Cuando no puedo andar

Fue a principios de octubre cuando llegó la convocatoria para un concurso de relatos de mi club de montaña, el CAM, es decir, el Club Almeriense de Montañismo. En apenas un párrafo se hacía el anuncio: “Queridos compañeros, os invitamos a participar en nuestro concurso de relatos de montaña “Seguir subiendo”. Tenéis dos meses y un par de folios para contar vuestras aventuras, experiencias, sensaciones o sueños en la montaña. Esperamos vuestros relatos. Buena escritura.

La parquedad del mensaje estaba en consonancia con esa aparente frialdad del montañero, pero era un guiño al compañerismo y, desde luego, un estímulo frente a tantos meses sin poder pisar la montaña. Aunque la vida ahora mismo no me da muchos respiros decidí presentar la siguiente pieza:

Cuando no puedo andar me gusta pensar que todo va a ir bien. Que en breve saldremos en tropel, como sabuesos liberados de la correa sanitaria que nos amarra a una rutina tediosa, lejos de nuestros parajes preferidos. Que el instinto recordará las sendas infinitas y nos devolverá a nuestro lugar en las cumbres.

Me gusta pensar que los montañeros somos expertos en esperas. Sabemos aguardar con paciencia a que levante la niebla, a que se haga de día, a que la nieve transforme. Tenemos la certeza de que esa ventana de buen tiempo llegará tarde o temprano, pese a que el abigarrado cielo gris afirme lo contrario. Y entonces, ay entonces, treparemos, caminaremos y disfrutaremos con la intensidad que se fragua en ser profundamente conscientes de que estar vivos es un milagro.

Hacemos tiempo buceando en nuestro mundo interior, prolijo en detalles escapistas. Repasamos mentalmente un manual de nudos, recordamos itinerarios, reafirmamos nuestra lista de anhelos pendientes. Nos miramos las palmas de las manos situando en cada dedo el agarre de nuestras paredes míticas.

Me gusta pensar que, por fin, la nieve que empieza a caer; en silencio, tapizando la sierra, cubriendo rocas y grietas. La temporada pasada quedó a salvo de muestras pisadas, inmaculada, hasta que el sol primaveral la fue derritiendo en silencio, para luego correr valle abajo en una algarabía prodigiosa, en busca del mar.

Me gusta pensar que somos un ejército shackeltoniano que convierte una situación límite en un juego de niños. Que varados en la banquisa que es este monótono confinamiento somos capaces de sacarle una sonrisa al enfermo febril e inventar un juguete con un cordino y un mosquetón.

Aprovechamos para ordenar fotografías y recuerdos. Para pulir tablas, afilar las piernas y perfeccionar técnicas. Para leer y aprender. Para darnos cuenta de que mirar al mar también es una delicia y de que vivimos en un enclave magnífico, parapetado tras los mil pliegues de un territorio seco y sabio, que aún esconde tesoros y merece nuestros cuidados.

Me gusta pensar que esta pandemia será otra muesca más en el piolet. Y la recordaremos al calor de nuestra chimenea, en la sede del club, planificando la siguiente invernal, las próximas salidas en bici, escuchando las historias de los compañeros, al abrigo de la leña crujiendo bajo el peso de la lumbre.

Me gusta pensar que aquí nadie se queda atrás. Que a cada huella le sigue una pisada. Que más que saber resistir, nos gusta resistir y que cada decreto, cada confinamiento, cada nueva restricción, es un nuevo desafío al que derrumbar con la tozudez entrenada a base de muchas derrotas y algún triunfo memorable.

Estamos hambrientos de aire puro y espacios abiertos. Sedientos de sentir el jadeo profundo que desgarra la garganta. Con ganas de quemar grasa, soltar adrenalina y gritarle al mundo: ¡estamos de vuelta!

Me gusta pensar que llevamos el confort a cada metro cuadrado en el que acampamos. Que incluso sobre la nieve, una tienda y un saco nos sirven para reír y compartir unos buenos tragos de vino tras una cena pírrica a base de noodles o cualquier otra chuchería.

Me reconforta pensar que, tras una jornada dura, de apuros en un corredor, de camisetas empapadas de sudor y pies mojados, nos apretaremos alrededor de otra ronda de tapas. Y que brindaremos por haber vuelto a librar, por haber madrugado, por estar todos juntos, por qué no sea la última.

Cuando no puedo andar me gusta, eso, pensar, y decirle al invierno: espera, que llego.

Por fin el 14 de diciembre el fallo del jurado tuvo lugar. Su veredicto no me sorprende, y me reconfirma la pasta de la que está hecha esta gente: “Uno de los problemas que se nos planteó en la convocatoria fue el premio a otorgar. La primera propuesta fue un choto y una caja de vino. Pero nos pareció que excluía a los vegetarianos y a los abstemios, y que ese premio era en cualquier caso para que el ganador lo compartiera, algo imposible con la sede del CAM cerrada. Para salir del paso decidimos proponer un genérico lote de material de montaña. El otro problema era el jurado. ¿Quién elegiría el ganador? Como tampoco sabíamos quién iba a escribir, decidimos dejarlo para más tarde.”

La decisión estaba clara: “optamos por la mejor opción: declararlos a todos ganadores y otorgar un gran premio colectivo: será el momento de volver a reunirnos y abrazarnos y compartir una comida y unas cervezas en el club y en la montaña. Porque en la montaña los ganadores somos todos. Seguiremos subiendo.”

Brillante, aquí está el volumen completo: Seguir subiendo

4 comentarios sobre “Cuando no puedo andar”

  1. Buenas tardes, llegué a ti porque un día escuché en la radio una entrevista sobre una expedición en busca del Leopardo de las Nieves, luego compré algunos de tus libros y así, automáticamente comencé a recibir los escritos que publicas en tu blog. Formo parte de un grupo de montañeros, ya jubilados del trabajo, que vivimos en Madrid y que caminamos por la Sierra de Guadarrama, todos martes.

    Me ha encantado tu escrito sobre ese periodo del confinamiento en el que nos conformábamos con ver la montaña de lejos. Abel

    1. Hola Abel, muchas gracias por el comentario y por seguirme. Me alegro de que tengas tiempo para salir a la montaña con tanta frecuencia y en compañía de amigos. Poco más se le puede pedir a la vida. Feliz año y un abrazo

    1. Muchas gracias. Están siendo tiempos duros aunque alguna lección buena puede sacarse. Que lo cercano muchas veces es mejor de lo esperado y que cualquier paseo por el campo o la montaña es oro puro. No hace falta irse al Himalaya, aquí mismo lo tenemos (y si cae el Himalaya de propina habrá que ir!) resistirse)

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