3.Improvisaciones en do menor sobre tiempo tormentoso
Amanece un día frío y en el que las nubes, sin titubeos, se han adueñado del paisaje. Desmontamos la tienda y en la mesa que hemos hecho propia aguardamos las primeras luces del día. Viendo nuestras opciones en el mapa creemos que puede ser interesante explorar algún valle lateral y subir a un paraje conocido como los llanos de la Larri. Sin embargo, ante la pertinaz lluvia y las malas previsiones ponemos rumbo al sur y cambiamos de valle, esperando que cambie nuestra suerte.
Isaac reservó en el refugio de Estós un par de noches, pero para la de hoy toca de nuevo improvisar. Sin tener muy clara la ruta ponemos proa hacia Bielsa y de ahí ya veremos. La prioridad es encontrar una panadería y, si cuadra, tomar un café caliente. A Gerardo no le hace mucha gracia perder el tiempo en un lugar tan antropizado, donde ver armiños es imposible, pero puede hacer alguna excepción. El coche va hasta los topes. Llevamos exceso de ropa, de comida y algunos lujos, como sillas plegables o envases de cristal, que en otras circunstancias más montaraces sería impensable.
Las marmotas tienen horadado el terreno, son bastante confiadas y con paciencia se secan buenas fotos
Parece que hay un camino hacia Benasque sin tener que recurrir a la carretera principal. El atajo resulta ser una alternativa maravillosa. Hasta Plan (veis, ya tenemos Plan; sí, la broma es mala, pero dio mucho juego aquella mañana de cielos grises) recorremos el cañón del Cinqueta. A partir de ahí el asfalto desaparece y antes de adentrarnos en lo ignoto preguntamos a unos paisanos que creen que el camino está bien hasta Chía, aunque no pueden asegurarnos que la tromba de agua de la noche anterior no haya hecho estragos.
Antes compramos pan recién hecho y lo vamos devorando mientras buscamos donde desayunar con algo caliente. En el mapa aparece un refugio que efectivamente detectamos cerca del puerto en el que se cambia de valle. Está cerrado, pero la entrada techada nos sirve para dispersas todas nuestras bolsas y pegarnos otro desayuno pantagruélico. Calentamos agua con el hornillo y decidimos dar un paseo en cuanto el cielo abra.
Nuestra improvisada morada, a salvo de tormentas
Tras dejar el coche en el collado y consensuar que el porche del refugio se postula como un buen candidato para pasar la noche, seguimos una pista que nos lleva hasta la cascada de la Barbarisa. Tropezamos con un enorme rebaño de ovejas que va segando los verdes prados de las montañas y vemos corzos, muchas marmotas, buitres, águilas y hasta un tritón pirenaico que estaba escondido bajo las piedras de la cascada.
Caminamos lo suficiente para volver a zampar latas de mercadona de todos los colores y sabores. De nuevo colonizamos el porche del refugio y allí calentamos en una olla fabada asturiana, cocido a la madrileña y callos con garbanzos. A medio camino el gas se acaba y no tenemos repuesto. Una serie de malentendidos entre Eduardo y yo nos condenan a buscar leña y encender una hoguera. La recompensa es que así, tras la incertidumbre de si seríamos capaces de encender un fuego, la comida nos sabe mejor.
El sonido de los torrentes de montaña me alegra el corazón, ¡qué gozada!
Elijo la sobremesa para convertir en realidad un lejano sueño, uno de esos que pertenecen a una etapa de mi vida que daba por cerrada. Así, ras la comilona, y a la sombra de unos pinos, encendemos unos buenos puros mientras una charla ligera al principio, y con recovecos inconfesables más tarde, me hace sentir dichoso. Gerardo, devastado por sus caminatas nocturnas, echa una buena siesta en el coche.
La tarde transcurre entre amenazas de tormenta, granizadas, frío y el incomparable aroma de la libertad: no saber exactamente dónde dormiremos, la incertidumbre de si te caerá o no un rayo, mear sin tirar de la cadena, saltar cercas, mancharse de barro sin temor a la represión o reírse de barbaridades políticamente muy incorrectas hasta que a uno le duela la barriga. Con estos pequeños placeres, el hombre puede tocar la felicidad.
Un tipo que sabe encender un puro, me dan ganas de fumarme uno, pero ahora es época de veda
Por la noche quisimos recorrer la pista con el fin de detectar fauna con los faros del coche. La lluvia era tan fuerte que nos vimos obligados a darnos la vuelta y retornar a nuestro cuartel general. Temerosos, nos colamos en el refugio. Era una noche de perros. Llovía con fuerza, racheado, y el pórtico en el que pensábamos colocar la tienda nos pareció demasiado expuesto. Gerardo había encontrado una ventana abierta lo suficientemente discreta para pasar desapercibida al visitante ocasional, pero que podía interpretarse como una señal para ocupar el refugio en una ocasión como esta.
Quitamos la piedra que sujetaba la contraventana y los haces de nuestras linternas nos mostraron una estancia algo polvorienta y ordenada. La huella de una mano sobre la mesa daba un toque inquietante a la noche de rayos y centellas, ¿se nos habría adelantado alguien durante nuestra ausencia?
Exploramos a fondo el lugar. Arriba había literas y colchones, pero preferimos el suelo duro y polvoriento. La tormenta era de las duras y agradecimos la fortuna de haber encontrado un lugar seco y resguardado. Gerardo, acostumbrado a trasnochar, leyó mapas y guías que encontró por allí. Eduardo se entretuvo con su periódico digital. Yo me acordé de mis mujercitas y en breve Morfeo me abrazo y no me soltó hasta las siete de la mañana.
Negros nubarrones y engañosos claros, así transcurrió la jornada
👏👏👏
Pirineos siempre alegra el corazon