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Silencio

Con el paso del tiempo la razón de hacer algo va cambiando. Probablemente la motivación, pasada determinada edad, solo se sostiene en tanto en cuanto hacemos cosas por otros. Ese es uno de los grandes peligros de la soledad. No tener nadie de quien preocuparse. Dejarse. Caer en la desidia más absoluta.

Uno se obliga a madrugar porque tiene que sacar al perro. Se caga en el perro, en el frío y en todo. Pero al final se alegra de tener un perro que agradece que lo paseen.

Uno se obliga a ir al veterinario porque el gato se clavó no se qué persiguiendo grillos por el jardín. De otra manera, puede que prescindiese de la civilización, de coger el coche a las tantas, de ir hasta la quinta moña. Pero por el gato lo que sea. >>seguir leyendo

Granada & Humboldt

El tren, despiadadamente lento, serpentea entre las formaciones acarcavadas del desierto de Tabernas. Cuando los temporales tienen a bien instalarse en esta parte del país, el paisaje, decolorado por el sol, adquiere matices insospechados. Llueve y la escorrentía se afana por profundizar los rasgos de un paisaje que parece sumamente deleznable.

La revisión oftalmológica ha ido a caer en un día gris de noviembre. Una de esas jornadas desapacibles que fomentan el consumo de unas buenas migas alrededor de una lumbre y echan por tierra el concepto que los turistas tienen de la provincia. En Almería también puede hacer un frío del carajo. >>seguir leyendo

Bendita locura (III)

De manera esquemática la última parte del reto puede resumirse así: Álex trazando una línea que va de poniente a levante. Y los comandos de apoyo entrando de sur a norte, o de norte a sur para acompañarle un tramo hasta el siguiente relevo.

Chequeo médico. Aunque parezca imposible todo en orden

Afronta esta etapa tras haber superado el control médico. Empieza la traca final con el Club de la Zubia, que le acompaña los primeros ocho kilómetros. Después, tras un inquietante tramo a solas en el que Álex se pierde y acaba entre matojos, por fin llega a los cortijos de Echeverría. Allí le esperaban Frasco y Fernando. El Negro había acumulado cierto retraso al extraviarse y el Comando Kaldera, que para entonces ya iba camino del refugio Poqueira, reestima la hora a la que llegarían Fernando y Álex al refugio de la Caldera. >>seguir leyendo

Bendita locura (II)

Enseguida las olas tapan la progresión de Álex. Bracea mar adentro para despegarse del litoral y evitar las rocas. El equipo de fotógrafos[1] toma las últimas instantáneas. Un dron se ha aventurado hasta su posición para sacarle primeros planos en el agua. Los piragüistas a duras penas mantienen el rumbo. El viento es fuerte, pero ahí están. Acompañando a Álex.

Bregando en el mar de Alborán. El Cabo de Gata al fondo.

Al día siguiente, a esas horas, el Comando Kaldera, del que formo parte, ha de partir hacia Trevélez para cumplir con su cometido. Teníamos que llegar hasta el refugio de la Caldera, donde Álex, si todo marchaba bien, llegaría de madrugada acompañado por Fernando. >>seguir leyendo

Bendita locura (I)

Un puñado de gente contempla, desde la orilla del mar, a unos piragüistas que se preparan para afrontar el oleaje. Éstos miran con recelo cómo el agua salda se deshace en espuma. Al chocar contra las escolleras que protegen la carretera que va desde Almería hasta el campus de la universidad. Entre ellos un tipo embutido en un traje de neopreno va de un lado a otro dando instrucciones, hablando con el grupo de testigos, mirando su reloj cada poco.

Esperando acontecimientos. La salida

Lo que está a punto de empezar es algo que puede romper varios moldes de una vez. Pero como suele pasar en Almería, dado el carácter tranquilo de sus gentes y poco propenso a sobresaltarse (en ningún lugar del mundo he visto yo tan poca prisa por arrancar el coche cuando el semáforo se pone en verde) excepto los cuatro gatos que permanecemos a la expectativa, cada uno va a lo suyo. Hay una especie de fiesta en el Romera, ese caustico bar que tanto incomoda al rector, y los alumnos, muy aplicados, beben cerveza a destajo. >>seguir leyendo

Comando Kaldera

El texto de esta entrada no es mío, ha sido escrito por Isaac Ortega Góngora. 

