Cuando conocí a Luis mi vida cambió. Hasta entonces yo dormía en el suelo. Me daba pereza montar la tienda. Y la mañana siguiente, con el frío, plegarla y enrollarla. Con esa humedad del desierto. La arena pegada. Buf. Ni pensarlo. Mejor vivaquear. Viendo las estrellas, fumándome una pipa. Estaba el inconveniente de la arena, que cuando sopla el viento se convierte en un improvisado peeling de lo más efectivo.
Gerardo y Javi tenían razones más prácticas que yo para dormir en el suelo. Caminan de noche. Llegan a las tantas y se vuelven a levantar antes del amanecer. Con ese trasiego la tienda es un engorro. Prefieren echar el saco sobre el pedregal, o el mullido fondo de un oued. En una de esas Gerardo vivió una intensa experiencia soportando una tormenta de arena. Durante horas aguantó en posición fetal los furiosos embates del vendaval. Con suerte en este viaje podría probarlo.
Pero como digo mi vida cambió cuando conocí a Luis, un herpetólogo ─estudioso de los herpetos: reptiles (y por extensión anfibios) ─ que formaba parte del Grupo Salvaje.
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Bonita y severa pinrrelada por la Sierra de Castril
Autores:
Salazar, J.I. Instituto del Andarín. c/ Curiosidad s/n. Sebastopol.
Gelu. Instituto Anatómico Porrense. Picus d’Uropa. Asturies (Patria Querida)
Góngora, I. Centro de Estudios Himaláyicos. Avda. de las Cumbres, 7. Tíbet.
Campoy, E. Estación Experimental de Varias Cosas. c/ Oteaderos, 234 4ºA. Managua.
López-Gay, J. Utopian Center. Michigan Av. COL (USA)
Berbel, J. Centro de Ciencias Inconscientes. Crtra. Mistral, 8. Toletum.
Valderrama, J.M. École de la Vie. Sin dirección permanente. * Corresponding author[1].
Lucha de gigantes
De momento no conozco a mucha gente por aquí[1]. Y menos a quien le guste a ir a la montaña. Y menos aún a alguien que se levante a las seis de la mañana un sábado.
A esas horas el vecindario duerme. Tengo una hora y media hasta La Roza. Dejaré el coche en el merendero. Antes tendré que parar a desayunar en algún lado. Después un número indeterminado de horas, puesto que no tengo muy claro el recorrido. Oscurece a las seis. El madrugón es innegociable.
No puedo evitar la melancolía que envuelve toda la operación. Ir en solitario. Con el frío que hace. A deshoras. A contracorriente. Siempre a contracorriente.
Sitios a los que no va ni dios (y es una pena)
En realidad yo quería ir a Soria. Pero nunca llegábamos. Dimos tantos bandazos que la lista de pueblos y parajes que recorrimos es irreproducible.
Nos entretuvimos por el borde septentrional de Cuenca y la Alcarria, un piélago de lugares curiosos e interesantes. Muy a desmano.
Mi objetivo inicial era tan nítido como simplón. Era el tiempo de la temida canícula y malvivía tirado en la jarapa, aguantando las calenturientas vaharadas que lanzaba el Sáhara. Parecía que hubiesen encendido un secador gigante.
Pasaban los días de plomo y en un arrebato de lucidez tuve una visión. Mi destino eran esas nubes grises atravesadas por rayos que aparecían en un mapa del tiempo cuajado de discos amarillos. Sí, iría a la Ibérica, en busca de tormentas.
La lentitud y la debilidad
Con trazo desigual alguien ha escrito en la pared del refugio: ‘Hoy me siento muy pequeño’.
Y es lo que me invade al tomar la decisión de salir del saco. Después de haber pasado casi once horas como encapsulado en un capullo. Dando vueltas. Buscando calor y amparo en la primigenia posición fetal. Escondiendo la cabeza del frío, y de la cruda realidad. Replegándome para evitar las zonas que se han humedecido.
