Desde hace unos años los científicos sociales se están planteando esta cuestión. Con la premisa de que lo que no tiene precio no vale nada, en el mundo de las ciencias sociales, particularmente en el área de economía –algunos de los cuales sustentan la hipótesis anterior- hubo una explosión de creatividad para tratar de poner en cifras el valor de la Naturaleza. La intención era muy buena: se trataba de hacer consciente a la sociedad de que más allá del PIB hay cosas como el aire limpio, los bosques o la vida animal que son también riqueza. Es decir, que ampliar la batería de indicadores que sintetizan el estado de un país o una región puede dar una imagen más completa de la situación. Es importante el PIB, pero también que haya más o menos masa forestal. Ese era el mensaje que se pretendía trasladar.
Con ello se abanderaba la conservación de los recursos naturales y el respeto por la Naturaleza.
A finales de los 90 Costanza[1] y un enorme grupo de investigadores (englobado en ese et al. de las publicaciones científicas) detallaron en distintas partidas el valor total del Planeta. Más concretamente evaluaron los servicios medioambientales que la Naturaleza provee al ser humano. Aún hoy muchos trabajos de investigación citan este artículo en su introducción.
La pregunta se las trae. No es fácil de contestar. Además de ser compleja encierra una perversidad ajena al contexto en la que se fraguó. Vayamos por partes.
La complejidad es fácil de intuir. Como siempre se ha hecho en ciencia, siguiendo la máxima ‘divide y vencerás’, la forma de acometer una gran cuestión es dividirla en trocitos. Solventar cada trocito por separado y después rezar para que al volver a juntar los trocitos la solución suma de esas partes sea válida.
Y es ahí donde las cosas empiezan a fallar porque las piececitas no encajan.
Los servicios medioambientales, las piececitas, son cosas como la fijación de carbono, el control de la erosión, el reciclaje de nutrientes, el control biológico de plagas o la regulación de riesgos naturales, que pueden ser más o menos obvios. Pero hay otros más subjetivos e indefinidos, como el servicio paisaje o el valor de opción de un territorio.
El primer problema es que estos servicios no son ‘limpios’, en el sentido de que hay una interdependencia entre ellos. La Naturaleza no es un ensamblaje de unidades independientes. Por ejemplo, el servicio almacenamiento de agua no es exclusivo para el ser humano. Parte se ‘pierde’ al ser consumida por la Naturaleza para su propio ‘funcionamiento’. Así, parte del servicio almacenamiento de agua revierte en el servicio ‘biodiversidad’ o el de provisión de oxígeno.
A veces la distinción entre servicios plantea cuestiones filosóficas. ¿Cuál es el valor de las especies animales y vegetales, el de la biodiversidad? ¿Es un valor per se? ¿O es un valor porque producen servicios como el control de plagas y el de polinización? En ese caso, ¿los estamos contando dos veces?
Es difícil, pues, separar la Naturaleza en compartimentos estancos y estáticos.
Sin embargo, mediante una serie de hipótesis, se pueden llegar a establecer una lista de servicios. Aparece entonces una batería de nuevos problemas y soluciones de lo más variado, demostrando que los investigadores tienen ingenio e imaginación.
Al final han conseguido colocar una cifra al lado de cada servicio.
Algunas de las metodologías no son conceptualmente complicadas. Sólo requieren una buena base de datos. Así, el servicio fijación de CO2 consiste en calcular cuánto carbono fija la masa forestal de un determinado lugar (ello requiere conocer tasas de crecimiento según especie, compasión de esa masa forestal…) y multiplicar por el precio de la tonelada de carbono que se establece en un mercado.
Otros servicios, como el de control de la erosión, requieren métodos más sofisticados. Cuando se quita cubierta vegetal, cuando se le arranca la piel a la Tierra –la tala de un bosque- se disparan las tasas de erosión debido a que la lluvia no encuentra obstáculo en su golpeteo y la escorrentía formada arrastra el suelo, previamente retenido por el entramado radicular. Una manera de calcular el valor de este servicio es a través del coste de reposición de una tonelada de suelo fértil. Así, multiplicando las unidades de fertilizante necesarias para restituir el contenido medio de nitrógeno, fósforo y potasio de un suelo, por el precio de un fertilizante tipo nos da el coste de reposición de los nutrientes básicos. Lo mismo se puede hacer con el agua que acumularía el suelo perdido, o con la materia orgánica.
