas, aunque se limitan, dicen, a expresar con rigor académico dolencias y síndromes que así aparecen descritos en los tratados de medicina.

Aunque nuestra hija va durmiendo, el sueño ya no es el mismo. Yo ya tengo el sueño fragmentado, fue lo que dijo mi mujer para explicarles a unos amigos su imposibilidad de dormir cuatro, cinco, seis horas seguidas.

Tras la paternidad, y no digamos tras la maternidad, la vida al completo es fragmentada. Hago mucho menos deporte, aprovechando los momentos que sobran, que suelen coincidir con el menos propicio para salir a galopar. El verano pasado aprovechaba la siesta para dar una vuelta en bici. Almería, tres de la tarde, sin agua. Lo mejor que podemos decir es que la experiencia te endurece.

Las lecturas son fragmentadas. Es importante dar con buenos libros. Y se imponen desechar todo aquello que no te capture la atención al momento. Leí La tierra desnuda en infinitos saltos. Todos ellos maravillosos. Aprovechando el ridículo espacio que queda entre preparar la cena y dormir a la niña. Uno no puede recurrir a la nostalgia y evocar aquellas plácidas tardes de lectura que solo se interrumpían cuando iba a hacerme un café o rellenar la pipa de tabaco.

Solo hay fragmentos. Así que en lo que antes me hacía el café, ahora leo dos páginas y media. La pipa la perdí en algún momento del camino. El libro soberbio. Ahora estoy en compañía de Ulises Lima y García Madero, merodeando por Los detectives salvajes.

Pasé demasiado tiempo desolado al pie de esos fragmentos. Recordando el dichoso jarrón de la Dinastía Ming. No vale la pena. Lo más sensato es tratar de sacar partido de esos pedazos, verlos como un nuevo punto de partida, fabricar con ellos un botijo, algo más práctico y desechar cualquier tipo de comparación. Son vidas distintas, con una discontinuidad más o menos pronunciada.

Nunca tuve clara la diferencia entre aceptación o resignación. En cualquier caso, ambos sustantivos cumplen con el requisito de centrarse en el aprovechamiento de lo que uno tiene a mano, más que anhelar constantemente lo que tenía.

No hay que descartar, en esta vida fragmentada, la exploración de nuevos caminos que nos van a llevar a lugares impensable. Sí, es cierto, algunos de ellos poco reconfortantes, como los parques de bolas en los que se celebran cumpleaños sin el más mínimo ápice de originalidad, tan solo con la promesa de contar con un rato de tranquilidad mientras tus hijos desfogan

Un ejemplo más optimista es el de la escritura fragmentada. Como se desprende de todo lo anterior ya no cuento con largas jornadas en las que ir escribiendo borradores, repasando matices, tener una interesante conversación con alguien sobre el manuscrito, valorar reposadamente el texto. Eso era jarrón Ming.

Ahora hay otra cosa. Un ejemplo que ilustra la nueva forma de escribir es este post: Tiempo de ejecución: 50 minutos, con sus relecturas, búsqueda de imagen apropiada para la cabecera, breve edición y colgarlo en el blog. Tiempo para pensar en lo que se iba a escribir: Indeterminado.

He aprovechado cualquier vericueto (uno muy productivo es tumbado en la cama, antes de dormir, donde repaso mis diversos textos y su estado) para ir dándole vueltas. He escrito cosas en la meta y algunas de ellas están aquí, otras se perdieron. Sin embargo, el sentido de lo que quería decir está plenamente reflejado. Este es el nuevo método: abstraerse, en la sala de espera del dentista, en el metro, conduciendo, donde sea, y hacer ahí la parte dura del trabajo. Después, en un rato suelto, ejecutar la idea. Está tan macerada, tan armada, que en realidad el tiempo de escribirla es como hornear la masa del pan. Los ingredientes ya estaban ahí convenientemente mezclados.

Ese esquema fragmentario se puede extrapolar a todo lo demás.

Y bueno, de vez en cuando veo fotos del jarrón de la Dinastía Ming. Era muy bonito.

Nota a pie de página: Probablemente todos estos procedimientos me lleven a la locura.

6 comentarios sobre “La vida fragmentada”

  1. Kintsugi o la belleza de la grieta. En Japón consideran que cuando algo se rompe al unirlo de nuevo adquiere una belleza especial no tanto porque el objeto ha sido restaurado sino por la belleza de la cicatriz en sí.

  2. Me ha gustado mucho. Sobrepasa con creces en elegancia a mis piezas de puzzle 😉. Un abrazo grande.

    Pd: pásate a (leer) la poesía, da efímeros momentos de enorme placer, cuál bombones u oncitas de maravilloso chocolate, algo q emule un sorbo de café o de pipa 😊

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