Creo que no te conté la historia del paralítico, que es memorable. Me acordé hoy al entrar al Ministerio, ese ente al que cada mañana acudimos miles de trabajadores esperando la hora de tomar un café que sabe a rayos.
Vi las plazas reservadas para los discapacitados, racionalmente situadas junto a la puerta de entrada, para que el manco y el cojo, el que tiene un zapatón de esos que provoca andar como medio descoyuntado, lo tenga más fácil y así no tenga que recorrer grandes distancias. Así fue como me acordé de esa historia de pundonor. O locura.