Pero además hay que sumar los costes derivados de los daños que produce el suelo fuera de su lugar. Normalmente el suelo erosionado acaba en el fondo de los embalses, disminuyendo considerablemente la vida útil para la que fueron diseñados. Y además hay que computar el deterioro de las conducciones e instalaciones relacionadas con el transporte de agua como consecuencia del aumento de sedimentos.
Y luego hay otros servicios que requieren verdaderas piruetas para ser estimar su valor, como el paisaje. Aquí se recurre a crear mercados artificiales a través de encuestas, utilizando métodos como la valoración contingente. Métodos que se forjan sobre numerosas hipótesis y que tienen muchísimas notas a pie de página. Métodos discutibles y fácilmente manipulables, en los que el investigador puede estar más o menos atento a las interpretaciones que se hagan de su trabajo.
El caso es que finalmente se obtiene un numerito. La Naturaleza está en el mercado, medida en euros. Comparable a otros bienes y mercancías. Y es entonces donde nos topamos con las perversidades.
. A medida que se dejan de observar las anotaciones a pie de página de los investigadores y a medida que se pierde de vista el objetivo inicial de este tipo de ejercicio, las interpretaciones y usos de estos números pueden ser espeluznantes.
¿Qué sucede si en el mercado de CO2 baja el precio de la tonelada?
Que el bosque se deprecia. El bosque sigue haciendo exactamente las mismas funciones. Pero se ve afectado por las fluctuaciones de un mercado que le es completamente ajeno.
Con el argumento de que si no tiene precio no vale nada nos vamos acercando a este tipo de cosas. La Naturaleza empieza a convertirse en una mercancía.
Una aseguradora puede conocer cuánto vale el bosque que se quemó. Paga y punto. El que tenía un bosque ‘tiene’ euros o dólares. Que se deprecian. Un bosque no se deprecia. La especie águila imperial no se deprecia. El aire puro no se deprecia.
Las precisiones de los que hacen este tipo de investigaciones van quedando en forma de letra pequeña, ilegible.
Otros ‘investigadores’, o lo que sean, justifican abiertamente cuantas aves de presa pueden eliminarse de un coto de caza para que las cuentas del negocio sean más boyantes. No puede ser que las águilas coman su ración diaria de caza menor. Así que hay que liquidar unas cuantas águilas. Todo se justifica con unos cálculos que impresionan: sumatorios por todos lados, líneas de ecuaciones, tablas de datos. Todo muy aparente, con su marchamo ‘científico’.
Hay cosas que no se venden. Que no tienen precio. Su valor es infinito.
¿Qué pensarían los que defienden el mercado como solución de todos los males y utilizan los más sofisticados indicadores económicos hasta para saber cuando tienen que orinar si les propusieran que expresasen en milímetros de suelo fértil el PIB de un país?
Qué es absurdo. Pues eso pienso yo de la pregunta que da título al post.
[1] Costanza et al., 1997. The value of the world’s ecosystem services and natural capital. Nature 387, 253 – 260
Qué buen regalo de cumpleaños tu texto, Jaime…me quedo esa frase final de poner en mm de suelo fértil el PIB para alguna de mis reuniones 😉
A mi me pasa que pienso que ya tenemos demasiado mercado por todos lados como para meterlo también en el monte…y eso que trabajo en ello!
Un medio nos dicen, para que se «ponga en valor» el monte nos dicen… pero lo cierto es que estos medios traen ciertos fines y no otros. Equiparar las águilas o el suelo al dinero nos permite situarnos en la ilusión de que son intercambiables …todo un peligro.
Gracias por tu texto, por la clarividencia con el lenguaje.