Me gustaba pensar que toda la nieve que estaba cayendo en este extraño mes de abril no la iba a pisar nadie. Poco a poco se fundiría y las montañas la irían absorbiendo. Desaparecería, cómo lo hacía la mantequilla que iba extendiendo sobre el pan caliente aquella mañana atemporal. Afuera llovía, rompiendo la racha de días ventosos propia del mar de Alborán. Era un día propicio para hacer unas buenas migas, como manda la tradición en Almería. Estaba siendo una primavera extrañamente húmeda que, mezclada con el confinamiento ordenado por el Gobierno, creaba una distopía de límites imprecisos. Con el paso de las jornadas se iba quebrando la disciplina a las que nos sometían las nuevas y estrictas reglas del juego, y aparecían resquicios por los que se filtraban los gérmenes de la duda. Precisamente eso era resistir, evitar que los resquicios diesen lugar a grietas y éstas al desmoronamiento. Apuré la taza de café caliente frente al ventanal. La calle vacía golpeada por la lluvia. Un coche despistado buscando aparcamiento, alguien paseando con cierta urgencia al perro, hogares con las persianas bajadas.
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La cabaña
En un pequeño claro, en el collado que hace de divisoria de aguas, un refugio de tablones claveteados y mal encajados, por las que se cuela el humo, da tregua y reconforta al viajero de estas lejanas montañas del Kanchenjunga. Los troncos apilados en sus paredes prometen lumbre. Al viajero le parece bien el descanso, una taza caliente de algo; viene empapado. Las nieblas perpetuas que envuelven estos bosques de rododendros, unidas a las frecuentes lluvias, explican los caudalosos ríos que recorren el fondo de los profundos valles; y que el viajero esté calado hasta los huesos.
Revista Quercus: Reseña Altitud en vena, por Américo Cerqueira
Como venía diciendo uno decide empezar a lanzar botellitas al mar con mensajitos dentro. O a tirar semillas por todo tipo de terrenos. O a echar la caña de pescar en el océano.
Y casi nunca pasa nada. Hasta que pasa.
Me topo con una reseña de Altitud en vena en el Rincón del Librero, una sección de la revista Quercus para dar a conocer novedades literarias.
Resulta que ese libro es mío, y lo ponen por las nubes.
Entonces uno decide, instantáneamente, que va a seguir haciendo lo que le gusta. Lanzar botellitas al mar, sembrar secuoyas en el desierto, decirle a esa chica imposible que te gusta, tirar la caña al océano.
Satisfaction!!
Otro fin de semana más a la montaña. A pasar noche bajo las estrellas y caminar. Esta vez conozco a Javier. El silencio de las piedras, el campo, estar a merced de los elementos, de los tempos de la naturaleza, conforma un ambiente propicio para las confesiones. Con Javier, además, resulta particularmente fácil la comunicación.
Le relato mi cambio de rumbo. Más auspiciado por la fuerza de lo instintivo que por argumentos razonables, razonados. Le cuento que escribo cuentos. Incluso novelas. Le hablo del viaje al Himalaya, de los linces boreales y los leopardos de las nieves. Le hablo del cuarteto de Ladakh. Casi sin darnos cuenta llegamos a los tres mil metros. Ambos estamos entusiasmados, contentos de haber dado con un interlocutor propicio.
En Radio 3, por supuesto
Recorro calles y avenidas; esquinas achaflanadas. Con la disposición precavida del que no conoce el entramado urbano. Camino con el nerviosísimo del que se enfrenta a algo nuevo. Cada poco saco el mapa del bolsillo. Lo consulto. Confirmo mis coordenadas. Sigo avanzando.
Voy dejando atrás partes amables de la ciudad. Hace calor. Busco las sombras. De repente me veo entre edificios imponentes. RBA editores. Imagino que dentro hay gente que selecciona manuscritos. Yo soy un escritor en busca de una entrevista.
Altitud en vena
En el verano de 2010 cumplí un sueño: fui al Himalaya. Y no a cualquier cosa. Nuestra expedición tenía por objetivo hollar un seismil y buscar leopardos de las nieves, así como linces boreales.
Éramos cuatro amigos bien avenidos. Mis colegas, expertos zoólogos, tienen por afición buscar especies prácticamente extinguidas. Eso requiere ir a lugares más bien remotos. Ladakh, entre las cordilleras del Himalaya y el Karakorum cumple con ese requisito. Y con otro muy importante: está a salvo de los monzones, lo que posibilita ir en verano.
Una vuelta por el Kanchenjunga (I) El país de la bandera rara
NOTA INTRODUCTORIA. El Parque Nacional del Kanchenjunga se encuentra en el extremo oriental de Nepal. Los trekkings para acceder al campo base de este ochomil -el tercero más alto- son largos e incluso tediosos y obligan a atravesar las tres regiones geográficas en las que se suele dividir el territorio nepalí: terai, valles intermedios e y la alta montaña del Himalaya.
El relato del viaje se apoya en este gradiente y obvia la cronología de los acontecimientos. De esta manera se presentan en un mismo lugar o tramo observaciones y anécdotas que corresponden tanto a la subida como a la bajada.
Una vuelta por el Kanchenjunga (II). Las cosas no tan bonitas del Himalaya
Cumbres nevadas que se recortan en un límpido cielo azul. La nieve que de forma inverosímil se amontona en las pendientes casi verticales. Aristas de roca que asoman entre el hielo. El imperceptible devenir de formidables glaciares. Bosques primarios de aspecto temerario a pesar del musgo que recubre sus rincones. El hielo se funde y el agua dibuja cascadas y espuma en su fragoroso recorrido. Antes se remansa en los campos de arroz, se sosiega en los abanicos aluviales. Se esparce por el paisaje. Va de una terraza a otra. Imágenes sugerentes. Paisajes increíbles.
Una vuelta por el Kanchenjunga (III). La brutal llegada del desarrollo
Biratnagar es la segunda mayor ciudad de Nepal. No pongo en duda que aquí viva mucha gente, pero sí que se le llame ciudad. Porque una ciudad conlleva una estructura y una serie de elementos representativos (escuela, templos, teatro, parques) fácilmente identificables. Biratnagar se ha gestado como muchas ‘ciudades’ del tercer mundo: un arremolinamiento de gente que se ha ido estableciendo provisionalmente en torno a las vías de comunicación. Ese rasgo provisional, con todo a medio hacer, se convierte en característica. La provisionalidad es permanente. Hay algún motivo difícil de entender que hace de atractor y provoca que la gente tome la decisión de dejar su pueblo e instalar una chabola junto a un amontonamiento de escombros y basura a medio quemar que se extiende por el tórrido llano, el terai.
Una vuelta por el Kanchenjunga (IV). La esplendorosa vida de los valles.
El reguero de papelillos y envoltorios va disminuyendo a medida que nos alejamos de la carretera y vamos sorteando montañas. Hay menos gente. Las modestas casitas salpican las laderas aquí y allá.
La primera impresión de las espectaculares laderas aterrazadas le deja a uno aturdido. Aquí se vive en vertical y la única manera de comunicarse es caminando. Para ir a la casa de enfrente hay que bajar quinientos metros hasta el río y volver a subir otros quinientos metros. Angostos caminos de piedra. Resbaladizos. Esto empieza a molar.