Hace unos años -prefiero no ahondar en el
tiempo que ha transcurrido- empecé a escribir un texto que poco a poco fue
ganando envergadura. Rebasado cierto número de páginas, creí vislumbrar la
posibilidad de llegar más allá de un relato. ¿Podría por fin desembarcar en el
territorio por excelencia del escritor: la novela?
Parecía como si todo lo anterior no fuesen más que vanos intentos circunscritos a géneros menores: cuentos, literatura de viajes o divulgación científica. Es decir, que solo había sido capaz de generar algunas piezas que, en su mejor crítica, merodeaban alrededor de la verdadera literatura. (Nota a pie de página, ¿qué es la verdadera literatura?). >>seguir leyendo
Como punto de partida, una imagen me
resulta sumamente útil para ponerme a escribir. Veo un jarrón de la Dinastía
Ming que cae al suelo y se hace pedazos. Quedan esparcidos y tras el estruendo
y la angustia de los primeros instantes contemplo el alcance del desastre. Deben
quedar pocos jarrones de la Dinastía Ming. Todo el mundo conoce a alguien que
ha roto un jarrón de la Dinastía Ming.
La analogía es sencilla. El jarrón es mi
vida antes de ser padre. Los fragmentos la vida posterior. En medio el frenesí. >>seguir leyendo
Empecé a leer uno de los libros de la estantería reservada para las novedades literarias, el lugar que ocupan durante un tiempo antes de encontrar su posición definitiva de acuerdo al apellido del autor. Últimamente leo poco. Últimamente se refiere a los dos últimos años, casi la edad de Julia. La crianza se llevó por delante buenas costumbres, como el squash, el deporte en general, la lectura, el cine, el Clasijazz, el club de montaña…, en fin, que os voy a contar a los que ya habéis pasado por el trance o estáis en ello. >>seguir leyendo
Salgo a correr por el barrio. No es mi primera opción. Ni tampoco la segunda. Una zona residencial que va adueñándose de las antiguas huertas. Hay campos esperando nuevos edificios. Los dueños, a su vez, aguardan ansiosos la venta del solar. Quien les iba a decir a ellos que aquel terruño, cerca del Andarax, un pedazo de tierra más bien desagradecida, que fue testigo de tantas penurias, ahora les iba a hacer ricos. Ricos hasta hartarse. Si no fuese por el Santi, que está loco, o quizás sea la mujer, que le malmete, el caso es que quiere más pasta. Luego hay que repartir y eso se queda en nada, esgrime como argumento. Mejor esperar, que esto está otra vez al alza. Y claro, los hermanos se desesperan, y las cuñadas, y los cuñados y todo aquel que tenía la esperanza de tener billetes frescos en mano. Hasta hay alguno que ya se ha metido en negocios y ha adelantado dinero. Cada vez que una constructora levanta un cartel enorme anunciando nuevas y confortables viviendas, las mejores de la Vega, se llevan las manos a la cabeza. >>seguir leyendo
Procedí a encender la pipa y me puse delante de la máquina de escribir con la vaga esperanza de que la inspiración se pasease aquella tarde por mi terraza.
Desde luego, en esta era donde la tecnología llega a cada rincón y la domótica amenaza con apoderarse de todas nuestras decisiones, suena demasiado retro lo de la máquina de escribir. Pero tenía mis razones. Algunas de índole sentimental, otras, aunque no lo parezca, de carácter práctico.
