Me cuesta, al entrar en casas ajenas, no fijarme en sus libros; me daña la vista no ver ninguno. Es una manía que, como todas, se agudiza con la edad, con el peligro de convertirse en obsesión. Lo que antes hacía con cierto disimulo, mirar de reojo las estanterías, atisbar los autores que las habitan, deducir el orden al que se someten los volúmenes, ahora lo practico con la libertad del que ya ha amortizado su vida (es lo que tiene la reproducción, ese soterrado deber genésico), es decir, descaradamente.
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Coleccionista de lecturas
Somos animales coleccionistas. Hay otras especies que también se dedican a juntar objetos con características similares, como las urracas, que llevan a sus nidos objetos brillantes. Nos gusta, y a veces nos obsesiona, poner en un mismo espacio (álbum, estantería, cajón) cosas que reúnen características comunes: cromos, minerales, relojes, plumas, dedales; sellos y monedas, por supuesto. Hay quien colecciona amantes o libros raros. Hay quien se puede permitir coleccionar coches (no a escala, que también, sino reales) y otros, como el Marqués de Leguineche (La escopeta nacional), guardaba celosamente en tubos de ensayo pelos del coño (la depilación láser hubiese sido funesta para sus propósitos).
Los libros de Áncora & Delfín
La estantería ocupa una pared entera, desde el suelo hasta el techo, y tiene todas las baldas combadas por el peso de los libros. Hoy su lugar en la casa no es prioritario, está en un cuarto que se utiliza poco, en el que duermo cuando vuelvo al hogar familiar, en alguno de los esporádicos viajes a Madrid. Antes de deshacer la maleta, atraído por los libros que allí reposan, vuelvo una y otra vez a explorar los títulos que, mansos en los anaqueles, esperan que alguien los saque de allí y les dé un baño de luz, ojee sus páginas, huela el papel y admire su portada. Esas son sus credenciales para convencerte de que merece la pena que les liberes de su reclusión.
Sobre Muñoz Molina
Andrés es un excelente recomendador de libros. Cuando a uno le gusta leer, este tipo de informadores, los que leen mucho y tienen un gusto parecido, le pueden salvar a uno más de un verano, incluso de una depresión [1]. Aparte de Inés y de Silvius, que siempre me nutrieron de buenas lecturas, Mr. Andrew ─que incluso montó un Club de Lectura─ me ha abierto los ojos en más de una ocasión. Recuerdo cosas memorables como Insensatez, de un hasta entonces desconocido, para mí, escritor salvadoreño, Horacio Castellanos-Moya, o Argos el ciego, una exquisita evocación del amor. Hubo un libro que me resistía a leer. «¿No leíste Beatus Ille? ─me dijo con cara de sorpresa─. No, no puede ser. Tenés que leerlo. Hacéme caso». Y era tal su insistencia, su manera de presentarlo, que al final cedí.
Maneras de leer (II). Hilos de lecturas
Tomemos por caso a Zweig. Empezamos con su magnífico libro El mundo de ayer. Es un libro de historia del siglo XX, contado de forma amena, dando el punto de vista de un vienés que crece en el rigor prusiano y es capaz de saborear los distintos logros de la cultura europea. Zweig nos muestra el máximo esplendor de Europa. Y después su derrumbamiento. Nos engancha su manera de contar las cosas. Quiero otro Zweig. Lo necesito. Ya tengo el primero hilo del que tirar. Entonces leo Momentos estelares de la humanidad. Y puede que me dé por seguir leyendo historia. Empieza a formarse el segundo hilo. Ese es un hilo que puede bifurcarse en varios. Hay lecturas sobre la historia de España, que a su vez se fragmentan. Imperial Spain retrata la creación del Imperio Español de una forma magistral. Me gusta especialmente el colonialismo. Y en ese campo destaca Naipaul. Otro hilo. Naipaul que es de origen indio pero nace en Trinidad, en las indias occidentales. Y su obra tiene siempre de telón de fondo, cuando no en primer plano, las consecuencias de la colonización.
Maneras de leer (I). La pila de libros
Voy haciéndome con libros que parecen interesantes. Unos prestados, otros comprados. Los libros van formando pilas que me afano en devorar. Pero me indigesto. La tasa de lectura no alcanza a la de la curiosidad. Así que las pilas van creciendo y reproduciéndose. Devienen en ingobernables.
Cojo un libro de la pila. Lo curioseo en un rato libre. Si no me engancha lo vuelvo a dejar. Trato de recordar el motivo de que ese libro llegase hasta mis manos. Cuál era el interés.
Como soy muy fácilmente convencible en cuanto alguien me habla bien de un libro me interesa. Lo mismo pasa si leo una crítica medio ineteresante.