Te puede parecer un pedante. Un engreído. Un chaquetero. Un snob. Un tocapelotas. Te puede parecer un cínico sin remisión. Un alcohólico. Un tipo sin remedio. Que vomita un lenguaje enrevesado con el que confunde a sus adversarios. A los que le dan palos. A sus fantasmas.
Te puede parecer alguien desagradable.
Bueno. Eso son opiniones. De todos aquellos que tenemos un ego sensible. Y respondemos con balas a las balas.
Dejando de lado esos pareceres, muchos de los cuales no comparto, tengo que confesar que soy un fiel seguidor de las opiniones de Boyero. Porque casi siempre acierta. Porque tenemos los gustos alineados. Ya ha dado en el clavo demasiadas veces como para pensar que es por casualidad. Tantas, que incluso cuando estoy a punto de salirme del cine porque no soporto ‘El árbol de la vida’, llego a pensar que soy yo el que no entiende nada.
Fue a través de Boyero que conocí ‘The wire’, el mundo de las series en general. Hasta entonces ficciones despreciables que servían de cementerio de elefantes. Los actores que salían en ellas eran seres que habían caído en desgracia. También fue Boyero el que me recordó que Billy Wilder era un genio. Y el que me llevó hasta ‘El poder del perro’.
Demasiadas cosas buenas. Demasiadas casualidades.
Por eso, y aún sin reponerme del bodrio que fue para mí ‘El árbol de la vida’ (Palma de Oro en Cannes, hay más gente a la que le maravilla la película), compro por internet ‘Crematorio’ de Rafael Chirbes. Sin pestañear. Siguiendo los pasos de amazon. Elegir el material. Dirección de envío. Apoquinar. Confirmar.
Es una pena que desaparezcan las librerías. Es una pena que no haya coches de caballos. Con lo bien que suenan los casos en los adoquines. Es una pena que no haya cuchillos de sílex. Todo esto ha dejado de ser funcional. El acerco corta mejor. No se pueden llevar a millones de personas coches de caballos. El estiércol lo inundaría todo. No se encuentran los libros en las librerías. Duran poco. Y cuando te enteras de la existencia de un libro ya no lo tienen. Como dice Lalo los libros necesitan su tiempo para darse a conocer. El boca a boca es lento al principio.
Como lector trato de juntar al menos dos opiniones fiables sobre un libro. La de Boyero y otra. Y juntar esas opiniones lleva tiempo. Que esas personas se lean el libro. Y para entonces es probable que no exista. En las librerías.
Si quiere se lo pido. Está descatalogado. Eso ya no lo vas a encontrar. Te dicen en las librerías. Entras en amazon (ó abe ó thebookdepository) y lo encuentras. Y lo compras. Más barato. Si encima lees en inglés muchas de las novedades editoriales las consigues a mitad de precio en versión original. O cuatro veces más barato. Un ejemplar nuevo o uno descatalogado de una biblioteca de Sussex. Fíjate: ves una novedad editorial en España y te llega un libro que ya se han leído cien personas en Inglaterra. Y es la misma obra.
Es una pena sí. Que ya no haya máquinas de escribir. Sustituidas por procesadores de texto. Por algo será. Que no haya candiles. Ahora hay leds. Las cosas cambian. Siempre cambian. Continuamente.
Vas a internet: click, click, click. Y a esperar que venga la cigüeña con su preciada carga.
Llega el paquete en unos días. Lo abro con devoción. De manera aparatosa. Rasgando el cartón de cualquier forma. Tengo ansiedad. Un ejemplar naranja de Compactos de Anagrama. Rafael Chirbes ¿Quién será este tío? Leo la primera página. La contraportada. Voy haciendo lo mismo con los diferentes libros que se acumulan en pilas lo más discretas posibles. Algunos, sí, adquiridos en librerías convencionales. Otros prestados.
Leo las primeras páginas de otros libros: ‘Born to run’. ‘El peor viaje del mundo’. ‘El negro del Narciso’. Releo la primera página de ‘Crematorio’. Y luego la segunda. Y ya no puedo parar. Me atrapa. Esto es literatura. Boyero ha vuelto a dar en el clavo. Es el tipo de historia que quiero leer. Que querría escribir.
Es unos de estos libros que te cuentan la esencia de algo. Si quieres tratar de entender la Segunda Guerra Mundial debes leer ‘Vida y destino’, de Vassily Grossman. Si quieres aprehender el significado del Imperio español entonces hay que leerse ‘Imperial Spain’, de Elliot. El alma de la transición española lo clava ‘Anatomía de un instante’, de Cercas. El conflicto entre India y Pakistán, entre musulmanes e hindúes, se comprende con ‘Tren a Pakistán’ de Khushwant Singh. Y ‘Crematorio’ es un retrato desgarrador de la burbuja inmobiliaria. Es entender y comprender y sentir los vericuetos del negocio. De la rapiña. De que el fin justifica los medios. Sobre todo si el fin es hacer pasta.
Chirbes –ya sé quién es Chirbes, no se me olvida- utiliza la misma técnica que Lobo Antunes en su ‘Esplendor de Portugal’: la polifonía. Los personajes se van turnando para ir rellenando de detalles el relato. El lector va recibiendo poco a poco información, desde distintos ángulos, con la que va absorbiendo y entendiendo el podrido mundo del ladrillazo.
Porque es diferente saber hechos, leer informes. Manejar cifras y gráficos. Es diferente de contar la historia a través de la literatura. El mundo del ladrillo, esta breve época dorada de crecimiento desenfrenado, de mala educación, de horteras, de expolio, de mirar por encima del hombro, de pensar que se puede comprar por 10 y vender por 50 siempre, de maltratar a personas, de meter la mierda debajo del felpudo y mirar para otro lado, todo eso, te lo cuenta ‘Crematorio’. Bien contado. Con un estilo de torrente que apabulla. Que no deja títere con cabeza. Que te deja claro en qué ha consistido el negocio inmobiliario.
Obra maestra.
A mí Boyero a veces no me acierta… No me gustó Un Dios salvaje… y a él le apasionó.
¡Pero las más sí, de acuerdo contigo!
Gracias por tus libros clave para comprender momentos de la historia, ey, gran post.