Entre pandemia y crianza mi radio de acción se ha reducido considerablemente. Echando cuentas, hace seis meses que no salgo del municipio. Ha sido una temporada –que no tiene un final cercano- en la que he tenido oportunidad de ir explorando con más detalle la geografía urbana local. Uno de estos descubrimientos es la pequeña red de senderos alrededor de la desembocadura del Andarax, que me ha concedido ligeras variantes sobre el recorrido básico que utilizo para correr. Además, encontré un aderezo esencial para estas carreras matutinas en el podcast de Las Edades de Millas, una de las secciones del programa ‘A vivir que son dos días’.
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Las Calmas de Enero
Salgo a correr por el barrio. No es mi primera opción. Ni tampoco la segunda. Una zona residencial que va adueñándose de las antiguas huertas. Hay campos esperando nuevos edificios. Los dueños, a su vez, aguardan ansiosos la venta del solar. Quien les iba a decir a ellos que aquel terruño, cerca del Andarax, un pedazo de tierra más bien desagradecida, que fue testigo de tantas penurias, ahora les iba a hacer ricos. Ricos hasta hartarse. Si no fuese por el Santi, que está loco, o quizás sea la mujer, que le malmete, el caso es que quiere más pasta. Luego hay que repartir y eso se queda en nada, esgrime como argumento. Mejor esperar, que esto está otra vez al alza. Y claro, los hermanos se desesperan, y las cuñadas, y los cuñados y todo aquel que tenía la esperanza de tener billetes frescos en mano. Hasta hay alguno que ya se ha metido en negocios y ha adelantado dinero. Cada vez que una constructora levanta un cartel enorme anunciando nuevas y confortables viviendas, las mejores de la Vega, se llevan las manos a la cabeza.
Algo más que salir a correr
Aún es de noche cuando me levanto. Entre mullidos silencios me visto de corredor y desayuno un plátano. Salgo a la calle bien abrigado y para mi sorpresa la niebla envuelve la ciudad. El aire fresco y húmedo me recuerda a las tierras castellanas, donde los bancos de niebla invaden pinares y campos de cultivos durante días.
Pero esta es una niebla distinta. Viene del mar y se conoce como boira. Durará lo que quiera el sol, unas horas a lo sumo. En todo caso yo saldré de su radio de influencia en breve porque a mí me gusta correr por el monte, donde el terreno es más abrupto y hay subidas y bajadas. Si me quedase cerca de casa estaría condenado a la monotonía del llano.
Mis contemporáneos
A la espalda del instituto comenzaba el campo. En aquellos años, el edificio representaba el último avance de la de pujante sociedad periurbana. Todos pensábamos que el asfalto iría a más; poco a poco se adentraría por los caminos de tierra; los sembrados y las amapolas que los orillaban quedarían bajo el cemento de urbanizaciones.
Desde niño aquel espacio me llamó la atención. Primero las escombreras ilegales que iban sepultando eriales. Allí me entretenía en reventar televisores y otros despojos que los camiones volcaban con la naturalidad propia de la época, presumiendo que el medioambiente se encargaría de digerir todo aquello.
Los lunes en el paraíso
Me sigue sorprendiendo el tono peyorativo de la palabra vividor. El otro día di por casualidad con un programa sobre José Luis Sampedro, en el que salían fragmentos de entrevistas muy variadas. En una de ellas se sorprendía de la connotación negativa de la palabra de marras. Si acudimos al diccionario de la RAE la primera acepción que da es obvia. Vividor: que vive. Y hay que ir hasta la cuarta para encontrar el sentido retorcido que normalmente se le asigna. Vividor: Que vive a expensas de los demás, buscando por malos medios lo que necesita o le conviene.
Born to run, de CHRISTOPHER McDOUGALL
Este es un libro altamente motivante, al menos para mí, que siempre me ha atraído la idea de la autopropulsión, es decir, la manera de trasladarse de un lugar a otro por medios propios: corriendo, andando, en bicicleta, en piragua.
Y lo que expone este libro es la teoría de que el ser humano se ha desarrollado evolutivamente para correr largas distancias. Hemos sobrevivido gracias a nuestra capacidad para perseguir animales y agotarlos corriendo. No muy rápido, pero sí durante largas distancias. Somos los mejores en eso. Andamos erguidos porque es el mejor mecanismo de ventilación pulmonar. Y tenemos el más exquisito sistema de refrigeración que existe, las glándulas sudoríparas.