Probablemente fue a la vuelta de aquel viaje al Pirineo cuando mi amigo, envuelto en la humareda de su permanente cigarro, me preguntó con una mirada que denotaba que ya conocía la respuesta, ¿y cómo fue?
Pues no del todo bien. En Isaba, confluía el recuerdo de varios veranos consecutivos visitando aquel pueblo del valle del Roncal; vacaciones enmarcadas en ese incómodo tránsito que es la pubertad. Quise ver la cancha de baloncesto donde jugábamos cada mañana, convertida en un espacio mínimo incompatible para albergar los partidos que magnificaba mi memoria. Volvía para poner la tienda en el mismo camping en el que mis hermanos y yo levantamos el césped –para desesperación del dueño de aquello- con el fin de cavar un foso que nos protegiese de las tormentas (peregrina idea gestada a base de ver demasiadas películas). La estampa de aquellas caravanas y furgonetas, del pabellón de madera recién barnizado, no encajaba con mis evocaciones. Como tampoco lo hicieron las migas de la venta de Juan Pitu, ni los paseos por una montaña que me resultó ajena. >>seguir leyendo
Fue a principios de octubre cuando llegó
la convocatoria para un concurso de relatos de mi club de montaña, el CAM, es
decir, el Club Almeriense de Montañismo. En apenas un párrafo se hacía el
anuncio: “Queridos compañeros, os invitamos a participar en nuestro concurso de
relatos de montaña “Seguir subiendo”. Tenéis dos meses y un par de
folios para contar vuestras aventuras, experiencias, sensaciones o sueños en la
montaña. Esperamos vuestros relatos. Buena
escritura.”
La parquedad del mensaje estaba en
consonancia con esa aparente frialdad del montañero, pero era un guiño al
compañerismo y, desde luego, un estímulo frente a tantos meses sin poder pisar
la montaña. Aunque la vida ahora mismo no me da muchos respiros decidí
presentar la siguiente pieza: >>seguir leyendo
En lo más profundo del verano no hago pie.
Cuido del bebé y de su hermana. Pongo lavadoras y secadoras. Hago la comida y
biberones. Macerado en humedad. Hago la compra mientras la niña se rebela
porque quiere una bola de la máquina de bolas. No hay bola digo yo. Y se lía. Encadenamos
una ristra de porqués cada vez más absurdos que terminan con el portazo del
porque lo digo yo. Llantos, gritos, desesperación. Compro pañales para seguir
cambiando pañales. La humedad atroz. La ola de calor. La mascarilla
deshaciéndose al contacto de la barba. Pica como un demonio. Necesito un
respiro. >>seguir leyendo
Empecé a leer uno de los libros de la estantería reservada para las novedades literarias, el lugar que ocupan durante un tiempo antes de encontrar su posición definitiva de acuerdo al apellido del autor. Últimamente leo poco. Últimamente se refiere a los dos últimos años, casi la edad de Julia. La crianza se llevó por delante buenas costumbres, como el squash, el deporte en general, la lectura, el cine, el Clasijazz, el club de montaña…, en fin, que os voy a contar a los que ya habéis pasado por el trance o estáis en ello. >>seguir leyendo
Paso los días a la espera de nubarrones, de que se levante viento. El General Invierno no se digna a aparecer y por las noches salto con avidez de un canal a otro en busca de un pronóstico del tiempo que me agrade, uno que muestre un mapa con copos de nieve. Escudriño la aplicación del móvil, oteo el horizonte. Todo con la esperanza de encontrar indicios que anuncien la llegada del buen tiempo, esto es, de chaparrones, nevadas y tormentas con abundante aparato eléctrico. Sí, soy un poco como el personaje de esa canción de Brassens, traducida por Javier Krahe y cantada por Alberto Pérez: >>seguir leyendo
Los Pirineos eran una quimera de dudoso perfil vistos desde el mar de Alborán. El verano, que pudo haber sido más cruel, convertía Almería en un destino turístico. La vida se concentraba a orillas del mar, donde el confuso bullicio y la arena caliente -descomunalmente pisoteada- me retraían a las sombras del hogar. Allí saboreaba esperanzado el fresco mañanero pero antes del mediodía el calor había colonizado todos los recovecos y mi buena disposición claudicaba. Entonces, buscaba con ansiedad pronósticos del tiempo que desactivasen el viento de levante. >>seguir leyendo
Con el paso del tiempo la razón de hacer algo va cambiando. Probablemente la motivación, pasada determinada edad, solo se sostiene en tanto en cuanto hacemos cosas por otros. Ese es uno de los grandes peligros de la soledad. No tener nadie de quien preocuparse. Dejarse. Caer en la desidia más absoluta.
Uno se obliga a madrugar porque tiene que sacar al perro. Se caga en el perro, en el frío y en todo. Pero al final se alegra de tener un perro que agradece que lo paseen.
Uno se obliga a ir al veterinario porque el gato se clavó no se qué persiguiendo grillos por el jardín. De otra manera, puede que prescindiese de la civilización, de coger el coche a las tantas, de ir hasta la quinta moña. Pero por el gato lo que sea. >>seguir leyendo
En un pequeño claro, en el collado que hace de divisoria de aguas, un refugio de tablones claveteados y mal encajados, por las que se cuela el humo, da tregua y reconforta al viajero de estas lejanas montañas del Kanchenjunga. Los troncos apilados en sus paredes prometen lumbre. Al viajero le parece bien el descanso, una taza caliente de algo; viene empapado. Las nieblas perpetuas que envuelven estos bosques de rododendros, unidas a las frecuentes lluvias, explican los caudalosos ríos que recorren el fondo de los profundos valles; y que el viajero esté calado hasta los huesos. >>seguir leyendo
En septiembre, cuando la Feria echa el cierre al verano, estoy pendiente de las borrascas que puedan filtrarse hasta la sierra. Atento a los días nublados, escrutando los partes meteorológicos del Aemet y del Mountain Forecast. Sacando información, cuando se puede, de los que fueron a caminar por la montaña o echaron el día por Abrucena, Bayarcal o Paterna del Río. En septiembre debería caer agua, una lluvia fina y continua a ser posible, para ir apagando la sed de un terreno polvoriento y reseco que ha soportado estoicamente un verano duro como pocos. Esas primeras precipitaciones que inauguran el año hidrológico, en altura, son también las primeras nieves. >>seguir leyendo
De manera esquemática la última parte del reto puede resumirse así: Álex trazando una línea que va de poniente a levante. Y los comandos de apoyo entrando de sur a norte, o de norte a sur para acompañarle un tramo hasta el siguiente relevo.
Chequeo médico. Aunque parezca imposible todo en orden
Afronta esta etapa tras haber superado el control médico. Empieza la traca final con el Club de la Zubia, que le acompaña los primeros ocho kilómetros. Después, tras un inquietante tramo a solas en el que Álex se pierde y acaba entre matojos, por fin llega a los cortijos de Echeverría. Allí le esperaban Frasco y Fernando. El Negro había acumulado cierto retraso al extraviarse y el Comando Kaldera, que para entonces ya iba camino del refugio Poqueira, reestima la hora a la que llegarían Fernando y Álex al refugio de la Caldera. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.