El pandilla cuatro por cuatro de mi hermano va cargado hasta las trancas de Aquarius, Powerade, mochilas, piolets, botas y demás material de montaña.

El viaje hasta Trevélez es muy ameno y no paramos de reír. Es un día primaveral y vamos apurando las curvas; cuanto antes lleguemos al refugio más podremos descansar. Entramos en reserva hace ya un rato y necesitamos una gasolinera.

Preguntamos a un lugareño, que no da dos opciones para repostar. La más cercana queda a trece kilómetros de curvas y la otra a veinte. Nos insinúa que él no echaría en la de Pórtugos. No quiere explicar porqué. Es viernes trece y la misión empieza bien. >>seguir leyendo

Tres puntos de apoyo para un nómada

En Barcelona encuentra cafeterías sofisticadas. Tanto, que el término “cafetería” resulta vulgar. Son espacios con sofás, amplias mesas en las que rebota el sol; diverso mobiliario de estilo desenfadado para albergar una fauna variada y exquisita. Hay una alta carga de tecnología y afectación en sus clientes.

Está rodeado de hípsters y chicas monas. De diseñadores de interior gays. De extranjeras que zampan panqueques sin piedad. Hay mujeres hiperindependientes que no sonríen lo más mínimo. Conversan con su ordenador. Rostros angulosos. Un cuerpo magro que habla de la severidad con la que se tratan. Con la que tratan a los demás. Hay desarrolladores informáticos ideando la aplicación que les hará ricos. >>seguir leyendo

La Ragua

La verdad es que, cuando menos, la estampa de aquella mañana resultaba curiosa. Mi buen amigo Isaac esperaba dentro del coche. Como siempre unos minutillos antes de la hora. Yo entraba y salía de la casa, acarreando un variado cargamento de apechusques.

Había nevado la noche anterior. Pero no sabíamos cuanto. Ni el frío que haría. Teníamos que estar preparados para las múltiples posibilidades que podía ofrecer la montaña.

Isaac salió del coche al verme aparecer para echarme una mano. Ya no me quedaban dedos para agarrar crampones, botas, tablas y un abultado etcétera. >>seguir leyendo

Atardeceres en el Cabo

Cuando estoy convaleciente me gusta ir al Cabo. Es un lugar adecuado para curar heridas. Desgarros del alma, roturas fibrilares, esguinces.

De septiembre a junio hay poca gente. En los meses de invierno menos. Quedan los lugareños, escasos, y algún desnortado que se fue muy para el sur. Hay alemanes y finlandeses que van en chanclas y pantalón corto, mientras los demás nos tapamos con gorros para combatir la fría humedad que se mete en los huesos.

Verdaderamente es un buen sitio para dar bandazos. >>seguir leyendo

Samuel el peluquero

Encontrar un buen peluquero no es fácil. No me refiero a estilismos. Alguien que sea fiable. Que no pregunte. Que te corte el pelo siempre de la misma manera. Y no te deje hecho un cristo.

A mí me llevó más de un año dar con uno en condiciones.

Me había trasladado de ciudad y estaba desorientado. Fui localizando los mercadonas, dónde jugar al squash y la única librería del lugar. Solo me quedaba el asunto de la peluquería para cerrar todos los asuntos esenciales.

Al principio retrasaba todo lo posible el corte y cuando volvía de visita a la gran ciudad iba a mi peluquero de cabecera. Pero esa estrategia no podía durar mucho. Mis visitas se espaciaban más y más y el pelo crecía al mismo ritmo. Con el calor me picaba la cabeza y no podía estar todo el día rascándome. Parecía un perro con pulgas. >>seguir leyendo