Salgo a correr por el barrio. No es mi primera opción. Ni tampoco la segunda. Una zona residencial que va adueñándose de las antiguas huertas. Hay campos esperando nuevos edificios. Los dueños, a su vez, aguardan ansiosos la venta del solar. Quien les iba a decir a ellos que aquel terruño, cerca del Andarax, un pedazo de tierra más bien desagradecida, que fue testigo de tantas penurias, ahora les iba a hacer ricos. Ricos hasta hartarse. Si no fuese por el Santi, que está loco, o quizás sea la mujer, que le malmete, el caso es que quiere más pasta. Luego hay que repartir y eso se queda en nada, esgrime como argumento. Mejor esperar, que esto está otra vez al alza. Y claro, los hermanos se desesperan, y las cuñadas, y los cuñados y todo aquel que tenía la esperanza de tener billetes frescos en mano. Hasta hay alguno que ya se ha metido en negocios y ha adelantado dinero. Cada vez que una constructora levanta un cartel enorme anunciando nuevas y confortables viviendas, las mejores de la Vega, se llevan las manos a la cabeza.