Otro fin de semana más a la montaña. A pasar noche bajo las estrellas y caminar. Esta vez conozco a Javier. El silencio de las piedras, el campo, estar a merced de los elementos, de los tempos de la naturaleza, conforma un ambiente propicio para las confesiones. Con Javier, además, resulta particularmente fácil la comunicación.
Le relato mi cambio de rumbo. Más auspiciado por la fuerza de lo instintivo que por argumentos razonables, razonados. Le cuento que escribo cuentos. Incluso novelas. Le hablo del viaje al Himalaya, de los linces boreales y los leopardos de las nieves. Le hablo del cuarteto de Ladakh. Casi sin darnos cuenta llegamos a los tres mil metros. Ambos estamos entusiasmados, contentos de haber dado con un interlocutor propicio.
“Oye”, dice, “¿te puedo hacer una proposición indiscreta?” Le miro con gesto de sorpresa. “¿No será dormir en el mismo saco?” Se sonríe. “Calla, no. ¿Tú darías una charla a mis niños?” Javier es profesor en el colegio Ginés Morata de Almería y trata de que sus alumnos, sus niños, puedan acceder a experiencias que se salgan un poco de lo cotidiano.
“Claro”, respondo. Es lo que tiene estar parado, que no te puedes parar.
¿Tú eres el montañero amigo del maestro?, me espeta uno de los niños nada más verme, cargado con mi mochilón. Es uno de los veintisiete alumnos del curso de cuarto de primaria. La charla va a ser en el aula, donde hay un ordenador y un proyector. Pretendo alternar las dispositivas con algunas muestras del material que llevamos a la expedición. Me interesa remarcar algunos aspectos, como el de la seguridad en la montaña ─para lo cual me he traído el piolet y los crampones─ o que vean cómo se vive en otros lugares. Tengo más pildoritas que iré colando según vea la ocasión.
Le hago ver a Javier que estamos un poco apretados. “Esto no es nada, ahora vienen otros veintisiete. Ah, y prepárate, porque te van a acribillar a preguntas”.
Se apagan las luces. Y el guirigay, más o menos, se apacigua.
Cuando uno toma decisiones, y más si son irracionales ─es decir, que sean de corazón─, aparecen las dudas. Cada día hay cosas que te golpean, te desequilibran. Y hay que mantenerse en la cuerda. Aunque sea sin estilo. Por más que se sea agnóstico, hay que tener fe. En uno mismo.
Y de la forma más inesperada llegan premios. Pasan cosas como esta. Que jamás podrían suceder si no se les diese una oportunidad. Si no se perdiese uno por caminos insondables y empezase a abrir puertas aparentemente selladas.
Sí, ya me ha quedado claro que ganarse la vida con esto de los libros, de escribir, es una utopía. Puede ser, pero también son innegables las satisfacciones, a corto plazo (y esto es importante) que dan. ¿Cuánto valen los aplausos de cincuenta y cuatro chavales puestos en pie cuando aparece la foto del lince boreal? ¿Y escuchar el asombro que les produce ver las montañas más altas del planeta, una marmota, o una simple agama? ¿Y si a raíz de la exposición uno de ellos se engancha a la lectura, o al deporte, o a la naturaleza, o a la escritura?
Como apuntaba el famoso eslogan de un anuncio: eso no tiene precio.
Pasamos una buena mañana. A mí me desbordaba el exceso de interés, acostumbrado al desencanto y la pasividad que normalmente se respira en los círculos académicos, en los foros científicos. Javier se dedicaba a controlar a la jauría y repartir el turno de palabra. Con semejante caldo de cultivo aproveché para dar algún que otro consejillo: por ejemplo les dije que es importante saber inglés para viajar por el mundo, o que conviene comer bien, hacer deporte, tener hábitos sanos si se quiere subir montañas. Claro que en otras ocasiones se me vio el plumero. Por ejemplo cuando puse la foto del lobo que el Indio sujetaba para ver su tamaño. Alguien preguntó “¿y luego os lavasteis las manos?” A lo que contesté que no, que allí no había agua, ni jabón, y que total, nos pasábamos el día recogiendo y desmenuzando mierdas de lince. Vi la cara de pavor en los profesores, que se apresuraron a decir que ellos no debían hacerlo, que nosotros éramos profesionales y entonces se justificaba. Como esa hubo un par más de cagadillas.
Pasaron unos días de la charla. El profesor, Javi, les había conminado a escribir algo sobre el evento. Y me llegó una de esas cosas que te dicen que vas por buen camino. Que pase lo que pase ya has ganado. “Jaime, el hombre fantástico” se titula, ni más ni menos:
Mantener la atención de 54 criaturas de 9 años no es cuestión baladí. Para ello, además de un buen tema y recursos idóneos, es necesario que el ponente crea en lo que cuenta, haya vivido lo que cuenta. Así si se transmite.
Gracias por compartir con los chavales y conmigo ese trocito de tu vida.
Javier
¡Hola, soy Paula! Del cole Ginés Morata, de la clase de Javier. Me encantó tu visita y me pareció súper interesante .
Me gustó la foto del lince y el reportaje del leopardo de las nieves. ¡Fue genial ! Te animo a que sigas siendo así y que vayas por todos los coles enseñando las cosas que tú puedes ver y otros no.
Saludos, Paula Muñoz.
Buenas… Primero me presento… Me llamo Esther…. Soy lectora por casualidad…. Y así caen tus libros en mis manos….
He de decirte que no te tenia mucha fe… Pues pensaba… «Otro hippie de marca que desde su despacho se permite el lujo de contarme cosas…..»
Pero llamaste la atención de alguien cercano a mi … lo cual no es sencillo….
Me ha gustado tu forma de transmitir… Las situaciones son descritas de forma que puedes estar allí…. Viajas virtualmente… Haces el sentir patente….»
Por ahora es suficiente… Cuando termine de leerte te contare mas cosas….
Gracias JM Valderrama.