Ha pasado su vida laboral, es decir, prácticamente su vida, en un edificio destartalado que habían prometido rehabilitar cuando hizo las oposiciones de funcionario. Hace años de aquello, y todavía utiliza la tercera persona del plural, ellos, para referirse a autorías enigmáticas, a anónimos ejecutores.
Esta actitud, en Ramón, no desentona cuando achaca al Gobierno o a la tele (los dos productores de verdades, en ausencia de Dios, más reputados de nuestra era) hechos de los que uno solo puede ser testigo impotente, nunca partícipe: «Han dicho que este verano va a ser caluroso». «Dicen que el paro ya no va a subir más». «Van a abrir un aeropuerto en Morata de Tajuña, dicen que será muy rentable». Cosas contra las que no se puede combatir; irrefutables. >>seguir leyendo
En agosto es difícil descansar. Un calorazo incómodo, pagajoso te ralentiza. La costa, donde vivo, se llena de gente con ansias de desconectar. Se llenan los bares, no hay dónde aparcar. Todo se vuelve incómodo, bullanguero. No es lo mismo ir a tomar una paella cuando el restaurante sirve a cuatro mesas que cuando hay que solucionar cuarenta comandas. Se diluye la sustancia.
Te rodea una muchedumbre que ha venido con el firme propósito de relajarse y divertirse. Tratas de que tu rutina se mantenga imperturbable a las hordas de turistas, a la atmósfera calenturienta que todo lo impregna. Imaginen un oficinista que al entrar al ascensor, con su maletín, aspira los efluvios de crema del sol con sabor a coco. Queda incapacitado para todo el día. Los olores, esas moléculas evocadoras, capaces de movilizar a toda la red neuronal, te llevan del coco al espeto de sardinas. A continuación sientes las manos llenas de grasa. Estamos muy lejos del aroma del café mañanero. De poder actuar de una manera más o menos civilizada. >>seguir leyendo
Argimiro era el portero de la finca. Caminaba con sus manojos de llaves balanceándose de un lado a otro. Haciendo un ruido como si llevase grilletes. Un andar cansino, arrastrando los pies. Ponía parches aquí y allá. Remendaba goteros, llamaba a los de las basuras cuando se atrancaban las bocas colectoras. Acudía cuando alguien veía una culebra por algún patio. O si no funcionaba el telefonillo. Apañaba cables, podaba árboles. Conseguía piezas de repuesto. Lo llamaban a cualquier hora del día para abrir alguna puerta de la que él seguro que tenía la llave. >>seguir leyendo
Como todos los veranos la familia elige un lugar costero en el que pasar las vacaciones. Y como todos los veranos las vacaciones son, inmutablemente, las tres primeras semanas de agosto.
Hábitos que crean una falsa sensación de seguridad. Hábitos de sus habituales. Otras familias de interior que también se van a alguna costa. Después, en septiembre, cuando empiece el curso, tendrán algo que contarse.
Mientras la madre se queda organizando el apartamento de alquiler, una opción más asequible que el hotelazo de cuatro estrellas que, total, los niños no van a apreciar, el padre se va a hacer los recados. Es lo tácitamente convenido.
La madre hace las camas, recoge el desayuno, friega los cacharros. A cambio un rato de soledad. Saborea su segundo café en la terraza, con un cigarrillo. Trastea con el wasap.
El padre entretiene a los niños hasta la hora de la playa. Compra el pan y el periódico. Les ha prometido que hoy irían a pescar. Así que inmediatamente después de consultar el IBEX 35 y los fichajes de su equipo, han ido a una tienda que hay junto al puerto. Uno de esos comercios en las que se puede encontrar un amplio surtido de útiles para la pesca y efectos náuticos de lo más variado: cuadros de nudos marineros más o menos sofisticados, barómetros de coleccionista, un control de potencia de cobre de un barco antiguo.
El mayor, Fernando, quería un equipo lo más completo posible. Casi profesional. El mayor, que fue el que estuvo dando la lata para ir a pescar. Se encaprichó después de ver la tarde anterior, en el espigón, como unos hombres sacaban con destreza un pescado tras otro. Pescadores del pueblo. Gente de mar.
Le fascinó tener acceso a una fuente de alimento gratuita. Solo le hacía falta tener una de esas cañas que parecen pértigas. >>seguir leyendo
El blog del escritor J.M. Valderrama donde podrás comprar sus libros Días de nada y rosas, Altitud en vena y Aquí Bahía.