Había comprado aquella máquina en una tiendecita del barrio londinense de Finsbury. El capricho supuso una buena tajada de mis paupérrimos ahorros, pero estaba decidido a ser escritor y había que apostar fuerte. Vivía en una buhardilla. Era una casa destartalada, llena de inquilinos que iban y venían. Llevaba una vida desastrosa, al borde de la marginalidad. Sobrevivía con trabajos algo exóticos, como el de abrir cartas para una empresa de escrutinio de encuestas, un trabajo altamente especializado, pues mi cometido se limitaba a abrir los sobres y apilar los papelitos que contenían. Después, otro departamento mucho más técnico, contaba los papelitos y los dividía en varias montañitas de papel; nunca logré el ascenso. Trabajé de camarero, paseando perros y cargando muebles. Mi meta, en esa faceta de la vida que consistía en ganarse el pan, era ser jardinero, a tiempo parcial, de algún parquecito londinense. >>seguir leyendo
Estas mismas palabras, en tono afirmativo, era la base del post que inauguraba este blog hace ya 6 años. Esa era mi definición de escritor, la cual no casaba con la opinión de algunos de mis lectores. Quería creer que el hábito y la constancia, probablemente mi única baza para llegar a ser escritor a falta de talento, eran las garantías para adquirir esa condición.
El boom de escritores, libros ─81.391 títulos en 2016─ y editoriales, gracias a la facilidad de publicar hoy en día (autoedición redes sociales, formato electrónico) pone en tela de juicio la afirmación de marras. Escuchando cómo se expresan algunos presuntos autores es fácil dudar que escritor sea todo aquel que escribe un libro. >>seguir leyendo
Una aguerrida tropa de biólogos se afana por encontrar alzacolas, un pequeño paseriforme catalogado como especie en peligro de extinción en el Libro Rojo de las Aves de España. Se trata de estimar la población local de alzacola mediante transectos y estaciones de escucha. Montan redes para atrapar aves y anillarlas; ¿de dónde vienen? ¿adónde irán? La severidad del verano no les echa para atrás; con paciencia recorren barbechos y eriales, tierras de cultivo. Llevan parte de sus ropajes saharianos, los mismos prismáticos. La misma mochililla con los apechusques necesarios. >>seguir leyendo
La Teoría del Limbo había alcanzado un punto de madurez que no hacía sino saborear, aunque de vez en cuando me encontraba tropezones que no eran de mi gusto. Imprimía los capítulos uno a uno y los iba retocando y puliendo. Golpe a golpe, palabra a palabra. Los puntos flacos me llevaban a replantearme la extensión de algunos pasajes y a cuidar la transversalidad del texto, para que la coherencia temporal y la reaparición de personajes clave diese esa sensación de veracidad que persigue una ficción. >>seguir leyendo
Andrés es un excelente recomendador de libros. Cuando a uno le gusta leer, este tipo de informadores, los que leen mucho y tienen un gusto parecido, le pueden salvar a uno más de un verano, incluso de una depresión [1]. Aparte de Inés y de Silvius, que siempre me nutrieron de buenas lecturas, Mr. Andrew ─que incluso montó un Club de Lectura─ me ha abierto los ojos en más de una ocasión. Recuerdo cosas memorables como Insensatez, de un hasta entonces desconocido, para mí, escritor salvadoreño, Horacio Castellanos-Moya, o Argos el ciego, una exquisita evocación del amor. Hubo un libro que me resistía a leer. «¿No leíste Beatus Ille? ─me dijo con cara de sorpresa─. No, no puede ser. Tenés que leerlo. Hacéme caso». Y era tal su insistencia, su manera de presentarlo, que al final cedí. >>seguir leyendo
Tras la publicación de mi tercer libro alguna gente me pregunta (se pregunta) que si esto de escribir va en serio o es un hobby y lo hago en ratillos libres.
Después de haber quemado las naves en el afán de hacerme novelista, de renunciar a una vida algo más previsible y segura, de encajar rechazos, negativas, críticas y miradas francamente dubitativas, después de que la inquietud me asalte en lo profundo de las madrugadas, creo que sí, que voy en serio.
Una seriedad que conviene matizar, puesto que la escritura, para mí, es una fuente de goce y divertimento. Incluso, si me apuran, se podría decir que escribir es lo que he venido a hacer en este mundo. Difícilmente podré aportar otra cosa. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.