Cartas desde Sajama. Apuntes sobre el territorio bajo los efectos de la hipoxia.

La noche ha sido fría. El doble techo de la tienda ha quedado como una tabla, tapizada de hielo. Los desajustes producidos por la altura siguen. No tenemos hambre, comemos muy poco. Tengo la tripa mal.

Anoche caminamos y no vimos ojos. Llegamos a los 4800. Iba a ser un paseíto. Después de la caminata me metí en el saco. Gerardo siguió dando vueltas. Lo único que ha visto han sido vizcachas.

A pesar de la letrina que hemos descubierto a apenas ochocientos metros del campamento nos vamos a trasladar al valle de los geiseres. A ojos de Gerardo el hábitat es allí más adecuado para este gato anodino que no se quiere mostrar. A mí recoger las cosas, cargar con los mochilones y ponerme a andar me parece una losa. Pero no debo quedarme tirado en la tienda. No me puede comer la desidia.

Descubrimiento de una letrina de gato andino

Esperamos a que vaya templando el sol para que los botes de nocilla se vayan descongelando. Nuestra comida principal es un panecillo untado hasta los topes. Eso sí nos entra bien. Y beber agua. Hay que hidratarse en altura. Pero, ¿a quien le apetece agua granizada con este frío?

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Mientras espero a las esperas de Gerardo voy garabateando algunas notas sobre el viaje. Es difícil encontrar una posición cómoda en el revoltijo del saco.

Me llama la atención cómo se estructura el territorio. Dibujo un pequeño esquema. La llanura es una turbera inundable que rebosa de pasto. Aquí lo llaman bofedales. Las llamas y las alpacas pasan el día trasegando por ahí. Los pastores las recogen todas las tardes, por el puma. Y también porque no se caigan en las pozas. Nos dicen que si la llama cae al agua hay que sacarla rápidamente, si no se hunde sin remedio y perece en pocos minutos. Además es posible avistar ñandús (o suris), la versión americana de los avestruces.

Tipos de terreno en Sajama: boceto y foto

A continuación, y sin ningún tipo de transición, hay un terreno arenoso mucho más seco y con algo de pendiente. Es ahí donde está la tienda. Aquí prosperan pajonales de festuca (Festuca Ortophyla) y otro arbusto que desconozco completamente. Además hay numerosos agujeros que son de armadillo y liebre. También hay zorrinos (una especie de mofeta) y pequeños ratones.

Del bofedal al terreno arenoso, sin solución de continuidad

Este terreno arenoso va cogiendo pendiente y se va llenando de rocas. Aparecen las queñuas, un árbol nudoso, de un porte parecido a las sabinas, y que puede llegar por encima de la línea de 5000 metros. Es un terreno más accidentado, donde surgen acantilados. El sitio favorito de las vizcachas debido a la facilidad de encontrar un recoveco ante cualquier peligro. Es, por tanto, donde hay que buscar al gato andino.

Por último la vegetación desaparece y queda un paisaje lunar. Picón, cenizas y eventualmente la nieve. Las cumbres más altas. Volcanes apagados o durmientes. La nada.

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Después de repostar en Sajama (el menú completo cuesta 1,5 euros) un todoterreno nos lleva al valle de los geiseres. Volvemos a montar la casa portátil. Yo sigo medio mal. Apenas he comido en el restaurante del pueblo, donde la señora nos ha cocinado hígado de llama, probablemente el alimento con más hierro sobre la Tierra. Gerardo se ha inflado pero yo me he limitado a la sopa y el hígado.

Como estamos en la época seca vuelve a caer aguanieve.

Típico paisaje de Sajama. A la izquierda el Parinacota; a la derecha el Pomerape.

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