No hay mucho que hacer en los refugios. Agujeros que sirven para resguardarse de la lluvia y el viento. Esperar a que llegue el siguiente día para ponerse en marcha. Es un lugar incómodo. Sin mesas. Sin sillas. Sin catres. Con goteras.
Una vuelta por el Kanchenjunga (I) El país de la bandera rara
NOTA INTRODUCTORIA. El Parque Nacional del Kanchenjunga se encuentra en el extremo oriental de Nepal. Los trekkings para acceder al campo base de este ochomil -el tercero más alto- son largos e incluso tediosos y obligan a atravesar las tres regiones geográficas en las que se suele dividir el territorio nepalí: terai, valles intermedios e y la alta montaña del Himalaya.
El relato del viaje se apoya en este gradiente y obvia la cronología de los acontecimientos. De esta manera se presentan en un mismo lugar o tramo observaciones y anécdotas que corresponden tanto a la subida como a la bajada.
Una vuelta por el Kanchenjunga (II). Las cosas no tan bonitas del Himalaya
Cumbres nevadas que se recortan en un límpido cielo azul. La nieve que de forma inverosímil se amontona en las pendientes casi verticales. Aristas de roca que asoman entre el hielo. El imperceptible devenir de formidables glaciares. Bosques primarios de aspecto temerario a pesar del musgo que recubre sus rincones. El hielo se funde y el agua dibuja cascadas y espuma en su fragoroso recorrido. Antes se remansa en los campos de arroz, se sosiega en los abanicos aluviales. Se esparce por el paisaje. Va de una terraza a otra. Imágenes sugerentes. Paisajes increíbles.
Una vuelta por el Kanchenjunga (III). La brutal llegada del desarrollo
Biratnagar es la segunda mayor ciudad de Nepal. No pongo en duda que aquí viva mucha gente, pero sí que se le llame ciudad. Porque una ciudad conlleva una estructura y una serie de elementos representativos (escuela, templos, teatro, parques) fácilmente identificables. Biratnagar se ha gestado como muchas ‘ciudades’ del tercer mundo: un arremolinamiento de gente que se ha ido estableciendo provisionalmente en torno a las vías de comunicación. Ese rasgo provisional, con todo a medio hacer, se convierte en característica. La provisionalidad es permanente. Hay algún motivo difícil de entender que hace de atractor y provoca que la gente tome la decisión de dejar su pueblo e instalar una chabola junto a un amontonamiento de escombros y basura a medio quemar que se extiende por el tórrido llano, el terai.
Una vuelta por el Kanchenjunga (IV). La esplendorosa vida de los valles.
El reguero de papelillos y envoltorios va disminuyendo a medida que nos alejamos de la carretera y vamos sorteando montañas. Hay menos gente. Las modestas casitas salpican las laderas aquí y allá.
La primera impresión de las espectaculares laderas aterrazadas le deja a uno aturdido. Aquí se vive en vertical y la única manera de comunicarse es caminando. Para ir a la casa de enfrente hay que bajar quinientos metros hasta el río y volver a subir otros quinientos metros. Angostos caminos de piedra. Resbaladizos. Esto empieza a molar.
Una vuelta por el Kanchenjunga (V). Lo que nos hizo humanos
Me quedo ensimismado mirando las brasas relampaguear, los leños ardiendo, las llamas cambiando de forma caprichosamente. El hogar. El centro de la vida.
Cada día nos pegamos al fuego. Compartimos con los nepalíes horas de silencio. De contemplación. De beber té y comer dahl baht. A partir de Yamphudim hace frío y llovizna. Después nevará. Hemos ido dejando atrás la vida agrícola y nos internamos en los bosques de rododendros. El paisaje se vuelve cada vez más agreste. Impone y sobrecoge ver la furia de los torrentes abriéndose paso por las laderas. Las brechas abiertas por los deslizamientos.