Probablemente fue a la vuelta de aquel viaje al Pirineo cuando mi amigo, envuelto en la humareda de su permanente cigarro, me preguntó con una mirada que denotaba que ya conocía la respuesta, ¿y cómo fue?
Pues no del todo bien. En Isaba, confluía el recuerdo de varios veranos consecutivos visitando aquel pueblo del valle del Roncal; vacaciones enmarcadas en ese incómodo tránsito que es la pubertad. Quise ver la cancha de baloncesto donde jugábamos cada mañana, convertida en un espacio mínimo incompatible para albergar los partidos que magnificaba mi memoria. Volvía para poner la tienda en el mismo camping en el que mis hermanos y yo levantamos el césped –para desesperación del dueño de aquello- con el fin de cavar un foso que nos protegiese de las tormentas (peregrina idea gestada a base de ver demasiadas películas). La estampa de aquellas caravanas y furgonetas, del pabellón de madera recién barnizado, no encajaba con mis evocaciones. Como tampoco lo hicieron las migas de la venta de Juan Pitu, ni los paseos por una montaña que me resultó ajena.
En lo más profundo del verano no hago pie. Cuido del bebé y de su hermana. Pongo lavadoras y secadoras. Hago la comida y biberones. Macerado en humedad. Hago la compra mientras la niña se rebela porque quiere una bola de la máquina de bolas. No hay bola digo yo. Y se lía. Encadenamos una ristra de porqués cada vez más absurdos que terminan con el portazo del porque lo digo yo. Llantos, gritos, desesperación. Compro pañales para seguir cambiando pañales. La humedad atroz. La ola de calor. La mascarilla deshaciéndose al contacto de la barba. Pica como un demonio. Necesito un respiro.
La construcción narrativa tiene varios propósitos. Evadirnos y entretenernos puede ser uno de los que se nos ocurran intuitivamente. Hay otro, sin embargo, que a mí me resulta mucho más atractivo, y es la contribución del relato de los hechos a la paz mental. Somos animales en busca de sentido.
Conseguir que una explicación capture y sintetice parte de la confusa y ramificada realidad es esencial para entender determinadas situaciones creadas por el zarandeo que nos produce la vida.
Esta faceta de la literatura no persigue establecer una verdad, si no un relato coherente que hilvane los hechos dispersos. De esta forma se entronca en lo que Nassim Nicholas Taleb denominó la Falacia Narrativa.
Te dicen: Disfruta el momento. Pero en realidad se refieren a un período de tiempo, a una época. Disfruta el embarazo. Disfruta el bebé, que el tiempo pasa muy rápido. Disfruta las monerías que hacen con dos años, en la adolescencia son insoportables.
Nada más relativo que el concepto de tiempo. Según las circunstancias 24 horas pueden transcurrir muy lentamente o pasar volando. Esa subjetividad depende de lo que esté por llegar, de que no haya nada por llegar, del estado de ánimo, de la cantidad y variedad de cosas que se hagan.