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Las cerezas de Caniles

Mantener este blog con vida está resultando muy complicado. Entre las diversas colaboraciones con otros blogs y la redacción de diversos trabajos científicos, amén de la preparación de varios libros, apenas me quedan frases y minutos para lo que debe de ser el campo de pruebas de un escritor, o al menos así es como concibo yo este espacio. Anoto en un cuaderno ideas que a veces logro desarrollar, con el firme propósito de descargar esas ideas aquí. Uno de esos proyectos era la entrada Las cerezas de Caniles, que he ido alargando más de la cuenta. Las anotaciones son del pasado verano, y han sido sepultadas por otras ideas y urgencias. Me he puesto a desarrollar las secciones en las que he planificado la historia, y como esperar a tenerlo todo es una excusa más para retrasar su publicación, voy a ir sacándolo por fascículos, con el fin de tener cierta presión por terminar de redactarlo. Vamos con ello: >>seguir leyendo

La paloma

No era partidario de la siesta. Ni siquiera en verano, de vacaciones. Le gustaba aprovechar ese tramo del día, proclive a la desidia, para avanzar en su trabajo. Prefería las sombras de su despacho al bullicio de las playas. Allí, con las persianas bajadas, clausurando la atroz claridad del Mediterráneo, y arrullado por el cíclico movimiento del ventilador daba rienda suelta a sus inquietudes. Se sumergía en la profundidad insondable de las hojas Excel y el contenido enigmático de unos informes económicos. Mejor que hacerlo en las aguas transparentes de la piscina; odiaba exponer su cuerpo lechoso y flácido a la vista impúdica de desconocidos, por más que todos tuviesen pinta de reptiles enfermos donde él, en ningún caso, sería el peor espécimen. >>seguir leyendo

En Agosto

En agosto es difícil descansar. Un calorazo incómodo, pagajoso te ralentiza. La costa, donde vivo, se llena de gente con ansias de desconectar. Se llenan los bares, no hay dónde aparcar. Todo se vuelve incómodo, bullanguero. No es lo mismo ir a tomar una paella cuando el restaurante sirve a cuatro mesas que cuando hay que solucionar cuarenta comandas. Se diluye la sustancia.

Te rodea una muchedumbre que ha venido con el firme propósito de relajarse y divertirse. Tratas de que tu rutina se mantenga imperturbable a las hordas de turistas, a la atmósfera calenturienta que todo lo impregna. Imaginen un oficinista que al entrar al ascensor, con su maletín, aspira los efluvios de crema del sol con sabor a coco. Queda incapacitado para todo el día. Los olores, esas moléculas evocadoras, capaces de movilizar a toda la red neuronal, te llevan del coco al espeto de sardinas. A continuación sientes las manos llenas de grasa. Estamos muy lejos del aroma del café mañanero. De poder actuar de una manera más o menos civilizada. >>seguir leyendo

Verano

El paseo marítimo lleno de gente. Tenderetes que ofrecen baratijas, chucherías.

Todo más sucio. Papeles. Manchas de grasa. Olor a fritanga.

Salir a tirar la basura sin camiseta. En plan hortera.

Ruido hasta las tantas. Que se cuela por las ventanas abiertas. Como se cuela el sonido de los grillos.

Noches en vela. Enredado en el empapado amasijo de sábanas.

Me tumbo sobre las baldosas frescas para encontrar un rato de sueño.

La universidad vacía. Sobrevive el Romera. Especialidad en paella con caracoles. Clientela escasa que sale de edificios enormes, con aspecto de hangar abandonado. Un personal mínimo que les mantiene las constantes vitales. >>seguir leyendo